A principios de junio el gobierno malayo impuso un nuevo confinamiento de todo el país, que ha tenido un fuerte impacto en el nivel de vida de la población campesina. Los comercios están cerrados y las actividades “no esenciales” se han paralizado.
Los cultivadores de hortalizas, fresas y flores de Cameron Highlands se quejan del colapso de las ventas, las subidas de precios y las dificultades para encontrar trabajadores.
Cameron Highlands es una “Hill Station”, una de las muchas “estaciones de montaña” que se crearon en la época del Imperio Británico para ofrecer a los colonos un refugio más fresco cuando el calor del verano agobiaba las llanuras.
Situada al norte de Kuala Lumpur, alberga muchas plantaciones de té, pero también cultivos que también prefieren el frescor de la altitud.
En la región los campesinos se han visto muy afectados por los confinamientos, que han creado una grave escasez de mano de obra y siguen manteniendo alejados a los turistas.
“Llevo 40 años trabajando y esta pandemia es la peor crisis que he vivido”, afirma Chai Kok Lim, presidente de la Organización de Productores de Hortalizas de Cameron Highlands.
El caso de la plantación Cameron Bharat -que gestiona 240 hectáreas de cultivos de té- es emblemático de las dificultades de toda la región.
El número de turistas que visitan la plantación es ahora casi nulo debido al cierre de fronteras. La plantación ha tenido que clausurar dos tiendas que normalmente acogen a los visitantes, lo que supone un importante ingreso adicional.
El gerente Francis Xavier dice que también le faltan trabajadores para estas ingratas tareas, que atraen a pocos malayos. Normalmente, la mayor parte de la fuerza de trabajo procede del extranjero. Pero el cierre de fronteras impide que estos trabajadores entren en Malasia.
“Si no tenemos suficientes trabajadores, no podremos mantener nuestro programa de producción y eso afectará a nuestro volumen de negocio”, explica.
Parveen Kumar Mohan cultiva crisantemos, una flor utilizada por la minoría india de Malasia en festivales y ceremonias religiosas. A él también le resulta difícil encontrar trabajo. Y de todos modos, dice: “No puedo vender porque no hay demanda. Los templos están cerrados y no hay turistas.
Chai Kok Lim está convencido de que al final la población campesina saldrá perdiendo. “Debido a la falta de mano de obra, estamos produciendo menos verduras y los precios subirán”, advierte.