Durante la crisis de los misiles de 1962, Francia espió para Estados Unidos en Cuba

En 1962, durante la crisis de los misiles, Francia espió para Estados Unidos en Cuba. Fue una de la más importantes operaciones en la historia del espionaje galo. La crisis de los misiles fue la más grave de la Guerra Fría y estuvo a punto de desencadenar un enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

A petición del gobierno de Truman, en abril de 1952 el dictador cubano Fulgencio Batista rompió relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. El 4 de febrero de 1960, ya con los revolucionarios de Fidel Castro Ruz en el poder, el viceprimer ministro del Gobierno soviético, Anastas Mikoyan, realizó una visita oficial a La Habana. Sin mayores preámbulos se firmaron varios acuerdos comerciales, los que resultaron muy ventajosos para Cuba en momentos que Estados Unidos empezaba su agresión económica. También se acordaron otros sobre asistencia militar. Tres meses después se restablecieron las relaciones diplomáticas.

Para la fecha, Washington auspiciaba las incursiones militares y actos terroristas de los leales a Batista, y negaba la venta a la joven revolución hasta de repuestos para el armamento recuperado a la dictadura. Además presionaba a sus aliados para que no le vendieran armamento o no entregaran las que ya habían sido pagas por Batista con dinero público. Tan solo Bélgica se negó a obedecer y vendió armas y granadas: el 4 de marzo de 1960 el barco francés “La Coubre” que las llevaba explotó en la bahía de La Habana, dejando más de 200 heridos y unos 70 muertos.

El 17 de abril de 1961 una fuerza mercenaria compuesta por más de mil hombres, entrenada, dirigida y armada por la CIA, trató de invadir a Cuba por bahía de Cochinos, pero fue vencida en menos de 70 horas. El presidente Kennedy, que se tomó esta derrota como una terrible humillación para Estados Unidos, ordenó que se preparara un plan que contuviera medidas políticas, militares, económicas y propagandísticas contra Castro y su revolución. Así nació, como estrategia de Seguridad Nacional, la Operación Mangosta, cuyo objetivo final era una invasión directa de los Marines.

Mientras Washington tenía como único fin acabar con la revolución, Moscú continuaba incrementando con ella beneficiosos acuerdos comerciales y ayudaba en la necesaria modernización de la defensa militar. Cuando los servicios de inteligencia soviéticos comprobaron el fin que encerraba Mangosta, se lo comunicaron a Cuba. Es así como los revolucionarios sugieren al dirigente soviético Nikita Jrushchov la instalación de una fuerza de disuasión en su territorio, que incluya misiles balísticos. Este no se hizo insistir, pues poco antes Washington había enclavado en Turquía e Italia, misiles nucleares capaces de llegar a su territorio en pocos minutos.

Era un paso arriesgado, pero así los soviéticos podrían disuadir a Estados Unidos de no atacarlos pues desde Cuba también podrían llegar a su territorio en los mismos breves lapsos de tiempo. A la época la brecha de poder nuclear era inmensa: Estados Unidos poseía 5.000 ojivas nucleares, ante las 300 de los soviéticos.

El 21 de mayo de 1962, el Consejo de Defensa soviético aprobó la Operación Anadyr: entre junio y octubre de 1962 se fueron desplegando, entre otros, fuerzas convencionales y 24 plataformas de lanzamiento de misiles balísticos, con la capacidad de portar ojivas nucleares. Todo en un total secreto, aunque la dirigencia cubana había pedido que se hiciera público tal convenio. Los estadounidenses no prestaron mayor atención al creciente aumento del tráfico naval soviético hacia Cuba. Aún el 29 de agosto el presidente Kennedy afirmaba, en una conferencia de prensa, que no tenía informaciones sobre la presencia en Cuba de tropas soviéticas y menos de misiles.

Dean Acheson, ex jefe del Departamento de Estado, le hizo entrega al presidente francés Charles de Gaulle de una carta enviada por Kennedy. En ella le informaba de una decisión tomada después de una semana de investigaciones y discusiones ultra secretas: a las 19 horas de Washington, media noche en París, anunciaría la instauración de un bloqueo alrededor de Cuba. “Cubrirá armamento de todo tipo, en un futuro próximo también cubrirá los productos del petróleo y, si se hace necesario más adelante, será total”.

