Consideraciones sobre la dominación (2) Las dictaduras no son formas de poder sino modos de ejercicio del poder

Banda: “grupo de personas unidas para cometer fechorías” (María Moliner, 349)

Este artículo es la continuación del publicado en mayo de 2020 (Consideraciones sobre la dominación), en un intento más abarcador, incorporando algunas reflexiones que no estaban incluidas en el anterior artículo. La dominación no es algo moderno o posmoderno visualizado desde la actual experiencia mundial relacionada con la declaración de pandemia por parte de la OMS siguiendo el dictado de las grandes corporaciones financieras del capitalismo verde y el complejo militar-químico-farmacéutico.

La historia, escrita por los dominadores casi la totalidad de ella, nos da elementos, pruebas suficientes sobre este tema. Lo más reciente, toda la época del colonialismo europeo a partir del siglo XV. En otras latitudes, con sistemas religiosos, culturales, económicos y políticos distintos de los europeos, también la dominación ha formado parte de las estructuras de poder, a partir de la creación de los Estados.

Marcel Gauchet, en la presentación del libro “La servidumbre voluntaria” (1976. Payot), expresa la diferencia entre las formas antiguas de dominación, las cuales dejaban subsistir las esferas autónomas de la comunidad familiar y la población, y señala que el Estado Moderno a partir del siglo XVI rompe con la relativa autonomía de estas esferas. No tiene suficiente con controlar desde arriba y en la distancia la sociedad para extraer de ella el excedente económico, sino que penetra la sociedad, se introduce en sus articulaciones más finas, con el intento de adueñarse de sus engranajes más íntimos.

Claude Lefort, abordando sobre el tema de la dominación nos dejó escrito que el secreto está en el deseo interno, en el sentido de que cada uno sea cual sea el eslabón de la jerarquía que ocupe, de identificarse con el tirano, convirtiéndose en amo de otro. “La cadena de la identificación es de tal naturaleza que el último de los esclavos aún se considera un dios”. En su obra “La incertidumbre democrática” (Anthropos 2004.) expone que el Poder no se caracteriza únicamente por la dominación de unos sobre otros, sino por tener la capacidad de generar una sensación compartida de unidad y de comunidad. El Poder es esta institución que da a un grupo social su carácter de grupo político. El Poder da forma (mise en forme), da sentido (mise en sens) y pone en escena (mise en scéne) las relaciones sociales.

La legitimidad del poder

Max Weber, un auténtico representante de la burguesía y conocedor de primera mano del funcionamiento del capitalismo y de las funciones del Estado, ahondó en el tema de la dominación, sus características, así como sobre la obediencia y el papel que juega la burocracia (el funcionariado) en todo este entramado. Es por ello que afirma que toda dominación, procura despertar y cuidar la fe en su legitimación.

Y, es precisamente en torno a la idea de legitimidad del Poder que tal vez podamos acercarnos a vislumbrar algunas respuestas en torno a la obediencia que ha caracterizado la inmensa mayoría de la población mundial durante estos dos últimos años, independientemente del tipo de gobierno o de discurso ideológico del mismo.

Ante cualquier decisión administrativa, parecería razonable analizar, estudiar su contenido y forma; poner en tela de juicio sus efectos y consecuencias a tenor de opiniones divergentes con sólidos argumentos, y en base a ellos, tomar la decisión de obedecer o no.

O incluso poner en duda algunos discursos y actuaciones dada su novedad o rareza, en función de las propias contradicciones que ofrecían las medidas que se iban adoptando, simplemente analizar con un cierto rigor lo que se imponía con el argumento de que “era la opinión de los expertos”. Colectivo amorfo e indeterminado, que durante el proceso han ido proyectando un discurso y unos argumentos cambiantes en función de las órdenes que recibían.

Pero la obediencia, según definición de Weber, significa que la acción de quien obedece se desarrolla básicamente como si esta persona hubiera convertido en máxima de su comportamiento el contenido de la orden por sí mismo, es decir, solamente por la relación formal de obediencia sin tomar en consideración su propia opinión sobre el valor o ausencia de valor de la orden como tal (Wirtschaft und Gesellschaft, capítulo III Die Typen der Herrschaft).

Ahora se apunta, a finales de 2021, que miles, cientos de miles, millones de personas en todo el mundo que obedecieron a partir de marzo de 2020, están tomando en consideración la ausencia de valor de las órdenes dictadas. Varias circunstancias han coincidido. Las derivas autoritarias que han corrompido lo que en buena lógica deberían ser recomendaciones, en órdenes de carácter militar sustentadas por la preeminencia de los cuerpos represivos amparados por las legislaciones “ad hoc” de unas cámaras legislativas cuyo quehacer no ha tenido nada que envidiar al realizado por el Congreso y Senado italianos en 1923.

