Que a estas alturas de la pandemia un demagogo como Neil Ferguson tenga la cara-dura de seguir publicando artículos seudocientíficos no deja de sorprender; que una revista como Nature se preste a publicarlos es aún peor (*). Demuestra lo bajo que está cayendo eso que hoy califican como “ciencia”.
Esa “ciencia” es una verdadera cloaca. No cabe otra explicación cuando Ferguson y sus secuaces se jactan de sus errores y los siguen amplificando, sin que los revisores de Nature pongan objecciones. Es evidente que no se trata de una chapuza más o menos gorda de un equipo científico en concreto sino de un estado general. En el mejor de los casos, la ciencia ha vuelto a los tiempos oscuros de la alquimia.
La tarea de Ferguson es puramente política: salir en defensa de los gobiernos que han impuesto el confiamiento porque, según dice, ha evitado tres millones de muertes en Europa.
Al principio de la pandemia las cábalas de este mequetrefe auguraban que eso que llaman “covid-19” era una enfermedad con una elevada mortalidad que podía matar a dos millones de estadounidenses, 550.000 británicos, 500.000 franceses, 650.000 alemanes, 100.000 holandeses y 70.000 suecos. Las medidas convencionales de contención de las epidemias, aseguraba Ferguson, no podrían limitar la mortalidad y los hospitales quedarían colapsados.
Sólo las medidas estrictas de distanciamiento social podían evitar una catástrofe sanitaria y poblaciones enteras deberían ser obligadas a permanecer en cuarentena en sus viviendas de manera indiscriminada, es decir, tanto si están contagiados como si están sanos.
Afortunadamente, algunos países europeos (Suecia, Bielorrusia, Holanda y Finlandia) no siguieron las instrucciones de Ferguson al pie de la letra y se negaron al confinamiento indiscriminado. De esa manera, la evolución de la epidemia en esos países permite juzgar las predicciones de Ferguson.
En Suecia los hospitales no colapsaron nunca. El crecimiento de contagios no fue exponencial, como establecen los modelos epidemiológicos, incluido el de Ferguson, sino lineal. El pronóstico era de 70.000 muertes y las cifras reales son de 9.262 hasta este mes, sin mascarillas, sin distanciamiento, sin cierre de escuelas…
En Holanda, durante los primeros 18 días de pandemia, los contagios se multiplicaron exponencialmente. El número de contagiados fue dos veces superior al pronosticado por Ferguson, pero los hospitales holandeses nunca se vieron colapsados. Según Ferguson se deberían haber producido 100.000 muertes, pero la cifra real es ocho veces menor: hasta el 9 de enero de este año el número es de 12.084 según la OMS.
El caso es mucho más simple en Finlandia y Bielorrusia: a pesar de que no hubo confinamiento, no se puede hablar de pandemia y, en cualquier caso, nunca constituyó un problema de salud.
Por consiguiente, los modelos epidemiológicos no es que se equivoquen, sino que son falsos y se han elaborado para imponer y justificar el confinamiento.
Otra conclusión que se desprende de las cifras reales: el confinamiento indiscriminado no sirve para nada. Los cinco principales países europeos que han confinado indiscriminadamente se encuentran entre los cinco primeros países europeos en términos de mortalidad por millón de habitantes, con una tasa de 1.720 en Bélgica, 1.278 en Italia, 1.105 en España y 1.018 en Francia.
Pero la propaganda política va a decir lo siguiente: en un determinado país en el que se deberían haber producido 800 muertes sin confinamiento, según los augurios informáticos, “sólo” han muerto 100 personas gracias al confinamiento; luego hemos logrado reducir el número de muertes a la octava parte. Hemos salvado a 700 personas de una muerte segura. Es lo que repite Pedro Sánchez para España. No hay más que inflar las cifras: cuanto peores eran los pronósticos, más vidas habremos salvado.
(*) https://www.nature.com/articles/s41586-020-2405-7
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