Es que en la mañana del 14 de ese mes, un avión espía U2 realizó 928 fotografías durante seis minutos. El día 15 un equipo de interpretación de imágenes identificó plenamente los componentes de los emplazamientos de cohetes de alcance medio SS-4 (R-12 para los soviéticos). Eran evidencias sólidas. Desde el 9 de octubre Kennedy había autorizado esos vuelos, pero el mal tiempo sobre Cuba, muy nublado, no había permitido las tomas. En el informe de la reunión se precisó: “Parece que los sistemas de armas que se están instalando aún no están completos […] Se trata de impedir la llegada de aquellas”.

El día 16 el consejero especial para Asuntos de Seguridad puso al tanto a Kennedy, quien citó inmediatamente a una reunión urgente al grupo asesor para casos de máxima seguridad. Entre las primeras medidas que salieron de aquella reunión fue organizar al Comando Unificado del Atlántico, que tendría en sus manos el mando para las acciones militares que se tuvieran que realizar. A este estarían subordinadas todas las fuerzas terrestres, navales y aéreas estadounidenses de la región.

Según el informe secreto de la reunión, de Gaulle entendió que Kennedy no le pedía opinión o participación, por tanto expresó: “Francia no puede oponerse a ello, porque es normal que un país se defienda, incluso como medida preventiva, si está amenazado y tiene los medios para defenderse”.

Según dijo Acheson en el informe presentado en Washington, de Gaulle le expresó: “Apruebo la política de firmeza de su presidente”. Quedando sorprendido por tal actitud: “En esta ocasión, Francia es un aliado más fiel y tranquilizador para Washington que Londres, que teme el pacifismo de su prensa y el de la opinión pública”. Es de precisar que además de De Gaulle, Kennedy informó solamente al primer ministro británico, Harold MacMillan, y al canciller alemán Konrad Adenauer.

No se esperaba tal solidaridad del presidente francés, sin el mínimo juicio ni interrogante, cuando existían choques políticos entre estas naciones por temas geoestratégicos. Y, en particular, de Gaulle era de los pocos mandatarios que se negaba a romper relaciones o sumarse al bloqueo económico y político que auspiciaba Washington contra Cuba. Al final del intercambio con Achelson, dos representantes de la CIA le mostraron, y explicaron, al presidente de Gaulle cartas y fotografías de algunos sitios en Cuba donde se encontraban las instalaciones soviéticas.

En esa reunión, según el informe, se dijo que los objetivos de Jrushchov eran que Estados Unidos dejara de amenazar con sus misiles a la Unión Soviética y sus aliados; que no invadiera a Cuba; lograr “la confusión moral en el hemisferio occidental”; “a nivel diplomático Jrushchov tiene la oportunidad de decir: Hablemos de la eliminación de todas las bases militares en territorio extranjero”.

“El general de Gaulle estima que Jrushchov ha concebido alrededor de Cuba una vasta maniobra que permita hablar de bases militares pero también de Berlín ; presionar para lograr conversaciones directas ruso-americanas y para impresionar a los países de América Latina. Este asunto es muy serio, pues Estados Unidos habían asegurado la defensa de Europa para impedir que Europa no se convierta en una base anti-americana, y ahora vemos que tal base existe en América”.

Esa noche del 22 de octubre, Kennedy diría en su breve discurso: “Esta urgente transformación de Cuba en una base estratégica […] constituye una evidente amenaza a la paz y a la seguridad de todos los americanos, en flagrante y deliberada violación […] de las tradiciones de esta nación y de este hemisferio […], de la Carta de las Naciones Unidas y de mis propias y públicas advertencias a los soviéticos”.

Casi al terminar expresó: “Nuestra historia, a diferencia de la soviética […], demuestra que no tenemos el menor deseo de dominar o conquistar a cualquier otra nación, o de imponer a su pueblo nuestro sistema”. Cuando el mensaje recorrió al mundo, muchos sonrieron con sorna.