Una banda organizada de déspotas

Max Weber, al defender la organización burocrática del estado moderno y los criterios de eficacia, continuidad y legalidad, debemos preguntarnos si dichos criterios son suficientes para distinguir un Poder Legítimo de uno Ilegítimo. La respuesta no puede ser más que negativa, dado que podemos pensar que una “banda organizada de déspotas” puede instaurar un Poder que sea obedecido, que dure mucho tiempo y que establezca unas reglas positivas a las cuales se acoja. No se trata de un caso hipotético, ya que en el siglo XX tenemos ejemplos en Europa, de los cuales los más conocidos son el régimen nazi, junto al italiano, español o portugués.

¿Existe hoy igualmente una “banda organizada de déspotas”? Sin duda alguna, aunque dicha “banda” no esté ubicada físicamente en un espacio geográfico limitado, sino que a diferencia del siglo XX, aspira a ocupar la totalidad de la geografía mundial.

Dicha “banda” (Bildelberg, Davos, Foro económico mundial, GAVI, FMI, OMC, OMS…), no electa, dispone de un amplísimo aparato burocrático, comúnmente llamado funcionariado, caracterizado por pertenecer a una jerarquía administrativa rigurosa, tener competencias rigurosamente asignadas, ser retribuidos con sueldos fijos y estar sometidos a una también rigurosa disciplina y vigilancia.

Sin este aparo burocrático, a dicha “banda organizada” le sería imposible imponer sus órdenes. Solamente echando un vistazo a lo ocurrido a partir del 11 de marzo de 2020, esta masa burocrática se puso en movimiento a lo largo y ancho de la geografía mundial: funcionarios sanitarios, funcionarios policiales y militares, funcionarios de la educación, funcionarios administrativos, funcionarios judiciales, funcionarios de medios de comunicación, funcionarios políticos y funcionarios sindicales.

No podríamos entender lo sucedido sin analizar el papel ejercido por el cuerpo funcionarial como transmisor-ejecutor de las órdenes emanadas. Tal vez lo que ha quedado más a la sombra de dicho cuerpo ha sido el papel de los funcionarios de la enseñanza y la transmisión y adecuación de las órdenes a un lenguaje infantil. Es inconcebible la sumisión voluntaria de niños y niñas a unos dictados de alejamiento en el juego, de carga de culpabilidad si abrazan a abuelos y abuelas, si esta sumisión no estuviera atrozmente impuesta por un Poder Pedagógico, coercitivo, con la particularidad que dichos funcionarios, en su inmensa mayoría no tiene la más ligera idea de los procesos biológicos ni les interesa profundizar en temas controvertidos. Funcionarios que solamente transmiten órdenes, funcionarios ideales que como apuntaba Max Weber realizan su oficio “Sine ira et studio” (sin odio ni pasión), sin amor ni entusiasmo, solamente bajo la idea estricta del deber.

Paralelo al aparato funcionarial, y actuando al unísono, los elegidos “democráticamente” que andan sentados en los escaños de papel de las cámaras legislativas (diputados y senadores) han prestado su acuerdo o silencio ante las órdenes de la “banda”. Apenas alguna voz disonante en los parlamentos del centro del sistema, ninguna voz similar a la del diputado Giacomo Mateotti, autor de “Un anno de dominazione fascista” (1923) que la parte segunda la dedica al abuso del Decreto Ley, definiéndolo como “la vía tortuosa que toman aquellas asociaciones temporales y permanentes de intereses particulares que aspiran a obtener ventajas en detrimento de la comunidad social que no podrían obtener por la vía principal de la Ley”.

Debe hacernos reflexionar sobre la proliferación de Decretos Leyes en España desde marzo de 2020 (39) que representan un 72 por ciento de las normas con rango de Ley. Y durante el primer trimestre de 2021, cinco Decretos Leyes relacionados con la pandemia.

Seguramente por la sumisión de los parlamentarios de cualquier color, no ha habido “desapariciones” como ocurrió con el propio Mateotti. Tan sólo en la periferia del sistema, en África, la “banda organizada” se ha atrevido a ajusticiar al presidente de un pequeño país que opuso resistencia: un aviso para navegantes.

