En 1950 un físico estadounidense, Theodore A. Hall, informó a la URSS de un traicionero ataque furtivo de Estados Unidos con bombas nucleares, evitando el estallido de una nueva guerra mundial. Así lo asegura una nueva película documental, titulada “Un espía misericordioso” (A Compassionate Spy), que cuenta la biografía de Hall, un genio de la física que a los 17 años fue seleccionado para ayudar a fabricar la primera bomba atómica.
Tras licenciarse en la Universidad Harvard, Hall fue el físico más joven en trabajar en las primeras bombas atómicas elaboradas en Los Álamos, Nuevo México. Intervino en la fabricación de la bomba de plutonio utilizada en la prueba Trinity del 16 de julio de 1945, un mes antes de que matara a decenas de miles de civiles en Nagasaki.
Entre los bombardeos de Hiroshima, el 6 de agosto, y Nagasaki, el 9 de agosto, murieron alrededor de 200.000 civiles, y un número similar falleció en los meses posteriores a causa de la radiación.
El documental afirma que Hall compartió sus conocimientos con los soviéticos para evitar que en la posguerra Estados Unidos se encaminara hacia el fascismo y la dominación mundial, embriagado por el monopolio nuclear. Lo pronosticó correctamente porque en 1946 los especuladores de Wall Street y los industriales del armamento habían convencido a Truman, como muestra la película, para fabricar 400 bombas atómicas más para atacar a la Unión Soviética en 1950, matar a millones de sus habitantes y apoderarse de sus enormes tierras y recursos naturales.
Nueve meses después de empezar a trabajar en la bomba, en octubre de 1944, a Hall le permitieron celebrar su 19 cumpleaños en Nueva York. Fue allí donde hizo su primer contacto con un soviético, Serguei Kurnakov, que era escritor y miembro encubierto de los servicios de inteligencia. Hall entregó a los soviéticos planos detallados de la bomba de plutonio, utilizando a veces como correo a su amigo Saville Sax, con quien compartía habitación en Harvard.
La información de Hall corroboró lo que los soviéticos recibían independientemente del científico Klaus Fuchs. Los científicos soviéticos llegaron a hacer una copia virtual de la bomba de Nagasaki, que era la especialidad de Hall.
Los soviéticos hicieron explotar una bomba de prueba el 29 de agosto de 1949, entre dos y cinco años antes de lo previsto por los estadounidenses. Según el documental, Truman se vio entonces obligado a cancelar sus planes de invadir la URSS por las posibles represalias soviéticas.
Kennedy se enfrentó a un dilema similar durante la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, cuando los capitalistas de Wall Street, el Pentágono y la CIA, creada bajo el mandato de Truman en 1947, vieron la oportunidad de aniquilar a los pueblos soviéticos de varias regiones. Estados Unidos había intentado destruir la Unión Soviética desde que el gobierno de Wilson invadió Rusia tras la revolución bolchevique de 1918. Cuando Kennedy eligió otro camino, un bloqueo naval de Cuba, funcionó. Los misiles fueron retirados. Sin embargo, Kennedy había firmado su sentencia de muerte.
Sin embargo, la política no es el núcleo del documental, sino la historia de amor de Hall y su esposa Joan, entrelazada con la historia de la fabricación de la bomba atómica.
El periodista y productor Dave Lindorff inició la idea de la película en 2018. Junto con el director Steve James y el también productor Mark Mitten, comenzaron entrevistando a Joan, que ahora tiene 93 años. Les entregó una cinta de vídeo que Hall, por sugerencia de su abogado, hizo para la historia, en la que explica su ofrecimiento voluntario como espía soviético en Los Álamos.
Alardeando de ser “la mayor democracia del mundo”, Estados Unidos mató gratuitamente a cientos de miles de civiles japoneses en la Guerra del Pacífico y luego apuntaron a millones más para que murieran en la URSS justo cuando la Segunda Guerra Mundial fue ganada, principalmente por los soviéticos.
Dos científicos, Hall y Klaus Fuchs lo impedieron y merecen el reconocimiento mundial de todos los seres humanos que tengan algún sentido de la solidaridad y la paz mundial.
