En 1955 la CIA y el MI6 excavaron un túnel para espiar a las tropas del ejército soviético estacionadas en la República Democrática de Alemania. Los espías alemanes y estadounidenses lo llamaron “Operation Gold” (Operación Oro), mientras que para los británicos fue la “Operation Stopwatch” (Operación Cronómetro).
Fue el intento de escucha telefónica más grande de la historia del espionaje y el más estrepitoso fracaso de la CIA a lo largo de su historia.
Se trataba de una variante mucho más compleja que un proyecto anterior conocido como “Operation Silver” (Operación Plata) que la CIA intentó en Viena en 1949. Se sabe que fue Reinhard Gehlen, el director del recién creado BND, el servicio secreto alemán, quien alertó a Dulles de la existencia de un nudo de redes telefónicas que utilizaba el Ejército Rojo en Berlín a dos metros de profundidad, muy cerca del sector ocupado por los estadounidenses en la capital alemana.
En diciembre de 1953 la operación se puso bajo la dirección de William King Harvey, antiguo policía del FBI transferido a la CIA y el 2 de septiembre de 1954 comenzó la excavación del conducto, que se completó el 25 de febrero del año siguiente. Removieron 3.000 toneladas de tierra y 125 toneladas de metal. A seis metros de profundidad y con una extensión de 450 metros, el túnel comenzaba en el sector americano de Berlín, en el barrio fronterizo de Rudow, y alcanzaba hasta Altglienicke, justo por debajo de un nudo de comunicaciones soviético en la zona oriental.
Antes de iniciar la construcción del túnel, asistió a casi todas las reuniones entre la CIA y el MI6 George Blake, un agente del KGB infiltrado en el servicio de inteligencia británico. Blake conoció de primera mano los detalles de la operación y alertó al KGB, pero el Kremlin decidió dejar abierto el canal para transmitir informaciones falsas.
Si, a causa de su fracaso, de la operación sabemos poco, de Blake no sabemos mucho más. No conocemos su identidad real. Parece que su nombre original era George Behar y luego fue cambiándolo por Max de Vries, George Blake, Georgi Ivanovich. Parece ser que nació en Rotterdam en 1922, y que era hijo de una holandesa y un judío de origen turco, Albert Behar.
Vivió en Alejandría y se educó en un colegio inglés bajo la tutela de su tío, el dirigente comunista egipcio Henri Curiel, que se ocupó de él cuando George se quedó huérfano a los 13 años.
Regresó a Holanda, donde le sorprendió la invasión alemana en 1940. Se incorporó a la resistencia con el alias de Max de Vries, pero le capturaron. Sin embargo, como no tenía 18 años, lo soltaron. Iban a volver a detenerlo al cumplir los 18 años, pero entonces él se escapó a Inglaterra.
En Londres fue reclutado por el Special Operations Executive, el servicio que organizaba sabotajes en la Europa ocupada. Lo emplearon en traducir del alemán y tomó el nombre de George Blake. En 1944 volvió al continente para interrogar a los nazis prisioneros y en Hamburgo, con 22 años, dejaron en sus manos a los comandantes de submarinos. Tras la guerra pasó al MI6, el espionaje exterior, que lo envío a Corea en 1950, destinado en la embajada británica en Seúl, donde trabajaba cuando el imperialismo atacó la península.
Fue “capturado” por los norcoreanos y al ser liberado, le consideraron como un “héroe de guerra” y le enviaron a Berlín, la capital mundial del espionaje durante la Guerra Fría, el frente candente para los agentes de uno y otro lado, una ciudad dividida pero aún sin barreras, donde todos podían ir a todos los sectores y casi toda la población trabajaba para algún servicio de espionaje.
La misión de Blake en Berlín era la de convertir a los soviéticos en agentes dobles, pero hacía como Penélope, que deshacía de noche lo que había tejido de día. Le pasaba los nombres de sus agentes al KGB, 400 delatados en total, de los que al menos 42 fueron fusilados.
Pero su gran golpe fue su infiltración en la operación de la CIA en Berlín. Aunque estaba reciente la deserción de Burgess y McLean, el espionaje imperialista todavía no había cobrado conciencia de lo profunda que era la infiltración soviética en el servicio secreto británico, y los americanos seguían fiándose del MI6.
Para evaluar el flujo de desinformación entrante, en Washington se creó un equipo de traductores y analistas de la CIA que continuó funcionando hasta septiembre de 1958. Fue un trabajo ingente y totalmente inútil. La CIA se quedó con un botín de 50.000 cintas grabadas que documentaban un millón de conversaciones telefónicas ficticias que durante años tomaron por informaciones solventes.
El KGB esperó hasta que, al cabo de los años, unas lluvias torrenciales afectaron a las líneas telefónicas de Berlín y comenzaron labores de reparación. De esa manera los soviéticos “redescubrieron” el túnel para denunciar que los imperialistas habían violado los tratados internacionales firmados al acabar la Segunda Guerra Mundial.
El topo aún no había sido descubierto. El KGB aprovechó tan bien el “redescubrimiento casual” del túnel que la CIA se lo tragó. Blake no fue destapado hasta 1961.
La CIA padeció tres duros golpes en uno.