El Primer Ministro sueco Olof Palme |
Palme fue asesinado la noche del 28 de febrero de 1986 a la salida del cine en Estocolmo. Un hombre se situó detrás de Palme y su mujer, disparó un único tiro letal al primer ministro y desapareció tranquilamente. La hipótesis oficial del asesino solitario queda relativizada por cierto movimiento de personas con “talkie-walkis” en los alrededores, así como por el hecho de que la decisión de los Palme de ir al cine fue casi improvisada y solo podía ser conocida por quienes hubieran pinchado su teléfono. Según Baab, el fiscal general Petersson cree en algo más realista: en la acción de un profesional con formación militar y con implicación de los servicios secretos locales. ¿En Suecia?
Se suele tener una idea de Suecia algo desdibujada. Al lado de figuras como Palme y de su tradición de socialdemocracia incisiva, el país presenta los mismos aspectos oscuros de cualquier otro país europeo. No era miembro de la OTAN, pero disponía de su propio contingente de la red Gladio (Stay Behind). Parece que Petersson ha investigado en las tres direcciones, mas complementarias que excluyentes, que rodean a este caso. Primero, el asunto Iran-Contras mediante el que Ronald Reagan toreaba al Congreso entregando considerables cantidades de armas a Irán a través de países terceros entre ellos Suecia. Palme se opuso a ese asunto. Segundo, el 28 de febrero de 1986 faltaban tres semanas para una visita de Palme a Moscú en la que iba a negociar una zona desnuclearizada en Europa central y una Escandinavia neutral con Mijail Gorbachov. El ex líder soviético siempre ha considerado que, “no hay duda de que fue un asesinato político, porque amenazaba intereses muy poderosos partidarios de mantener el estado de cosas”. La neutralidad escandinava era considerada un peligro por la estrategia de la OTAN. Y tercero, Palme era un acérrimo adversario del régimen racista sudafricano, su país era el primer donante del Congreso Nacional Africano (ANC) de Nelson Mandela. Los documentos del régimen dejan bien claro que era considerado un enemigo. Los tres aspectos, juntos o por separado, hacen plausible un atentado atlantista. Y parece que el fiscal Peterssen investiga las tres líneas. Es su último trabajo y parece dispuesto a ir hasta el final, dice Baab, coautor del mencionado libro.
Y otra noticia en el mismo frente del terrorismo noratlántico (no esperen referencias en la prensa convencional que nunca ha mencionado este sensacional asunto): la fiscalía de Luxemburgo ha anunciado este verano que presenta cargos contra nueve personas, seis policías y tres investigadores en el asunto conocido como Bommeleeër.
Entre el 23 de enero de 1984 y el 25 de marzo de 1986, en Luxemburgo se cometieron 20 atentados con bomba sin víctimas y siete robos de explosivos y material electrónico para detonarlos. Algo nunca visto en este pequeño país, paraíso fiscal y oasis europeo en paz social y violencia política. Bombas sin motivo aparente ni reivindicación; contra postes de telecomunicaciones, el radar del aeropuerto, la piscina olímpica de Kirchberg el barrio de las instituciones europeas, con motivo de una cumbre europea, en los despachos de jueces y sedes policiales, en una planta de gas, contra el palacio de justicia… Atentados profesionalmente realizados, desvergonzados por su audacia. Aquella inusitada ola duró dos años y tres meses. Y dio lugar a un proceso sin precedentes, el proceso del siglo, el proceso Bommeleeër, literalmente “colocador de bombas”. Los cargos contra los nueve es una señal -no una certeza- de que este proceso aparcado desde hace cuatro años, podría retomarse. El nexo con Peterssen es que también aquí se adivina la sombra de la OTAN y su Gladio/Stay-Behind.
La historia del “stay behind”, una estructura clandestina dentro de la OTAN, ha sido reconocida hasta por el gobierno alemán, que dice haber disuelto la suya, compuesta por un centenar de hombres, al concluir la guerra fría en 1991. En los años sesenta, setenta y ochenta aquella red fue utilizada políticamente, surtiéndose de elementos de la extrema derecha europea pilotados por los servicios secretos americanos con la colaboración de sus homólogos europeos.
Fue en Italia donde se llegó más lejos en el conocimiento de la red local del “stay behind”, conocida como Gladio. Reconocida por el primer ministro Giulio Andreotti en agosto de 1990, la investigación del Senado italiano sobre la red concluyó, en junio de 2000, que, “aquellas masacres, bombas y acciones militares (491 muertos y 1.181 heridos en 18 años), fueron organizadas, o promovidas o apoyadas, por hombres dentro de las instituciones del Estado italiano y, como se ha descubierto más recientemente, por hombres vinculados a las estructuras de la inteligencia de Estados Unidos”.
En Bélgica se relaciona al “stay behind” con la insólita e inexplicada ola de atentados registrada en el país entre 1983 y 1985 conocida como las masacres de Brabante (28 muertos y 40 heridos). Las armas y explosivos procedían del robo efectuado en una acción clandestina de entrenamiento de las fuerzas especiales norteamericanas en la localidad belga de Vielsalm, el 13 de mayo de 1984, en la que un gendarme belga resultó gravemente herido. El proceso por estos hechos lleva años empantanado en Bélgica.
Un activista de extrema derecha y ex mercenario belga en Katanga (ex Congo belga) llamado Dislaire, confesó haber sido contratado por los americanos para transportar al comando en la acción de Vielsalm. Dislaire dijo que también colaboró en la comisión de atentados en Luxemburgo. Ese es un cabo, entre otros, que vincula la trama del “stay behind” con la serie de Luxemburgo.