En la terminología de Mao Zedong, la burguesía compradora es aquella cuyos vínculos con el imperialismo le conducen a supeditar los intereses nacionales a los propios de su clase social y, como consecuencia de ello, de potencias extranjeras. Según este planteamiento, en los países dependientes la burguesía se encuentra escindida en dos, por lo que la liberación nacional tiene a la burguesía compradora como uno de sus más importantes enemigos.
En buena parte, en los orígenes del capitalismo en cualquier país, no sólo el capital es de origen extranjero sino que los capitalistas lo son también y, por lo tanto, son bastante más que una burguesía compradora. No obstante, con el desarrollo del propio capitalismo, en algunos países la burguesía ha entrado en una contradicción cada vez más aguda con el imperialismo. En la terminología de Mao se podría decir que cada vez es más nacional y menos compradora.
En numerosos países la tendencia de la burguesía es a desembarazarse del dogal que sobre ella tratan de imponer las grandes potencias, especialmente Estados Unidos. Es un proceso que se inició como consecuencia de la Revolución de Octubre y siguió con la descolonización y el movimiento de los países no alineados. La URSS era la válvula de escape para cualquier país que quisiera sacudirse de encima el peso de las viejas metrópolis coloniales.
Hay algunos ejemplos, como el de Irán, que son típicos de este proceso. En la posguerra Irán era uno de los puntales más importantes del imperialismo en una región destinada a tutelar el flanco sur de la URSS, el Cáucaso, Asia central y el Golfo Pérsico. No necesitó descolonizarse porque siempre fue un Estado independiente, heredero del viejo Imperio Persa.
Hace 100 años, la llegada del imperialismo alemán a Oriente Medio, de la mano del Imperio Otomano, midió el grado de independencia de Irán. En 1907 el Imperio zarista y Gran Bretaña firmaron un tratado por el que, aún manteniendo la independencia formal del país, se repartían Irán en zonas de influencia: el norte para los rusos y el sur para los británicos.
En plena guerra, con el debilitamiento de los otomanos, en 1917 los rusos y los británicos ocupan Irán militarmente, a pesar de que se había mantenido neutral a lo largo del conflicto. Afortunadamente, estalla la Revolución de Octubre, que fue una tabla de salvación para Irán. El Sha inicia negociaciones con los bolcheviques que conducen a la firma del Tratado de 1921, uno de los que marcan la nueva era del Derecho Internacional. Por primera vez ambas partes se reconocen mutuamente en pie de igualdad, reafirman el derecho de autodeterminación y Rusia renuncia sin contrapartida alguna a los derechos que el zarismo había arrebatado a Irán por la fuerza militar.
Comienza así una época dorada en las relaciones entre ambos países. En los años treinta casi la mitad del comercio exterior de Irán tenía a la URSS como destino, una situación que se deterioró como consecuencia del inicio del expansionismo del III Reich, que ambicionaba los yacimientos de petróleo iraníes.
Para impedirlo, en agosto de 1941, la URSS y Gran Bretaña firmaron el Tratado Countenance para ocupar militarmente el país. El Sha dimitió, pasando la corona a su hijo Mohamed Reza Palevi, quien incorporó a Irán al bando aliado, de tal modo que una de las conferencias más importantes entre Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña se celebró precisamente en Teherán a finales de 1943.
Tras la guerra, en 1953 se produce el golpe de Estado (Operación Ajax), dos de cuyos detonantes son más que significativos. El primero es conocido, la nacionalización del petróleo, que estaba en manos británicas. El segundo no tanto: dar marcha atrás en el reconocimiento del Estado de Israel.
El golpe se puede interpretar, pues, como el choque entre la burguesía nacional, encabezada por el Primer Ministro Mossadegh, y la compradora, que actúa dirigida al unísono por Estados Unidos y Gran Bretaña. Como consecuencia de ello, a partir de 1953 y durante un cuarto de siglo Irán se convierte en un títere del imperialismo. En 1955 ingresa en el Pacto de Bagdad, la OTAN de Oriente Medio, y en 1959 firma un acuerdo militar con Estados que define a la perfección su estatuto subordinado, ya que permite a las tropas estadounidenses intervenir en todo el territorio iraní. En 1964 el Sha concede inmunidad no sólo al personal militar estadounidense, sino también a sus familiares; una verdadera patente de corso.
La situación cambia radicalmente con la revolución de 1979, pero el motivo no es la revolución misma. El humo es consecuencia del incendio, y no al revés. La revolución de 1979 fue consecuencia del desarrollo del capitalismo en Irán y el fortalecimiento de la burguesía. Este fenómeno demuestra el error de las concepciones seudomarxistas de los años sesenta sobre el “desarrollo del subdesarrollo” y una concepción metafísica de la división internacional de trabajo. Por el contrario, Irán es un ejemplo de la ley de desarrollo desigual, de que en determinadas condiciones y en un breve lapso de tiempo, los países pueden superar su situación de subordinación económica, política y diplomática, hasta el punto de convertirse en potencias regionales, como es el caso.
Este cambio no supone, pues, el triunfo de un tipo de burguesía (nacional) sobre otra distinta (compradora) sino que es consecuencia del desarrollo de la burguesía como clase que, a partir de un determinado punto, necesita otro Estado distinto, en este caso la República Islámica, y necesita otra política internacional, es decir, otro tipo de relación con las grandes potencias que hasta 1979 dominaron en el país, a saber, Gran Bretaña y Estados Unidos. Hoy Irán es uno de los pocos países que en el mundo habla con voz propia y no admite bases ni tropas de ningún otro país sobre su territorio.
De ese modo, un país tradicionalmente sometido se convirtió en prototipo del “eje del mal”, tanto para Estados Unidos como para Israel. Fue presionado, bloqueado y sancionado, al tiempo que durante 8 años libraba una devastadora guerra contra Irak, que ejerció entonces de brazo armado del imperialismo. El precio que las potencias hacen pagar a cualquier revolución es siempre la contrarrevolución y la guerra.
Por otro lado, desde mediados del siglo pasado, la descolonización demostró que cualquier política independiente en la arena internacional supone un cambio en las alianzas porque las presiones proceden de Estados Unidos, que es la única potencia capacitada para hacerlo, lo que obliga a los demás, si quieren superar su situación, a ponerse del lado de quien es capaz de contrarrestarlas, que es el papel que actualmente desempeña Rusia.
No obstante, a los países que tratan de implementar una política independiente no les basta con cambiar de alianzas. Para superar las presiones del imperialismo es aún más importante hacer concesiones a las masas, mejorar sus condiciones de vida y trabajo y, para ello, implementar políticas nacionales y nacionalizadoras, como la propiedad pública sobre los hidrocarburos que es, con diferencia, el sector económico más importante. Además, el nuevo Estado iraní ha utilizado otros instrumentos, como el proteccionismo o el programa nuclear.
Pero para conquistar un apoyo popular masivo no cabe olvidar el papel de la religión, que también ha sido fundamental, no sólo porque es un sostén ideológico sino porque un 20 por ciento de la economía iraní está en manos de fundaciones islámicas. Es, pues, una tautología afirmar que la República islámica es una república capitalista. Se trata de aprehender el elemento diferencial de Irán como país capitalista y potencia regional en ascenso.