Esta “banda organizada” que constituye el Poder, impone su dominación, dando a ésta un carácter legítimo, carácter de una fuerza consentida y aceptada equivalente a un consenso generado alrededor de un horizonte compartido, que lleva a aceptar los mandatos como razonables y justos por parte de la mayoría de los que obedecen. Dicha legitimidad, según palabras de Guglielmo Ferrero “está dotada de un mágico poder, y apenas el hombre se deja convencer por el espíritu revolucionario y se levanta contra ella, son fulminados por el miedo, el miedo sagrado de la regla violada”. Ferrero escribía esto hace cien años, pero hemos podido comprobar cómo hoy, esta “banda” se ha atribuido asimismo un poder mágico, mediante el cual, han atemorizado la población mundial y ha sido en base a este miedo -sin olvidar la represión-, que se ha catapultado a la población mundial hacia actitudes irracionales de sumisión y consenso.

El miedo

El miedo, según el diccionario de la Real Academia Española, es “Una angustia por un riesgo o daño real o imaginario”.

El miedo es incertidumbre sobre el futuro inmediato, incertidumbre que los voceros del capital difunden al mismo tiempo que advierten de la necesidad de atenerse a un permanente pacto social y aceptar las normas establecidas a cambio de certeza y protección. El miedo no solamente afecta a la mente, sino también al cuerpo, destruyendo los sistemas inmunológicos y provocando diversas patologías, entre ellas enfermedades mortales en algunos casos, especialmente en las personas ancianas aisladas.

Carlo Mongardini, recientemente fallecido (19 de julio de 2021), publicó en el año 2004 “La dimensioni sociale della paura” (La dimensión social del miedo). En relación a la ciencia señala que ésta se ha transformado en un subsistema que produce una superestructura ideológica que nos impide comprender todo lo que rebasa el ámbito de la razón, con lo cual nos priva de la capacidad de evaluar sus propuestas. “La ciencia que debería protegernos del miedo, nos da miedo” y añade que “los peligros no tienen mayormente su origen en la naturaleza y sus efectos imprevisibles, sino de un desarrollo social y científico sin control, que genera incertidumbre y miedo”.

Según Carlo Mongardini, el miedo es una de las emociones más poderosas que articulan la sociedad y por ello se presta bien a la manipulación política. La primera manipulación consiste en diversificarlo y amplificarlo, en sembrar el miedo: están los peligros que amenazan al cuerpo de la persona; peligros que atentan contra el orden social del que depende la seguridad del medio de vida y están los peligros de la exclusión. “El miedo se socializa multiplicado por los medios de comunicación que lo convierte en algo masivo y fácilmente manipulable políticamente, que se traduce en pasividad y conformismo…. Las masas confusas e indefensas quedan subordinadas a cualquier experimento”…. “El cultivo del miedo es una manera de conservar un cierto orden, aunque precario, para evitar que éste se convierta en un impulso para los actores sociales a pensar en nuevas fórmulas que sobrepasen el marco institucional establecido”.

Cuando Mongardini hace referencia a la crisis de la democracia, señala que: “Es probable que nos aguarde un largo período en el cual el miedo se convierta en el principal instrumento de los gobiernos y en el mayor y mejor mecanismo para conseguir el consenso político”. Termina su libro con una aseveración: “Gobernar en base al miedo es el último peldaño de la degeneración política, el final de la democracia representativa y la consolidación del totalitarismo”.

Para Zygmunt Bauman, los miedos que siembran “son intratables y, de hecho, imposibles de erradicar: no se van nunca: pueden ser aplazados u olvidados (reprimidos) durante un tiempo, pero no exorcizados. Para tales miedos, no se ha hallado antídoto ni es probable que se invente ninguno. Son temores que penetran y saturan la vida en su conjunto, alcanzan todos los rincones y los recovecos del cuerpo y del alma y reformulan el proceso vital en un ininterrumpido e inacabable juego del escondite, un juego en el que un momento de distracción desemboca en una derrota irreparable” (Bauman. Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. 2006.)

Existe un ejemplo paradigmático que ha servido históricamente para internalizar unas leyes sagradas, cual es el “miedo al infierno”.

Los miedos están siendo utilizados como mecanismos de protección de las élites cuya intención es conseguir que la ciudadanía acepte la imposición de medidas que perjudican a los sectores más débiles de la población (Joaquín Estefanía, La economía del miedo. 2011) (https://www.researchgate.net/publication/337972289_El_poder_del_miedo).