Los científicos del Proyecto Manhattan
Cuando Hall llegó a Los Álamos, el físico Robert Oppenheimer era el científico al mando, pero todo el Proyecto Manhattan dependía del ejército, con el general Leslie Groves al mando. No había aceras y había que vadear el barro.
Hall odiaba el ejército, pero no tenía elección. En una entrevista grabada, le dice a Joan que los soviéticos eran cálidos, serviciales, encantadores, incluso divertidos; nada autoritarios. Se pusieron de acuerdo sobre cómo llevar a cabo la comunicación, que duró casi dos años. Uno de los métodos consistía en crear códigos a partir de pasajes del poema “Hojas de hierba” de Walt Whitman.
Cuando se produjo la prueba de Los Álamos, el 16 de julio de 1945, los aliados estaban en la Conferencia de Potsdam: Truman, Stalin y Churchill, además de Clement Attlee, que acababa de derrotar abrumadoramente a Churchill para el puesto de primer ministro. Stalin reiteró a Truman el acuerdo con Roosevelt en Yalta de que enviaría tropas soviéticas para ayudar a derrotar a Japón. Pero no era eso lo que Truman quería. Planeaba utilizar la bomba atómica para evitar que los soviéticos compartieran la victoria en la guerra.
Muchos científicos del Proyecto Manhattan no querían que se lanzara la bomba sobre Japón, especialmente sobre los civiles. Cuando el general Groves informó del plan a algunos científicos de alto nivel, uno de ellos, Joseph Rotblat, dimitió. Einstein y el físico danés Niels Bohr, que había recibido el Premio Nobel de Física en 1922, querían que Roosvelt compartiera información sobre la bomba con los soviéticos.
Bohr había huido de Dinamarca al principio de la guerra al enterarse de que las fuerzas nazis de ocupación estaban a punto de detenerle. Pasó a formar parte del Proyecto Manhattan y animó, tanto a Churchill como a Roosevelt, a compartir conocimientos. Roosevelt hizo que el FBI le vigilara.
Justo después de que terminara la guerra en Europa Churchill impulsó su propio plan: la Operación Impensable. Pretendía utilizar tropas alemanas capturadas pero rearmadas y tropas británicas para invadir ciudades de Europa del Este bajo control soviético, y bombardear tres ciudades de la Unión Soviética con bombas atómicas. Truman dijo que tenían que esperar ya que sólo tenía las suficientes para lanzar sobre Japón.
Otros científicos nucleares escribieron una carta a Truman pidiéndole que no lanzara la bomba sobre civiles, sino que invitara a los dirigentes japoneses a presenciar la prueba que se iba a realizar y así fomentar una rendición. Entregaron la carta al general Groves, que decidió no remitirla al Presidente.
Incluso los generales estadounidenses más curtidos no querían que se lanzara la bomba. Acababan de bombardear y devastar 64 ciudades. Sabían de primera mano que Japón estaba acabado.
Eisenhower fue uno de los generales de alto rango que cuestionó la conveniencia de lanzar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki: “El Secretario de Guerra Stimson visitó mi cuartel general de la Secretaría de Guerra en Alemania [y] me informó de que nuestro gobierno se estaba preparando para lanzar una bomba atómica sobre Japón. Yo era de los que pensaban que había una serie de razones de peso para cuestionar la conveniencia de tal acto: lanzar la bomba era completamente innecesario. Yo [también] pensaba que nuestro país debía evitar escandalizar a la opinión mundial con el uso de un arma cuyo empleo, en mi opinión, ya no era obligatorio como medida para salvar vidas estadounidenses. Yo creía que Japón estaba buscando en ese mismo momento alguna forma de rendirse con la mínima pérdida de ‘prestigio’. El Secretario se quedó profundamente perturbado por mi actitud”.
Los generales Douglas MacArthur y Curtis LeMay acababan de bombardear casi todas las ciudades japonesas. Ambos tenían la misma opinión que Eisenhower. Además, su uso podría conducir a una mayor proliferación nuclear. Nueve países poseen hoy bombas nucleares.
Repite la misma mentira mil veces
A pesar de que no era necesario, Truman se mantuvo firme. Afirmó que el bombardeo salvaría la vida de 20.000 soldados estadounidenses de morir en combate. No sabemos cómo llegó a esa cifra, pero era demasiado baja para justificar los cientos de miles de civiles muertos por las dos bombas atómicas. En pocos años, la propaganda inventó la cifra de un millón de vidas salvadas.
