150 años de la fundación de la Primera Internacional (3)
En primer lugar estaban los ingleses, quienes, a su vez, se encontraban divididos en numerosos grupos: sindicalistas, antiguos cartistas y antiguos owenistas. Estaban los franceses, muy poco avezados en las cuestiones económicas, pero especialistas en el arte revolucionario. Había también italianos, muy influyentes entonces porque estaban dirigidos por un hombre muy popular entre los ingleses, el viejo revolucionario Mazzini, republicano ardiente y, al mismo tiempo, hombre religioso. Había emigrados polacos, para los cuales la cuestión polaca ocupaba el primer plano. Los emigrados alemanes eran antiguos miembros de la Liga de los Comunistas: Eccarius Lessner, Lochner, Pfender y, finalmente, Marx. Finalmente, los italianos expusieron un proyecto levantado casi sobre el mismo modelo que el francés.
En la subcomisión en la que participaba, Marx defendió sus tesis y, al final, le encargaron presentar su proyecto al Comité. En la cuarta sesión -era el 1 de noviembre de 1864-, fue adoptado por aplastante mayoría el proyecto de Marx con algunas modificaciones insignificantes.
Fue redactado sin caer en compromisos como él mismo dice en una carta dirigida a Engels, «tuve que introducir en los Estatutos y en el programa algunas palabras como ‘derecho’, ‘moralidad’ o ‘justicia’, pero insertándolas de modo que no pudieran ser perjudiciales». Pero no radica aquí el secreto del éxito de Marx en una asamblea tan heterogénea, logrando aprobar casi por unanimidad su tesis. El secreto de su éxito reside en el extraordinario talento (como lo reconoce incluso Bakunin) que desplegó en la redacción del Llamamiento fundacional de la Internacional. En la misma carta a Engels, Marx afirma que era extremadamente difícil exponer las opiniones comunistas de manera que fueran aceptables al movimiento obrero de entonces. Era imposible emplear el lenguaje revolucionario del Manifiesto Comunista. Había que esforzarse por ser agresivo en el fondo pero moderado en la forma. Marx llevó a cabo con brillantez este trabajo.
El Llamamiento fue escrito 17 años después del Manifiesto Comunista. Eran del mismo autor, pero las épocas en las cuales habían sido escritos y las organizaciones para las cuales habían sido redactados diferían profundamente. El Manifiesto Comunista había sido redactado en nombre de un pequeño grupo de revolucionarios para un movimiento obrero todavía muy joven. Pero ya entonces los comunistas subrayaban que no planteaban ningún principio revolucionario con la intención de imponerlo al movimiento obrero, que únicamente se esforzaban en sacar a la luz, en el interior de este movimiento, los intereses generales del proletariado de todos los países, independientemente de la nacionalidad.
En 1864 el movimiento obrero había crecido considerablemente, había adquirido un carácter de masas, pero desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia de clase, estaba atrasado con respecto a la pequeña vanguardia revolucionaria de 1848. El nuevo estado mayor de este movimiento, en cuyo nombre escribía entonces Marx, estaba igualmente retrasado con respecto a aquella vanguardia. Había que escribir el nuevo manifiesto teniendo en cuenta el nivel de desarrollo del movimiento obrero y de sus dirigentes, sin renunciar, al mismo tiempo, a ninguna de las tesis fundamentales del Manifiesto Comunista.
Marx, en su nuevo manifiesto, formuló las reivindicaciones alrededor de las cuales debían unirse las masas obreras, y sobre cuya base podía seguir desarrollándose la conciencia de clase. Las reivindicaciones de clase directas del proletariado formuladas por Marx llevaban de un modo lógico a las reivindicaciones más avanzadas del Manifiesto Comunista.
Desde todos estos aspectos, Marx poseía una inmensa superioridad sobre Mazzini, sobre los revolucionarios franceses o sobre los sindicalistas ingleses que presidían el Comité de la Internacional. Durante estos 17 años había realizado un ímprobo trabajo teórico, verdaderamente descomunal. En esta época ya había terminado el borrador de su gigantesca obra, El Capital, y se ocupaba de corregir el primer tomo. Era la única persona en todo el mundo que había estudiado con tanta profundidad la situación de la clase obrera, y que había comprendido los mecanismos internos de la explotación capitalista.
En toda Inglaterra no había una sola persona que se hubiera tomado la molestia de estudiar como él todos los informes de los inspectores de fábricas, así como los trabajos de las comisiones parlamentarias que describían la situación de las distintas ramas de la industria, y las diferentes categorías del proletariado. Marx estaba mucho más enterado de estas cuestiones que los propios obreros del Comité. Los panaderos que lo integraban conocían perfectamente la situación de su oficio, los zapateros conocían la industria del calzado, los carpinteros y yeseros estaban al corriente de la situación de los obreros de la construcción, pero únicamente Marx conocía a fondo la cuestión de las categorías más diversas de la clase obrera y sabía ligarla a las leyes generales de la producción capitalista.
El talento de Marx como agitador se manifiesta en la propia composición de aquel manifiesto. Al igual que en el Manifiesto Comunista, había partido del hecho fundamental de todo el desarrollo histórico, la lucha de clases; del mismo modo, en el nuevo manifiesto no comienza con frases generales, ni con temas elevados, sino por los hechos que caracterizan la situación de la clase obrera: «Un hecho de extraordinaria importancia: desde 1848 a 1864 no ha disminuido la miseria de la clase obrera y, sin embargo, si tenemos en cuenta el desarrollo de la industria y del comercio, este período carece de precedentes en la historia».
