El cine como aparato de propaganda del Pentágono

En 2004 el periodista David L. Robb escribió el libro “Operación Hollywood” en el que documenta las relaciones del Pentágono con Hollywood y la industria del cine. A cambio de dinero, el ejército presta helicópteros, tanques, instalaciones o portaaviones y, además, cambia, elimina y añade textos a los guiones originales, así como personajes, escenas, localizaciones…

Las películas del Pentágono son muy conocidas: Top Gun, Forrest Gump, Armageddon, Jurasic Park III, Superman, Black Hawk, Transformers… Si el Pentágono invade cualquier país con sus tanques, Hoolywood invade cualquier pantalla con sus películas. Muchas personas escriben contra las agresiones militares, pero muy pocas sobre las agresiones ideológicas. Simplemente, porque no las consideran agresiones.

En cada película la colaboración del Pentágono está valorada en varios millones de dólares, que es lo que cuesta alquilar un helicóptero de guerra, hacer volar un avión, reproducir un portaaviones nuclear en un estudio… Un acuerdo financiero con el Pentágono es imprescindible para rodar una película de presupuesto elevado.

Es mucho más que censura; es la promoción activa de un cierto tipo de cine, que tiene poco que ver con el arte. En 1927 “Wings” (Alas), de William Wellman, fue la primera película rodada en colaboración con la Fuerza Aérea. Con el tiempo, en el Pentágono se creó un departamento espacial para gestionar la colaboración entre la ideología y la milicia.

En la posguerra el departamento estuvo a cargo de un oficial, Don Baruch, que en 1949 firmó, junto con John Horton, también militar, el primer acuerdo de colaboración del Pentágono con la patronal de la industria cinematográfica.

Para apreciar la intervención del Pentágono en una película hay que mirar a donde nadie mira: los títulos de crédito que aparecen al final. Entonces es posible que encuentre el nombre de Philip M. Strub, que no le dirá nada al lector.

Desde 1989 el oficial Strub dirige el departamento de relaciones del Pentágono con la industria cinematográfica. Empezó a finales de los sesenta de relaciones públicas con la Marina y hoy es un personaje influyente en Hollywood, más que Julia Roberts, Schwarzenegger o Stallone. Cuando alguien quiere la colaboración del Pentágono para una película, lo primero que tiene que hacer es poner el guión encima de la mesa de Strub para que de el visto bueno al proyecto. Sin él la mayor parte de las películas más conocidas de Hollywod de los últimos años no hubieran llegado a las pantallas del mundo entero.

Las películas de interés para el Pentágono son aquellos que contribuyen al reclutamiento de la carne de cañón, la tropa que luego envían a las guerras. La obra maestra de propaganda es “Top Gun”, de Tony Scott, que convirtió a Tom Cruise en una estrella del cine. “Top Gun logró que América amara la guerra”, tituló el Washignton Post (*). Cuando se estrenó en 1986, la Marina instaló mesas de reclutamiento en algunos de los principales cines que la proyectaban para aprovechar el tirón de los jóvenes que salían de verla, y no les fue nada mal: tras el éxito de “Top Gun”, obtuvieron la mayor cantidad de reclutas en muchos años.

Naturalmente que la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos prohibe este tipo de prácticas, pero allá ocurre como acá: todos los días se limpian el culo sucio con ese tipo de papeles.

(*) https://www.washingtonpost.com/opinions/25-years-later-remembering-how-top-gun-changed-americas-feelings-about-war/2011/08/15/
gIQAU6qJgJ_story.html

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