Excepto en España, el país del trágala, en casi todos los países del mundo la pandemia ha animado un reguero de debates de muy diferente calado. En Francia, por ejemplo, un derivado de la quina y su promotor, el doctor Didier Raoult, han centrado buena parte de las discusiones.
Como Raoult no era dócil a las exigencias del gobierno, fue despedido y desde su feudo en el hospital de Marsella se dedicó a hacer la guerra por su cuenta y Macron se aferró a otros científicos más asequibles, con ganas de hacerse famosos a costa del virus.
La última ocurrencia del gobierno francés ha sido aferrarse a un artículo publicado por la revista de The Lancet el 22 de mayo (1) para aplastar a Raoult y sus partidarios: la hidroxicloroquina no sirve para nada e incluso es contraproducente para la salud.
Es ahora cuando el debate en Francia se pone realmente interesante porque ya no se trata de un virólogo, ni de un remedio médico, sino de uno de los ágoras de medicina moderna desde hace dos siglos: la revista The Lancet (El Bisturí).
A los mequetrefes que se llenan la boca con un fantasmal “consenso científico” hay que decirles que el artículo de The Lancet contra la cloroquina ha sido respondido en una carta abierta por un centenar de científicos de todo el mundo.
El consenso no existe ni siquiera en la ciencia, afortunadamente (cabe añadir).
Como suele ocurrir, los datos del estudio publicado por The Lancet fueron fabricados “ad hoc”, como un traje a medida, y las consecuencias políticas (porque estamos hablando de política, no lo olvidemos) fueron dos. La primera es que la OMS suspendió sus ensayos clínicos del compuesto y la segunda es que en Francia el decreto que autorizaba la hidroxicloroquina fue derogado el 27 de mayo.
La reacción de los médicos y profesores no se hizo esperar y su caballo de batalla pasó de la hidroxicoloroquina al artículo publicado por The Lancet, que fue sometido a una crítica feroz que, en buena parte, pone sobre el tapete algunas de las servidumbres de la investigación científica en la época actual.
De todas las críticas vertidas, nos interesa especialmente una que fue admitida y rectificada por The Lancet.
En la primera versión del estudio publicado, los críticos descubrieron que en los pocos hospitales australianos que participaron se produjeron más muertes que en toda Australia durante el período analizado, lo cual reúne todas las características de un fraude científico de grandes proporciones.
The Lancet se disculpó diciendo que era “una errata”. Un hospital asiático se había equivocado al rellenar los cuestionarios. Había indicado que era australiano en vez de asiático.
Como nosotros somos unos ingenuos y creemos en la buena fe de revistas científicas como The Lancet, aceptamos las disculpas y agradecemos a los críticos sus agudas observaciones.
Entonces queremos saber los datos que están en el origen de las conclusiones. La revista responde diciendo que están en poder de una empresa privada, Surgisphere, que no los puede compartir porque tiene acuerdos con diferentes gobiernos, países y hospitales.
Entonces, la desconfianza sube de grado y emerge nuestro Yo Conspiranoico: si no hay transparencia, no hay ciencia porque los estudios científicos deben ser reproducibles y revisables de la primera a la última línea.
Entra en escena Peter Ellis, un estadístico australiano especializado en el análisis de datos. En un largo artículo publicado el 30 de mayo pone de relieve que Surgisphere es demasiado pequeña para mantener programas en 671 hospitales del mundo (2). Es una empresa con 4 ó 5 trabajadores que no tiene ni los recursos financieros, ni los equipos necesarios para realizar el estudio publicado por The Lancet.
Si los hospitales confiaron sus datos clínicos a una empresa de esas características, añade Ellis, el asunto es aún más preocupante. “Es espantoso pensar que la explicación más probable de lo que estamos viendo es simplemente que los datos se fabrican, en lo que puede ser una conspiración criminal, y que el proceso de publicación científica se ha… quebrado”.
La empresa estadounidense Surgisphere está dirigida por Sapan Desai, un cirujano cardiovascular al que le han metido tres demandas por “mala praxis” (3).
Así está la ciencia y así están las publicaciones científicas en la que nos piden que confiemos en medio de una pandemia mundial de pura desvergüenza.
(1) https://www.thelancet.com/pdfs/journals/lancet/PIIS0140-6736(20)31180-6.pdf
(2) http://freerangestats.info/blog/2020/05/30/implausible-health-data-firm
(3) https://www.theguardian.com/world/2020/jun/03/covid-19-surgisphere-who-world-health-organization-hydroxychloroquine
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