Truman y otros dirigentes estadounidenses aprendieron de su principal enemigo, el propagandista nazi Joseph Goebbels. Para ganarte a las masas, di una mentira, una gran mentira, repítela en todas partes una y otra vez. Como dice Joan en el documental: “A la población no se la enseña a pensar. Se forman opiniones según lo que les dicen los medios de comunicación y las escuelas”.
La estremecedora información sobre la crueldad de Estados Unidos hacia los civiles japoneses y sus despiadados planes para diezmar a millones de personas de las 193 nacionalidades de la URSS, se ve respaldada en la película por noticiarios de archivo e información desclasificada, incluidos planes de ataque ilustrados por el Pentágono.
Los principales propietarios de bancos, directores ejecutivos e industriales del armamento instaron a Truman a apoderarse de las 15 repúblicas de la URSS, con el fin de engordar los beneficios de Wall Street.
En aquellos tiempos la propaganda gubernamental y los medios de comunicación se inclinaban hacia los soviéticos favorablemente. Estaban sufriendo muchos millones de muertes y, después de tres años de ocupación de gran parte de la URSS por las tropas nazis alemanas y las tropas finlandesas aliadas del Eje, los soviéticos estaban cambiando las tornas.
Además de muchos noticiarios favorables, “Misión en Moscú” es una película de 1943 basada en un libro de 1941 del antiguo embajador de Estados Unidos en la Unión Soviética, Joseph E. Davies. Roosevelt, que quería que se difundieran el libro y la película. El libro vendió 700.000 ejemplares y se tradujo a 13 idiomas. El documental utiliza fragmentos de la película de 1943, financiada por el gobierno para relatar las experiencias de Davies en la URSS.
El 14 de febrero de 1945, sólo tres meses antes del final de la guerra en Europa, la revista Life publicó un favorable artículo de portada sobre la Unión Soviética, lo bien que vivía la gente, lo mucho que sufrían con la guerra y lo valientes que eran. Un año después de los elogios de la revista Life, se estaban preparando varias operaciones de guerra nuclear, entre ellas la Operación Dropshot. En ella se preveía fabricar entre 300 y 400 bombas nucleares y lanzar 29.000 bombas altamente explosivas sobre 200 objetivos en 100 ciudades de la Unión Soviética.
El desolador balance de la Segunda Guerra Mundial
La guerra causó entre 70 y 85 millones de muertos (el 3 por cien de la población mundial) y un número incalculable de heridos graves. La mitad de los muertos fueron ciudadanos de la Unión Soviética y China. Los chinos perdieron entre 15 y 20 millones, aproximadamente el 3-4 por cien de su población. Los soviéticos perdieron entre 16 y 18 millones de civiles y entre 9 y 11 millones de soldados, aproximadamente el 14 por cien de su población.
Un número similar resultó gravemente herido. La URSS perdió 70.000 pueblos, 1.710 ciudades y 4,7 millones de casas. De las 15 repúblicas que componían la URSS, perdió el 12,7 por cien de su población: 14 millones, algo más de la mitad eran civiles. Ucrania perdió casi siete millones, más de cinco millones de civiles, un total del 16,3 por cien de su población.
Estados Unidos perdió sólo 12.000 civiles, 407.300 militares, es decir, menos del 1 por cien de su población. Inglaterra perdió apenas el 1 por cien de su población.
En 2015 el Archivo de Seguridad Nacional, ubicado en la Universidad George Washington, publicó documentos gubernamentales desclasificados que revelaban que, en 1956, tras desechar sus planes anteriores de lanzar bombas atómicas sobre la Unión Soviética, Estados Unidos planeó emplear la nueva bomba de hidrógeno contra las poblaciones de la URSS, Europa del Este y China.
El espía se afilia al Partido Comunista
Tras la guerra, Hall se matriculó en la Universidad de Chicago para obtener el doctorado y conoció a Joan, su mujer. Le contó lo que había hecho en Los Álamos y tenía que jurar guardar el secreto. Joan se sintió orgullosa de él. Sus abuelos eran judíos rusos. Se casaron y se afiliaron al Partido Comunista. Veían a los comunistas de Chicago como buenas personas, que defendían la paz mundial y apoyaban a los negros y a los sindicatos obreros.
