Calificar como «golpe» el asalto al Capitolio no apunta contra los fascistas, sino contra los antifascistas

Que un grupo de personas disfrazadas de confederadas, con el apoyo de la Guardia Nacional, ingrese al Capitolio de Estados Unidos, se haga fotos y se beba los coñacs de sus ilustrísimas no es habitual, pero la calificación de «golpe» que han hecho las principales corporaciones de la comunicación españolas es un dardo envenenado de lo que está por venir.

El golpe de «Facebook»

Incluso la idea misma de que se trataba realmente de tomar por la fuerza el poder político de la potencia más peligrosa de la historia de la humanidad, es realmente ridículo y seguramente responda a otros intereses.

Han sido las principales redes sociales (Facebook, Instagram y Twitter) las que han hecho tal calificación, y los medios y progresía española han sido los que lo han replicado bobamente.

Periodistas y expertos, que por unos minutos se hicieron «antifascistas» (Jose Antonio Zarzalejos o el mismísimo Carlos Herrera) invocaron con entusiasmo la misma retórica para calificar como “terrorismo doméstico” o “insurrección” lo ocurrido en el Capitolio; es decir, esos calificativos que normalmente nos aplican también a nosotros.

El «cobarde» de Trump

La noción de que Trump ha «incitado» a una insurrección violenta es ridícula. Su discurso del lunes por la tarde, que precedió a la marcha hacia el Capitolio, fue otro festival de tonterías inconexas, excepto que faltaba el humor que solía hacerlas entretenidos. Trump no dio ninguna orden de que sus seguidores irrumpieran en la sede de la «democracia estaadounidense». De hecho, después de haber dado su discurso, se fue a su casa a tuitear y mirar la televisión, como él mismo ha dicho.

Trump nunca ha tenido la inteligencia ni la coherencia ideológica para organizar un «golpe» de Estado. Poco después de la irrupción, pidió a sus seguidores que «se fueran a casa». Ninguna facción del gobierno federal se unió a la marcha por orden de Trump, porque no se molestó en emitir ninguna.

«Hay que armar la democracia», ¿contra quien?

Todo el episodio nunca tuvo la más remota posibilidad de evitar la certificación de Joe Biden, y mucho menos derrocar al gobierno. Fue solo otra farsa y, en ese sentido, un final apropiado para la presidencia de Trump.

Sin embargo, hay muchas personas que quieren ver en este tipo de formas de protesta -como la que hubo en diciembre de 2001 en la céntrica Plaza de Mayo de Buenos Aires, o las manifestaciones del año 2002 en Génova, contra la cumbre del G-7- que esto se trata de una “insurrección” y que la «democracia» se tiene que «armar» contra estas amenazas.

Pobres diablos los que asuman este discurso -excepto si son Ana Pastor o Pablo Iglesias-, porque eso quiere decir que ni se imaginan hacia quien apuntan esas «armas de la democracia».

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