El mes pasado Arabia Saudí dio un gran paso en su acercamiento a China al ingresar en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), con el estatus de “socio dialogante”. Esta decisión sigue de cerca la visita de Xi Jinping a Riad hace tres meses y, sobre todo, el anuncio de la petrolera Saudi Aramco de construir una refinería de 10.000 millones de dólares en China y tomar una participación del 10 por cien en una importante refinería china.
El anuncio de esta adhesión no es sorprendente, dado el deseo de Riad de liberarse de una dependencia exclusiva de Estados Unidos y acercarse a potencias asiáticas como Rusia y China. Confirma la tendencia básica que se está produciendo actualmente en Asia: la consolidación de un bloque independiente, unido en una dinámica de seguridad y económica, como ya indicaba el acuerdo irano-saudí del pasado 10 de marzo.
Arabia Saudí vuelve su mirada hacia Oriente y parece apostar claramente por el bloque asiático. Su enfoque es pragmático: los países asiáticos, con China a la cabeza, representan los primeros mercados para sus hidrocarburos. Su integración en la organización china responde a una estrategia más amplia, consistente en diversificar sus socios. Que sean occidentales o asiáticos es, en última instancia, una consideración secundaria, siempre que se refuerce su base internacional.
La adhesión de la mayor economía de Oriente Medio a la OCS es una señal de éxito para la diplomacia china. Creada en 2001 bajo el doble auspicio de Moscú y Pekín, la OCS es una institución política, económica y de seguridad euroasiática que inicialmente incluía a cuatro de los países de Asia Central -Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán-, a los que pronto se sumaron India y Pakistán. En los últimos años, la Organización ha atraído a otras potencias del mundo musulmán.
Irán ha hecho de su aceptación en la organización una victoria diplomática tras años de negociaciones y la considera una forma saludable de eludir las sanciones estadounidenses. Egipto, Qatar y Turquía, potencias aliadas de Estados Unidos, también han obtenido el estatus de “socio dialogante”. Aunque no tiene el alcance de una alianza de seguridad capaz de competir con la OTAN o Asean, la OCS aborda sin embargo estas cuestiones, junto a los problemas de acelerar la integración económica en Asia y desarrollar asociaciones comerciales.
Al presentarse como una plataforma de diálogo e integración sin verdaderas exigencias vinculantes para sus miembros, la OCS está actuando como una operación de seducción a largo plazo para China, que está consiguiendo desviar, uno a uno, a todos los principales aliados de Washington en Oriente Medio, Asia Central y Asia Meridional.
Los países del Golfo Pérsico, por su parte, prefieren ver su acercamiento como una simple diversificación de sus relaciones. Pero como muchos de sus vecinos escaldados por la retirada estadounidense de la región, Riad quiere convertirse en un actor independiente en la escena internacional, aunque este deseo de autonomía le lleve a cooperar con Moscú y Pekín en contra de los intereses de Occidente.
Para China, decidida a garantizar la estabilidad en Oriente Medio en nombre de sus intereses económicos, la integración de Irán y Arabia Saudí en su esfera de influencia supone una victoria en más de un sentido. Su doble pertenencia a la OCS podría acelerar su reconciliación, sobre todo teniendo en cuenta que Riad tiene interés en fomentar una relajación de sus relaciones bilaterales con Teherán para obtener la condición de miembro de pleno derecho dentro de unos años. Por mediación de las dos principales potencias de Oriente Medio, la influencia de China con los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, y en particular con Qatar, acabará por reforzarse, abriendo así otros mercados.
Estos acontecimientos ponen de manifiesto el fracaso del gobierno de Biden para evitar que Estados Unidos pierda su influencia en la región, pero también en la escena mundial. Estos movimientos diplomáticos, que actúan como un refuerzo acelerado del bloque euroasiático, allanan el camino para la siguiente fase: la desdolarización de la economía mundial, uno de los principales pilares de la hegemonía estadounidense.
A pesar de los desmentidos de Pekín, está claro que la expansión de la OCS forma parte natural de su lucha contra la hegemonía de Estados Unidos. Ante el vacío estratégico dejado por Washington, China ya se ha establecido como una fuerza de influencia alternativa en Oriente Medio.