La “banda organizada de déspotas” de forma constante a lo largo de los años ha utilizado el miedo como elemento sustancial para la dominación. En los países llamados “occidentales” durante la época de la guerra fría, el miedo al comunismo impregnaba a todos los sectores sociales aunque en este período la existencia de formaciones de carácter comunista con implantación en el seno del proletariado e incluso en las Universidades, intentaba contrarrestar dicha impregnación. Con la desaparición de las democracias populares, el mismo discurso ya no era viable. Se inició una nueva etapa marcada por la creación del llamado terrorismo que tuvo su 11 de marzo de 2020 el día 11 de septiembre de 2001 y la posterior “pandemia” totalitaria mediante la Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism (Ley para unir y fortalecer Estados Unidos proveyendo las herramientas apropiadas, requeridas para impedir y obstaculizar el terrorismo) más conocida como Patriot Act cuyo contenido se incorporó a los textos judiciales de la mayoría de países del mundo. Se iniciaba una nueva modalidad de incorporación del miedo a los habitantes de las naciones del centro imperialista. ¡Nada es seguro! Clamaban los voceros del sistema, la única seguridad la ofrecemos nosotros, aunque sea a costa de anular unos derechos que anteriormente parecían inamovibles.

Un despliegue mediático sin precedentes, miles de fotografías de los muertos a manos de los presuntos terroristas, que posteriormente se ha ido descubriendo que no eran otra cosa que creaciones del mismo poder que los anatematizaba. Una vez recortados varios de los proclamados “derechos democráticos”, se fue atenuando la masiva propaganda y los medios de comunicación dejaron de insertar a primera página el tema del terrorismo. El objetivo se había cumplido, aunque se ha mantenido una versión descafeinada del mismo mediante la atribución de todos los desmanes sociales a las personas migrantes. El miedo al “otro” en una extensión de la xenofobia para crear una barrera entre autóctonos y foráneos y de paso apostar a la baja salarial.

Sin comunistas, sin terroristas, sin un poder religioso equivalente al existente hasta el siglo XVII, sin poder recurrir a poderes sobrenaturales ni a milagros, tan sólo queda el recurso de la “ciencia”. Dicha ciencia no es ciencia, sino la corporación de científicos “autorizados” por “la banda organizada de déspotas”, quedando el resto de científicos condenados al ostracismo.

Y los proletarios de esta ciencia corporativa se han prestado gustosamente a ello. Si en un momento dado la ciencia arrebató a la religión el protagonismo social y permitió “pensar”, ahora la ciencia está arrebatando la capacidad de pensar y con ello de nuevo imponer la docilidad al conjunto de la población. Los métodos empleados, salvando las distancias, no difieren mucho de los utilizados por las religiones, ya que 1) se erige como propietaria de la verdad; 2) sus investigaciones se hallan rodeadas de misterio; 3) se convierte en la justificación de las decisiones políticas por totalitarias que sean; 4) convierte en herejes a quienes la cuestionan; 5) utiliza el miedo y amenaza con la pena a diferentes infiernos a quienes la cuestionan.

Si ya apenas a nadie le preocupa el infierno después de la muerte, si que preocupan los posibles padecimientos anunciados por la corporación científica en caso de no obedecer, en caso de pecar contra sus mandamientos, y en una sociedad, individualizada, consumista, ególatra, en la cual el culto al cuerpo se ha extendido fuera de las clases ociosas, impregnando importantes sectores del proletariado el miedo al “contagio” por parte de otro, situando una perspectiva en la cual la colectividad ya no es capaz de dotarse de métodos saludables para contrarrestar las patologías que se puedan manifestar, ahondando todavía más el individualismo y con ello se dejan las manos más libres al capital cuando éste se prepara para su reorganización total. El discurso único de una punta a otra del planeta es la envoltura de miedo que paraliza la posibilidad de mirar desde otra óptica nuestra realidad.

Se disolvió como un azucarillo en un vaso de agua el enfrentamiento entre dos concepciones del mundo y de la sociedad. Solamente ha quedado un único sistema de coordenadas desde el cual poder observar.

La Teoría de la Relatividad de Einstein afirma que “las observaciones siempre se hacen desde algún marco de referencia, desde el punto de vista de algún Sistema de Coordenadas (SC), y lo que puede observarse varía, por tanto, con el SC elegido como marco de referencia. Si un cuerpo en movimiento se desplaza uniformemente, por ejemplo, lo hace solo con respecto a un SC elegido. El SC, o marco de referencia, no es impuesto por lo que se observa, sino que depende de una elección del observador. Dos sucesos pueden ser simultáneos para un observador, pero no necesariamente para otro situado en otra parte o con un SC diferente. Se considera que lo observado depende de la ubicación del observador o del punto de vista que éste eligiese” (Albert Einstein and Leopold Infield. The Evolution of Physics. 1951).

