De la ideología dominante al lavado de cerebro

Iván Turgueniev
Lo que Marx y Engels llamaron “ideología dominante” no sólo domina porque desde niño la inculcan en la familia, la escuela o la televisión sino, sobre todo, por la publicidad, ya que en ella hay un elemento fundamental, más importante que cualquier otro: la repetición.

Una ideología es dominante porque se repite y se repite porque es dominante. No tiene que ver necesariamente ni con la verdad ni con la mentira. Tampoco alcanza sólo a determinados sectores sociales, los más débiles ideológicamente, sino absolutamente a todos. No es posible sustraerse a ella.

El mejor ejemplo es la campaña publicitaria que ha emprendido la editorial Penguin Book en el metro de Londres, donde se pueden leer enormes carteles con la siguiente frase:

‘Aristocracia, liberalismo, progreso, principios… ¡palabras inútiles! Un ruso no las necesita’

La editorial trata de vender libros de bolsillo de escritores rusos clásicos y pone la frase entre comillas para que el lector interprete que no procede de la editorial sino de alguien, algún autor cuyo nombre no aparece.

Pues no. Es otro montaje construido sobre un extracto de la novela “Padres e hijos” de Iván Turgueniev, escrita en 1862. En esta obra maestra, el novelista ruso muestra el choque entre generaciones, la penetración en Rusia de nuevas ideas revolucionarias en una sociedad reaccionaria.

El personaje que recita la frase del cartel publicitario es Eugenio Bazarov, un estudiante nihilista que se opone tanto al liberalismo ascendente como a la sociedad tradicional de sus padres. Un traducción más literal de la frase diría en realidad lo siguiente:

‘El aristocratismo, el liberalismo, el progreso, los principios -dijo por lo tanto Bazarov-, tú crees, tantas palabras extranjeras e… ¡inútiles! A un ruso no le sirven para nada, ni siquiera si son gratuitas’

La cita no es, pues, de Turgueniev, un personaje real, sino de un personaje de su novela, es decir, ficción. La pronuncia alguien singular, un nihilista, con el que el autor no se identifica, sino todo lo contrario.

La manipulación refuerza la imagen de una cierta Rusia y de unos ciertos rusos que se traen al día de hoy 150 años después de haberse escrito la novela. Es la imagen de la Rusia “eterna” que nada tiene que ver con Europa, la Europa verdadera, la única en la que tienen cabida los conceptos políticos de la modernidad, la libertad y los derechos humanos.

Por el contrario, los países como Rusia dan miedo. Desde siempre ha sido el paradigma de una barbarie de dimensiones “asiáticas”, empezando por Pedro El Grande, siguiendo por Stalin y acabando en Putin. Con personajes así la democracia no es posible. “Los rusos no necesitan esas cosas”.

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