Hall fue un científico pionero en técnicas de microanálisis de rayos X y se mantuvo en contacto con la inteligencia soviética, hasta que el FBI llamó a su puerta. El Servicio de Inteligencia de Señales del ejército de Estados Unidos había descrifrado algunos mensajes soviéticos. Era el Proyecto Venona. En enero de 1950, descubrieron dos cables, uno que identificaba a Hall y Sax, y otro a Klaus Fuchs, como espías soviéticos.
Hasta la publicación de los documentos cifrados a principios de 1995, casi todo el espionaje relacionado con el programa nuclear de Los Álamos se atribuía a Klaus Fuchs. Había sido detenido en Gran Bretaña por el MI5. Cumplió 9 de los 14 años de condena y al salir se fue a vivir a Alemania Oriental.
El FBI también vigiló al hermano mayor de Hall, Edward, pero la Fuerza Aérea necesitaba protegerle para que pudiera continuar con la fabricación de cohetes. Fue el padre del programa de misiles balísticos intercontinentales (ICBM) y del misil Minuteman.
El archivo del FBI sobre Edward consta de 130 páginas e incluye comunicaciones entre Hoover y el jefe de la Oficina de Investigaciones Especiales de las Fuerzas Aéreas, el general Joseph F. Carroll, antiguo policía del FBI. En plena caza de brujas del senador McCarthy, Carroll bloqueó la persecución que Hoover pretendía emprender contra Ted Hall, temiendo que su detención obligara a las Fuerzas Aéreas a perder a su hermano, el principal experto en misiles.
En su lugar, las Fuerzas Aéreas ascendieron a Edward Hall a teniente coronel y más tarde a coronel, e impidieron que el FBI detuviera a ninguno de los hermanos. El FBI también necesitaba ocultar a los soviéticos cómo habían descifrado el código. Así que se conformó con interrogar una vez a Hall en marzo de 1951, negándose a responder a las preguntas. Lo intentaron de nuevo unos días más tarde, pero se marchó ante la mirada de los policías. El FBI mantuvo entonces su vigilancia sobre Hall y su mujer Joan, que incluía la intervención del teléfono.
El asesinato de los Rosenberg
Para huir del FBI, Hall dejó Chicago para investigar en biofísica en el Memorial Sloan-Kettering de Nueva York. Un día pasaron por la prisión de Sing Sing, donde Ethel y Julius Rosenberg iban a ser ejecutados ese mismo día. Supuestamente Julius había participado en la transmisión de información del Proyecto Manhattan a los soviéticos, aunque no trabajaba allí.
Hall se sintió culpable. Debería haberse entregado para salvar a los Rosenberg. Pero su mujer no vaciló. El gobierno, le dijo, le habría apartado de ella y de los hijos, y habrían continuado con la ejecución de Ethel y Julius. Tenía razón.
En 1962 decidieron poner más tierra por medio y se trasladaron a la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, donde le ofrecieron un puesto de investigador en el laboratorio de investigación de microscopía electrónica de Vernon Ellis Cosslett.
Cuando en 1995 se hicieron públicos algunos archivos Venona, Joseph Albright y Marcia Kunstel expusieron en un libro a los científicos que habían espiado para los soviéticos. Los medios de comunicación rodearon la casa de los Hall en Cambridge. Fueron calumniados por los medios como traidores. Samuel T. Cohen, padre de la bomba de neutrones y buen amigo de Hall en Los Álamos, se volvió en su contra. Dijo que debería ser llamado de nuevo al ejército, sometido a un consejo de guerra y ejecutado.
En un fragmento de la serie “Guerra Fría” que la CNN nunca emitió, Hall declara: “Decidí entregar los secretos atómicos a los rusos porque me parecía importante que no hubiera un monopolio que pudiera convertir a una nación en una amenaza y soltarla por el mundo como… si fuera la Alemania nazi. Parecía que sólo había una respuesta a lo que uno debía hacer. Lo correcto era actuar para romper el monopolio estadounidense”.
Hall murió en 1999 de Parkinson y cáncer renal. Una de las últimas declaraciones públicas que hizo justo antes de morir fue animar a las próximas generaciones a exigir que nadie vuelva a poner al mundo en ante el riesgo de una nueva guerra mundial.
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