El 28 de octubre soviéticos y estadounidenses llegaron a un acuerdo: el retiro de los misiles de Cuba, Italia y Turquía; y el compromiso estadounidense de no invasión a Cuba. Estas negociaciones se hicieron a espaldas de los miembros de la OTAN, y del principal involucrado, Cuba.

Ese respaldo absoluto no fue la única intervención de Francia en esa crisis: tuvo un papel determinante antes de que comenzara. De Gaulle no se sorprendió ni se inquietó por el anuncio de Kennedy, y no solo por estar seguro que no habría guerra nuclear. Es que el general estaba al tanto de la Operación Anadyr, pues sus servicios de espionaje la detectaron en Cuba prácticamente desde un principio.

Antes del triunfo de la Revolución, Cuba era para el gobierno francés, “una zona americana, un lugar divertido para multimillonarios y mafiosos”.

Desde que Fidel Castro llegó al poder, las cosas cambiaron drásticamente pues se le dio reconocimiento al Frente de Liberación Nacional, FLN, que luchaba contra Francia por la independencia de Argelia, con todo lo que ello implicaba: entrenamiento, armas y apoyo diplomático en organizaciones mundiales, como la ONU. Algo terrible para Francia. Entonces París decidió enviar, en septiembre 1959, al embajador Roger du Gardier. Este había estado en el mismo cargo en Guatemala durante el derrocamiento al presidente Jacobo Arbenz, urdido por Washington de principio a fin, en junio de 1954. Se necesitaba de su experiencia, y particularmente, del acercamiento que du Gardier había logrado con la CIA en el país centroamericano. Cuba unía los intereses de ambas naciones, cuando otros temas los separaban.

Philippe Thyraud de Vosjoli, alias Lamia, tuvo que visitar Cuba con más frecuencia. Él era, oficialmente, vicecónsul de Francia en Washington encargado del control de visas, pero en realidad era el enlace entre el Servicio de documentación exterior y de contraespionaje, SDECE, y la CIA. Con contactos entre la burguesía cubana, ahora debía “consolidar las redes de información existentes”.

En coordinación con el embajador du Gardier, realizó una labor muy eficiente, diría en sus Memorias.

De Vosjoli contó que después de la derrota en Bahía de Cochinos el jefe de la CIA lo citó de urgencia. Allen Dulles, al que se tenía como responsable de esa humillación, le dijo que las comunicaciones con sus contactos estaban interrumpidas: “No sabemos nada de lo que está pasando en La Habana”. Siendo francés no levantaría mayores sospechas entre las autoridades cubanas, por lo que le propuso de ir para que le informara. París lo autorizó, y el 27 de abril de 1961 viajó desde Miami; regresó el 3 de mayo, y un vehículo lo llevó directamente a la sede de la CIA.

Con lo narrado, Dulles hizo un informe a Kennedy, el que se utilizó el día 5 en el Consejo Nacional de Seguridad donde el único punto fue Cuba. De ahí salió la decisión de seguir buscando el fin de Fidel Castro y su revolución, pero también la urgencia de hallar información sobre los acuerdos militares entre la URSS y Cuba.

Ahora Dulles le pidió a de Vosjoli que la seguridad francesa le facilitara las informaciones que obtuvieran sobre Cuba. La jefatura de la SDECE estuvo de acuerdo. Poco después la CIA entregó a de Vosjoli un minúsculo transmisor de última generación, que fue instalado en una apartada oficina de la embajada francesa. Desde ese lugar salían las informaciones directamente a la estación de la CIA en Miami.

Así du Gardier y de Vosjoli se convirtieron en los mejores colaboradores de la CIA; a espaldas de sus jefes en París llegaron a trabajar más para ella que para sus instituciones. O más claro: el embajador francés “se convertiría en un notable oficial de inteligencia”, cuyos telegramas “permitirían seguir casi a diario el desarrollo de la Operación Anadyr”.

