El ex Presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, y la actual Presidenta, Ursula von der Leyen, han anunciado la posibilidad de una guerra comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos. El motivo es la Ley de Reducción de la Inflación, que entrará en vigor en Estados Unidos el 1 de enero de 2023. Esta ley ofrece subvenciones masivas a las empresas que lleven a cabo proyectos de energía y tecnología limpias, siempre que tengan su sede en Estados Unidos.
Eso supone unos 370.000 millones de dólares en subvenciones que servirán de incentivo adicional para que los gigantes industriales europeos se trasladen a Estados Unidos. Además, a la Unión Europea le preocupa que Estados Unidos acapare la mayor parte del suministro de metales de tierras raras, necesarios para la producción de paneles solares y eólicos, así como baterías y motores de coches eléctricos.
Estas medidas, combinadas con una diferencia múltiple en el coste de los recursos energéticos, contribuirán a la absorción de la industria europea por Estados Unidos. Ambos parámetros alteran de forma crítica el equilibrio de la competitividad entre las empresas de la Unión Europea y las de Estados Unidos, lo que deja a las fábricas europeas ante una elección sencilla: deslocalización o muerte.
En una comparecencia, el gigante automovilístico Volkswagen no desmintió los rumores de que iba a cerrar centros de producción en Alemania, la República Checa y Eslovaquia debido a la escasez de gas. La empresa no dice nada sobre la ubicación exacta de las instalaciones de producción que se cerrarán, pero no es difícil adivinarla. Una vez desvelado el secreto, el proceso empezará a expandirse exponencialmente: después vendrán los fabricantes de automóviles, las plantas químicas, las empresas farmacéuticas y muchas otras, que despedirán a cientos de miles de trabajadores.
Sólo un mes antes de la entrada en vigor de la Ley de Reducción de la Inflación, los europeos decidieron hablar del conflicto que se había abierto en el campo aliado. Hasta el final confiaron en negociar un compromiso. Biden firmó la ley en agosto de este año, en plena Guerra de Ucrania que debería haber unido al máximo a los países occidentales para hacer frente a Rusia. Pero el sabotaje de Nord Stream ha dejado a la Unión Europea sin la mayor parte de su gas. Y un embargo del petróleo en alta mar y una limitación de los precios podrían dejar al Viejo Continente sin petróleo ruso. Resulta que lo que es bueno para Estados Unidos no lo es para Europa, que se ha hecho dependiente de los recursos energéticos estadounidenses.
Antes lamentaba su dependencia de la energía rusa y ahora lamenta lo mismo de Estados Unidos.
Los últimos industriales europeos que dudaban acaban de ser “convencidos” por la ley de Biden, que es una de las principales herramientas para conservar el sillón presidencial. Las nuevas industrias y empleos están pensados para paliar la crisis de la economía estadounidense a medio plazo (idealmente antes de las elecciones presidenciales de 2024).
En 2008 la Unión Europea aprobó la llamada Iniciativa de Materias Primas, que constituyó la base de la política de Bruselas para garantizar el acceso a las materias primas del Tercer Mundo. Esa política se aplicó de diversas maneras. En general, se reducía a garantizar la libre exportación de materias primas de terceros países a la Unión Europea por todos los medios disponibles. El acuerdo sobre la adhesión de Ucrania a la Unión Europea también perseguía el objetivo de garantizar la exportación sin trabas (y, a ser posible, libre de aranceles) de madera, acero, mineral de hierro y metales de tierras raras ucranianos a Europa. Ahora es Estados Unidos quien ofrece a la vieja Europa su versión de “asociación” en beneficio propio.
Los intentos de resistencia de los europeos hasta ahora parecen cómicos. Han amenazado a Estados Unidos con recurrir a la Organización Mundial del Comercio. Von der Leyen quiere crear un fondo para subvencionar la economía en respuesta a los beneficios estadounidenses. Las capacidades financieras de Washington y Bruselas son incomparables, y desde luego no hay dinero extra, dada la crisis en Europa y el aumento de los costes de la ayuda a Ucrania.
Los planes de la Unión Europea para obtener recursos energéticos alternativos parecen aún menos prometedores que antes de febrero de 2022. Por ejemplo, la estrategia del hidrógeno de la Unión Europea preveía organizar la producción de hasta un tercio del volumen de hidrógeno en Ucrania y en los países del norte de África desde donde se importaría a la Unión Europea. Nadie en su sano juicio construiría ahora costosos electrolizadores en Ucrania. El hidrógeno debía transportarse con gas natural a través de gasoductos ucranianos, que podrían cerrarse en cualquier momento en un país en guerra. Los países norteafricanos, como Argelia y Marruecos, ven ahora a la Unión Europea como un cliente debilitado, que pierde rápidamente influencia y solvencia.
La política monetaria de la Unión Europea tampoco funcionará. El debilitamiento del euro y el alcance de la paridad con el dólar han contribuido al empobrecimiento de los trabajadores de la Unión Europea. Pero ha resultado ser un incentivo insuficiente para la industria europea, presionada por la crisis energética y los problemas sociales. Un mayor debilitamiento del euro como medio de mantener la competitividad de la economía no hará sino avivar los movimientos de protesta en el continente. Además, esa política no puede funcionar cuando Estados Unidos puede orientar su política monetaria en sentido contrario (y tarde o temprano lo hará): bajando de nuevo los tipos de interés y debilitando el dólar, estimula sus exportaciones. Pero eso no ocurrirá hasta que Europa esté agotada, a pesar de las tibias protestas de los burócratas de Bruselas.
Macron y Meloni bien podrían seguir la visita de Scholz a Moscú, pero no hay necesidad de asustar a Estados Unidos con un giro hacia China, que exigiría un replanteamiento estratégico de la política exterior de la Unión Europea, una reconciliación con Rusia y una alianza estratégica con China. Significaría una ruptura con Estados Unidos, que llegará más temprano que tarde.