Si Ustedes se han tomado la molestia de analizar la película “Gravity”, producida en 2013 por el mexicano Alfonso Cuarón, entenderán un poco más el papel de Hollywood en las diversas fabricaciones ideológicas en forma de Óscar de la Academia, de “best-sellers”, “prime time”, “trending topics” y demás.
Lo podemos ver desde el punto de vista escrupuloso de la ciencia para poner de manifiesto la torpeza del argumento. También se puede analizar desde el punto de vista político más coyuntural: el desencadenante de la acción es Rusia, con toda la basura que tiene circulando por el espacio o, dicho de otra manera, todo lo que procede de Rusia es una basura y los demás somos víctimas suyas.
Como es típico en Hollywood, incluido el de los mexicanos, el mensaje llega envuelto en medio de anestesiantes efectos visuales y espaciales propios de la gravedad cero y los abismos espaciales.
Pero el mensaje ideológico va mucho más allá. Hace 50 años la exploración espacial (la de la NASA) excitó la confianza en la capacidad de la humanidad para progresar y desplazar las fronteras del conocimiento más allá de la Tierra.
A pesar de que ahora hay una Estación Espacial Internacional permanente en el espacio, el asunto ya no nos subyuga; no le prestamos atención. Lo que “Gravity” nos dice es que en el espacio lo que hay realmente es “basura espacial”. No sólo no es nada interesante sino contaminación y una fuente de problemas. No hay astronautas al volante de sofisticadas naves, no hay aventura, no tiene el encanto de la Fórmula 1, sino más bien el aburrimiento de un oficinista delante de una mesa y un teléfono. La vida en el espacio es tan deprimente como en la Tierra, o quizá un poco más porque no te puedes ir al jugar al pádel un sábado por la tarde.
Antiguamente al espacio exterior se le llamaba cielo, el paraíso, una palabra con reminiscencias religiosas. Frente a un planeta caótico, el cielo era el cosmos, el lugar donde las galaxias, las estrellas y los planetas orbitaban majestuosamente siguiendo curvas regidas por las leyes armoniosas de la gravedad.
Ahora el espacio también es caos (khaos, un abismo y un gas), algo desorganizado y sucio al que no merece la pena viajar. En la URSS tenían otra concepción y a los astronautas les llamaban cosmonautas porque los comunistas saben que tanto el cielo como la Tierra se rigen por las leyes de la astrofísica.
A través de sus medios de propaganda, el imperialismo asegura que el recorrido de la historia no va del caos al cosmos, sino al revés, al modo de la estúpida “teoría del caos” tan de moda en los ambientes universitarios. Es la entropía inexorable que predica la ideología burguesa en su etapa imperialista: todo se pudre, todo degenera… Vamos de mal en peor.
La burguesía se identifica a sí misma con la humanidad y generaliza su propia situación histórica. Lo que predica no es que su clase social esté en decadencia sino que toda la biosfera lo está. Ha sustituido la teoría de la evolución por la teoría de la involución.
La basura espacial demuestra, además, que nada escapa del caos, que los problemas de la Tierra nunca se podrán solucionar huyendo al espacio exterior. Todo es una mierda.
Moraleja: la burguesía se ha deprimido.
Excelente.