Entre tanto, el presidente de Gaulle había dado la orden de buscar información y medios para impulsar el poder atómico francés. De Vosjoli vio que la labor que estaban desarrollando en Cuba, era de primera necesidad para Washington, podía ser intercambiada. Pero por disposición del Congreso, Estados Unidos no podía entregar información, ni computadores y menos uranio enriquecido. Kennedy, que tampoco lo quería, en enero de 1962 autorizó a la CIA para que facilitara lo que tuvieran sobre el desarrollo nuclear soviético.

Mientras la CIA entregaba documentación poco interesante, el 28 de mayo París daba la autorización para que la CIA tuviera su propia oficina en la embajada gala en La Habana. De Vosjoli se encargó de llevar en la valija diplomática los equipos de interceptación y comunicación más sofisticados con que contaba la CIA.

Según sus Memorias, para fines de julio los informantes y el embajador du Gautier empezaron a mencionarle “la llegada de barcos soviéticos a La Habana y, extrañamente, a Mariel, un pequeño puerto que raramente aparece en los mapas de Cuba […] y me intrigó mucho que ese puerto se cerrara a los cubanos y los soldados soviéticos descargaran los barcos ellos mismos. ¿Qué objetos preciosos pudo haber enviado Jrushchev a Cuba?”

El oficial del SDECE continuó diciendo que a partir de “varias fuentes, generalmente muy bien informadas”, conoció de la llegada “desde principios de agosto de grandes grupos de jóvenes […] que desembarcaron por la noche de barcos rusos en los puertos de Mariel y Bahía Honda”.

De Vosjoli, entonces, se entrevistó inmediatamente con el nuevo patrón de la CIA, John McCone, comprobando que nadie sabía lo que realmente estaba pasando. El espía volvió a La Habana. Pero los relatos que recibían, él y el embajador, de sus informantes cubanos les parecían un tanto fantasiosos. Hasta que un militar francés, que pasaba vacaciones en la isla, “me informó que había visto un cohete transportado en un camión”, así como “grandes semi-remolques que transportaban cohetes rusos bajo una lona”.

También dos “auxiliares de la embajada”, uno de ellos suboficial, encontraron pocas noches antes, “en una carretera secundaria que la policía había evacuado, convoyes militares viajando de oeste a este, incluidos tractores pesados que conducían remolques dobles de plataforma de seis ruedas, en los que supuestamente se encontraban rampas de lanzamiento de cohetes de una docena de metros de longitud”. Cuando de Vosjoli no estaba en Cuba, era el hijo del embajador quien transportaba hasta microfilmes a Nueva York. En otras ocasiones viajaba la esposa del embajador de Brasil, quienes se convirtieron mano derecha de los espías galos.

El 22 de agosto de 1962 McCone le hace un informe a Kennedy sobre los presuntos misiles y la ayuda militar soviética a Cuba: casi todo se basaba en lo aportado por de Vosjoli y du Gardier. Los franceses hicieron un trabajo tan eficiente e importante, que el 7 de septiembre de 1962 el embajador francés en Washington, Hervé Alphand, escribió al Ministro de Relaciones Exteriores, Maurice Couve de Murville, para contarle que el secretario de Estado de Kennedy, Dean Rusk, “agradecía la información sobre la situación en Cuba que hemos proporcionado al Departamento de Estado y a los servicios de Estados Unidos”.

En octubre, de Vosjoli recibió el agradecimiento personal de McCone. No era para menos: “Tengo razones para creer que mi información, junto con la de otros, fue la base de la decisión del presidente Kennedy de hacer responsables a los rusos”. Fue un aporte fundamental que el Estado francés hizo a Estados Unidos al descubrir la llegada de los misiles soviéticos, los que pronto serán la causa de la crisis más grave de la llamada Guerra Fría. Se asegura que “por su precisión y la importancia del tema, esa labor ha sido una de las más importantes en la historia de la inteligencia francesa”. Francia cumplió lo pactado. Mientras que la información que la CIA le entregó sobre la fabricación del armamento nuclear soviético no le aportó al desarrollo de su estrategia nuclear.

Hernando Calvo Ospina, http://www.elcorreo.eu.org/Francia-fue-el-mejor-espia-de-EE-UU-en-Cuba

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