¿Dónde ubicar al observador en la segunda década del siglo XXI cuando el Sistema de Coordenadas impuesto ha eliminado la posibilidad de observar desde marcos de referencia distintos? Quién dice observador, dice gobiernos, organizaciones sindicales y políticas que mantienen el apelativo de comunistas, u otras definiciones como socialistas, transformadoras, radicales, antisistema, etc.

Pandemias y cambio climático

Dos grandes bloques de órdenes, amparadas por la ciencia corporativa se imponen a lo largo y ancho de las geografías: pandemias y cambio climático, órdenes a las cuales se someten cualquiera de las organizaciones o gobiernos anteriormente dichos a la luz de la experiencia constatada en los dos últimos años. Tanto una como otra son gigantes con pies de barro, desmentidas por mentes brillantes que no están a sueldo ni del complejo químico-farmacéutico, ni del imperialismo “verde”.

Existiendo suficiente documentación para contrarrestar ambas órdenes, a pesar de ello, se ha impuesto una sumisión casi total, solamente contestada por pequeños núcleos dispersos por diferentes países. Y dichos núcleos no se caracterizan por enfrentarse al sistema imperante de Poder, sino a aspectos parciales del mismo, no se pone en cuestión el sistema, sino a “disfunciones” del mismo, obviando el tema de fondo:

Que tanto las represiones bajo la cobertura de la pandemia, como los cambios impuestos en los hábitos personales y sociales, como las modificaciones en las relaciones laborales, en los planes de estudio, la extensión de la videovigilancia en calles, mercados, salas de espectáculos, escuelas; las aplicaciones informáticas a través del teléfono móvil que pueden detectar en tiempo real donde se ubica cada persona, el control exhaustivo sobre las relaciones personales, son apéndices necesarios del cambio de patrón tecnológico, y al mismo tiempo la salvaguardia de poder detectar cualquier atisbo de protesta con antelación.

Es difícil organizar la resistencia a pesar que cientos de miles, millones, de voces dispersas se alzan contra esta “nueva normalidad” de un mundo feliz, si acatamos las órdenes, si creamos una sociedad skinneriana, en la cual el recurso a la fuerza será traspasado a las corporaciones científicas.

De todos modos, de estas fragmentadas resistencias puede ser que surjan nuevas modalidades organizativas que escapen al control. Nuevas formas de semi-clandestinidad que pueden convertirse en masivas explosiones de hartazgo incontroladas como las efectuadas este verano en la mayoría de ciudades europeas, donde cientos de miles de jóvenes y no tan jóvenes ocuparon las calles a despecho de las prohibiciones impuestas.

Es difícil prever el futuro inmediato, las incógnitas son muchas, la presión mediática exhaustiva; el miedo e inseguridad personal; un darwinismo social que intenta modular comportamientos a través de los contenidos del sistema educativo desde la más tierna infancia; el intento de “diseñar” tecnológicamente personalidades acordes al orden establecido que no por casualidad ha recibido el espaldarazo del premio Nobel (Crispr/Cas9) y un largo etcétera de nuevas invenciones “científicas” cuyo alcance desconocemos.

Todo y así, reiterar la necesidad de la organización y pensar cómo debe ser, quién la debe integrar, donde, cómo sustraerse de la vigilancia, cómo extender y difundir los actos de resistencia que son ocultados por los medios de comunicación. Y teniendo en cuenta lo que Scott planteaba: “La posibilidad de decidir ignorar o pasar por alto un acto de insubordinación, como si nunca hubiera sucedido es uno de los elementos claves en el ejercicio del Poder” (James C. Scott. Los dominados y el arte de la resistencia. 1990), puesto que los actos y manifestaciones de resistencia cuando se prodigan no son sólo un revulsivo, sino también un elemento de contagio social de esta misma resistencia.

Por ello el Poder pretende crear la sensación de que existe un “desierto de disidencia” con la total colaboración de los medios de comunicación omitiendo según que informaciones, deformando otras y exagerando las demás en un paralelismo como el anunciado por Karl Kraus sobre el papel de la prensa en los años 30 del siglo XX cuando escribió que “el nacionalsocialismo no aniquiló a la prensa, sino que la prensa creó el nacionalsocialismo” (Karl Kraus. La tercera noche de Walpurgis. 1951).

El reto está en generar unas precipitaciones en dicho aparente desierto para que puedan crecer nuevas plantas de vida social de futuro libre.

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