Marx demuestra que, aunque en Gran Bretaña el comercio se hubiera triplicado desde 1843, nueve de cada diez hombres se ven obligados a luchar desesperadamente con el solo fin de asegurar su subsistencia. Demuestra también que la inmensa mayoría de la clase obrera se alimenta insuficientemente, degenera, es pasto de enfermedades, mientras que las clases poseedoras incrementan monstruosamente sus riquezas. deduce de todo ello que, a pesar de las aseveraciones de los economistas burgueses, ni el perfeccionamiento de la maquinaria, ni la aplicación de la ciencia a la industria, ni el descubrimiento de nuevas colonias, ni la emigración, ni la creación de nuevos mercados, ni la libertad del comercio pueden suprimir los males de la clase obrera. Por tanto, en tanto el régimen social permanezca sobre sus antiguas bases, cualquier nuevo desarrollo de las fuerzas productivas no hará más que agrandar el abismo que divide actualmente a las distintas clases, y hará aún más patente todavía el antagonismo que existe entre ellas.
Tras indicar los motivos que contribuyeron a la derrota de la clase obrera en 1848, y que provocaron la apatía que caracteriza al período de 1849 a 1889, Marx expone las conquistas realizadas por los obreros durante este período. En primer lugar, la ley sobre la jornada laboral de diez horas. A pesar de todas las aseveraciones de los satélites del capital, la reducción de la jornada de trabajo obrero, lejos de hacer menor el rendimiento del trabajo, lo aumentó. Esta ley, además, supuso el triunfo del principio de la intervención del Estado en el campo de las relaciones económicas frente al antiguo principio de la libertad de competencia. Y concluye, como en el Manifiesto Comunista, que la clase obrera necesita someter la producción al control y dirección de toda la sociedad, dado que una producción social concebida de este modo es el principio fundamental de la economía política de la clase obrera. Así pues, la ley de la jornada de diez horas no sólo fue un éxito práctico sino que marcó la victoria de la economía política de la clase obrera sobre la economía política de la burguesía.
Otra conquista está representada por las cooperativas fundadas por iniciativa de los obreros. Pero, difiriendo de Lassalle, que consideraba las asociaciones de producción como punto de partida para la transformación de toda la sociedad, Marx no sobrevalora su importancia práctica. Por el contrario, solamente las promueve para demostrar a las masas obreras que la gran producción dirigida con métodos científicos puede desarrollarse sin los capitalistas; que los medios de producción no deben ser propiedad de ningún individuo, ni transformarse en instrumento de violencia y esclavitud; que el asalariado, como el esclavo, no es algo eterno, sino un estado transitorio, una forma inferior de la producción, que debe dejar su puesto a la producción social. Una vez extraídas estas conclusiones, Marx indica que, en tanto estas asociaciones de producción estén limitadas a un pequeño círculo de obreros, no serán capaces de mejorar ni siquiera un poco la situación de la clase obrera.
La producción cooperativa debe extenderse a todo el país. Planteando de este modo la tarea de la transformación de la producción capitalista en producción socialista, Marx señala inmediatamente que esta transformación será combatida por todos los medios por las clases dominantes, que los capitalistas aprovecharán su poder político para defender sus privilegios económicos. Por esta razón, el primer deber de la clase obrera consiste en conquistar el poder político; para ello es necesario organizar en todas partes partidos obreros. Los obreros poseen un factor de éxito: su masa, su número. Pero esta masa no es fuerte mientras no sea compacta, mientras no se oriente en una misma dirección. Sin una profunda cohesión, sin solidaridad, sin ayuda mutua en la lucha por su emancipación, sin una organización nacional e internacional, los obreros están condenados a la derrota. Guiándose por estas consideraciones, añade Marx, los obreros de los distintos países han resuelto fundar la Asociación Internacional de Trabajadores.
Con asombroso arte, bajo una forma moderada, Marx extrajo de la situación efectiva de la clase obrera todas las deducciones fundamentales del Manifiesto Comunista: organización de clase del proletariado, derrocamiento del dominio de la burguesía, conquista del poder político por el proletariado, supresión del trabajo asalariado, nacionalización de todos los medios de producción.
Pero Marx -y de este modo finaliza el Llamamiento fundacional- sitúa en primer plano otra tarea política de primordial importancia. La clase obrera no debe limitarse a la estrecha esfera de la política nacional. Debe seguir atentamente todas las cuestiones de política internacional. Si el éxito de la liberación de la clase obrera depende de la solidaridad de los obreros de todos los países, la clase obrera no puede cumplir su misión si las clases que dirigen la política exterior aprovechan los prejuicios nacionales para enfrentar unos contra otros a los obreros de los diferentes países, derramar en guerras de rapiña la sangre del pueblo. Por ello, es hora de que los obreros aprendan a conocer todos los secretos de la política internacional. Deben vigilar la diplomacia de sus respectivos gobiernos y, en caso de que fuera necesario, resistir por todos los medios y unirse en unánime protesta contra los criminales manejos de los gobiernos. Ha llegado el momento de acabar con este estado de cosas donde el engaño, la expoliación, el robo son autorizados como método normal en las relaciones entre los pueblos; es decir, donde son violadas todas las reglas consideradas como obligatorias en las relaciones entre las personas privadas.