El intento golpista de octubre de 1971, y su vertiente de izquierda

Héctor Campora
Darío Herchhoren

El 8 de octubre de 1971, tuvo lugar en las ciudades de Azul y Olavarría en la provincia de Buenos Aires, un intento de golpe de estado militar con la intención de derrocar al presidente militar Alejandro Agustín Lanusse. El jefe de esa sublevación era el Teniente Coronel Florentino Diaz Loza, jefe del regimiento de tanques de Azul, y su segundo era el Teniente Coronel Amadeo de Baldrich, segundo jefe del regimiento de tanques de Olavarría.

Para explicar este golpe, que era distinto a todos los que se dieron en Argentina, es necesario remontarse en el tiempo a los albores de la existencia del estado argentino en el año 1810. El primer gobierno criollo asume el 25 de mayo de 1810, y ejercen el poder nueve vocales bajo la presidencia del Brigadier Cornelio Saavedra, y con dos secretarios que eran Mariano Moreno y Juan José Paso, ambos abogados. El día 29 de mayo de 1810, ese gobierno por decreto ordena la creación del ejército nacional, sobre la base de los regimientos existentes, y decide repatriar a España al último virrey español del Río de la Plata, que era Baltasar Hidalgo de Cisneros.

Ante este desafío al poder español las unidades militares fieles a Carlos IV primero y a Fernando VII después deciden ahogar en sangre a la nueva nación, y la atacan con toda su saña, a veces con mejor fortuna y otra vez con una fortuna peor. Pero no consiguen doblegar a la nueva nación, y en 1812, el coronel español José de San Martín que había huido en secreto de España, llega al puerto de Buenos Aires, a bordo de una fragata inglesa de nombre George Canning. De inmediato San Martín se pone a las órdenes del gobierno argentino de la época, que lo nombra Jefe del Estado Mayor del ejército, y le encomienda nada menos que batir al ejército español.

San Martín, el futuro libertador, comienza a crear un ejército, con muy pocos recursos, y como buen estratega militar entiende que la única manera de vencer al ejército español, era a través de Chile, liberando primero a ese país, y luego atacando al ejército español en Perú, donde estaba el grueso de su poder militar. Para ello, fuerza su designación como gobernador de Mendoza, provincia andina, que está junto a Chile, y allí alista a su ejército para cruzar los Andes, y atacar a los monárquicos. Se trata de una operación militar de extraordinaria complejidad, similar a la del general Anibal Barca cuando cruza los Apeninos para atacar a Roma.

San Martín en Mendoza, se gana el odio  de las clases adineradas, ya que ordena liberar los esclavos para incorporarlos al ejército de los Andes, y les impone gruesos impuestos para financiar el gasto militar.

San Martín venía de Europa, donde como coronel español había luchado contra Napoleón, pero pertenecía a una logia militar masónica, la logia Lautaro, que se había planteado la liberación de toda América. A esa logia también pertenecían Bolivar y Miranda, patriotas venezolanos.

El ejército argentino de aquella época era un ejército libertador, y la impronta de San Martín quedó grabada en  su ADN. Durante los 200 años de historia de Argentina como nación siempre hubo una lucha interna entre dos concepciones militares opuestas a saber: Una nacionalista o patriótica y otra oligárquica, con algunos tintes fascistas y en algunos casos nazis.

La revolución peruana encabezada por el General Manuel Velazco Alvarado, de orientación patriótica tuvo en esos tiempos una enorme influencia en el pensamiento militar, así como el nacionalismo egipcio del Coronel Gamal Abd El Nasser. Muchos militares argentinos se declaraban a si mismos nasseristas, y planteaban abiertamente la nacionalización de la banca, del subsuelo nacional, del comercio exterior, de las telecomunicaciones y de los servicios públicos (Luz, gas, agua, teléfonos). Es decir que eran partidarios de la intervención directa del estado, volviendo a las políticas intervencionsitas en lo económico del gobierno patriótico del General Perón de 1946.

Pero la Argentina de 1971 estaba gobernada por el general Lanusse, que había llegado a un acuerdo con todas las fuerzas políticas en lo que se llamó el Gran Acuerdo Nacional (GAN), para llamar a eleccciones el 11 de marzo de 1973, que fueron ganadas por el Dr. Héctor Cámpora en nombre del peronismo.

El grupo de oficiales que apoyaban al Teniente Coronel Florentino Diaz Loza, un respetado militar, y el mejor experto en guerra de blindados de Argentina en esos tiempos recelaban de Lanusse, y le acusaban de conducir el país a una entrega al capital transnacional, y se declaraban a si mismos como patriotas por encima de todo, de orientación cristiana, seguidores de la Revolución Peruana del General Velazco Alvarado, y defensores a ultranza de la soberanía nacional.

El golpe fracasa, y luego de 22 horas de tensión, los golpistas se rinden a las tropas que envía el General Lanusse, y sus dirigentes son detenidos y encerrados en un acuartelamiento militar en la provincia de La Pampa, en concreto en Toay, un lugar inhóspito, frío y alejado de todo.

Se les acusa de rebelión militar y otros delitos menores, y se les forma un tribunal militar, donde el fiscal pide penas de veinte años de prisión para los tenientes coroneles Diaz Loza y de Baldrich, y se les intima a que nombren defensores, ya sea militares o abogados civiles.

El teniente coronel Diaz Loza, pide a la Asociación Gremial de Abogados, que defendía a presos políticos bajo la dictadura militar del General Onganía y luego de Lanusse, que le recomienden a un abogado para que lo defienda. Tuve la inmensa fortuna de que dicha asociación me recomendara como abogado al Teniente Coronel Diaz Loza, quien me designó su defensor de inmediato. A raiz de ello, tuve larguísimas conversaciones con él, y me manifestó su admiración por la URSS, su cariño hacia la revolución cubana y su compromiso, con el pueblo argentino y sus tradiciones, y algo que me pareció definitivo en un militar, su concepción de que pueblo y ejército eran una sola cosa tal como proclamaron años después los militares portugueses de la revolución de abril de 1974.

El golpe de Azul y Olavarria de 1971 no era igual que los anteriores, y Florentino Diaz Loza fué finalmente condenado a la pena de un año y ocho meses de prisión, pasado a retiro y conservando el grado militar.

Mi defendido de entonces escribió un libro que se llama Las Armas de la Revolución, donde expone ampliamente su pensamiento y que recomiendo vivamente leer.

Fuí su amigo y confidente durante muchos años hasta su muerte, y saco como conclusión que para que se produzca una revolución en el tercer mundo debe contarse al menos con una parte de las fuerzas armadas.

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