Las conclusiones sobre el fallido golpe del 15 de julio en Turquía no cambian ni un ápice si de lo “exterior” pasamos a lo “interior” e incluso a lo “más interior”, que no puede ser otra cosa que eso que Erdogan y los suyos han llamado el “Estado paralelo” y que, como todo lo que dice Erdogan, es mentira, otro montaje y otra excusa para reprimir más y mejor. Antes del golpe Erdogan tenía un serio problema para reprimir, ya que carecía de excusas y se las ha tenido que inventar. ¿Cómo se las ha apañado hasta ahora para matar, detener y torturar?, ¿qué excusas necesitó antes y qué excusas necesita ahora?
El “Estado paralelo” es otro asunto que es imprescindible guardar en la recámara porque es el caballo de Troya que tenían los imperialistas en Turquía y porque es tan islamista, por lo menos, como el propio Erdogan, es decir, que llegamos a la conclusión de que por todas partes aparecen islamistas e islamistas, incluso enfrentados, por lo que de nuevo los esquemas se nos caen al suelo:
a) el golpe no es sólo un choque de los laicos kemalistas con los islamistas haciendo bloque en torno al AKP
b) el golpe no tiene que ver con ninguna ideología, ni siquiera con el islamismo
En Turquía no hay uno sino varios “Estados paralelos”, uno de los cuales es Hizmet, el movimiento islamista de Fetullah Gülen que durante un tiempo fue aliado de Erdogan. La gota que colmó el vaso de Gülen fue el asalto de Erdogan contra el diario Zaman, uno de los más influyentes del país, dirigido por las huestes de Gülen (“hermanos” se llaman entre ellos), que los portavoces mediáticos del imperialismo presentaron como una de las típicas afrentas de Erdogan a la libertad de expresión, a sus enemigos políticos, como consecuencia de su personalidad dictatorial, etc.
No fue ese el motivo. El ataque contra Zaman no fue consecuencia de sus ataques a Erdogan, a su gobierno o a su política. Los periódicos más importantes de Turquía (Milliyet, Hurriyet) han mostrado su oposición al gobierno y no han sido atacados. El asalto a Zaman fue consecuencia de una denuncia sobre la corrupción financiera de la red Gülen. ¿O acaso es Erdogan el único corrupto que hay en Turquía?, ¿los demás están limpios?
Si en occidente la prensa imperialista presentó las cosas de otra manera es porque ya había hecho su apuesta por Gülen en contra de Erdogan. Éste es un personaje “autoritario”, un político, mientras que el otro es un intelectual, un pensador autor de varios libros filosóficos, pedagogo e islamista “moderado”, del mismo calibre que los “moderados” que en Siria combaten con las armas en la mano.
Gülen es un multimillonario cuya red desborda las fronteras de Turquía, extendiéndose a regiones tan golosas para el imperialismo, como Kazajistán y otras de Asia central que tienen fronteras con China y Rusia. La prensa es sólo es uno de los instrumentos de la red que, además, cuenta con editoriales y escuelas: 4.000 en Turquía y 500 en otros países.
A este “Estado paralelo” inexistente se le ha llamado de muchas maneras y se han puesto varios ejemplos para explicar su funcionamiento. Hay quien lo califica de secta, otros lo comparan con la Cienciología, otros con la masonería y otros con el Opus Dei para explicar la sumisión de sus fieles a la organización.
Oficialmente es apolítico, tan apolítico como el propio Opus Dei por lo menos, aunque sus tentáculos están en todos los aparatos del Estado, en los partidos políticos, en la prensa y en numerosas asociaciones de todo tipo. Especialmente están presentes en la policía, en el aparato judicial y en la administración civil, un respaldo que inicialmente el AKP aprovechó para asentarse en el gobierno y hacer frente al poderoso ejército kemalista.
Conocedores del importante papel que ejercía, la red Gülen quiso aprovechar la privilegiada situación para medrar, imponiendo condiciones cada vez más exigentes para seguir sosteniendo al AKP. De ahí la acusación de ser un “Estado paralelo” que les lanzaron sus enemigos políticos, cuyo propósito era el contrario: reducir la dependencia de Hizmet y cortarles las alas.
Al tiempo que Erdogan privilegiaba la educación privada, presentó una ley en el Parlamento para cerrar las de la red Gülen, un contrasentido al que Hizmet respondió con una labor de zapa, difundiendo grabaciones telefónicas de dirigentes del AKP registradas ilegalmente gracias a sus tentáculos dentro de la policía. Algunas de ellas eran aún más serias, ya que interceptaban conversaciones militares sujetas a la ley de secretos del Estado.
La suerte de la red estaba echada. Se abrió una investigación judicial y se produjeron detenciones entre las altas esferas políticas. Desde entonces, las sucesivas investigaciones no han hecho más que detapar el alcance de la red, los tentáculos e influencias en los aparatos del Estado, con revelaciones procedentes de antiguos miembros y arrepentidos, convenientemente aireadas por la prensa turca.
En 2006 un antiguo dirigente de la policía, Adil Serdar Sacan, dijo que Hizmet había llegdo a acaparar el 80 por ciento de los cargos de dirección de las fuerzas represivas. Si a alguien eso le parece una exageración no tiene más que leer uno de los cables enviados a Washington en 2009 por el embajador en Ankara, James Jeffrey (1).
Lo que en principio fue para Erdogan un apoyo a finales de 2013 se convirtió en su contrario, en una carga, en la dependencia de una red que se escapaba a su control y que, por momentos, se volvía en su contra. Es lo que ocurrió con las fugas de información que empezaron a aparecer en los medios y la apertura por la policía y los jueces de juicios por corrupción que pusieron al gobierno del AKP contra las cuerdas.
Pero en Turquía no sólo Erdogan era un corrupto, por lo que los unos empezaron a airear los trapos sucios de los otros, de los gülenistas y eso ya no les hizo ninguna gracia, por lo que quienes clamaban por la libertad de expresión empezaron a perseguir a los periodistas que denunciaban los chanchullos financieros de la red Gülen.
Al periodista Nedim Sener le detuvieron por denunciar las conexiones de Gülen y los suyos y en 2011 también detuvieron a otro periodista, Ahmet Sik, cuando estaba a punto de publicar un libro, titulado “El ejército del imán” sobre el asalto de la red Gulen a la dirección de la policía turca, un caso que no tuvo tanto eco mediático como otros. Aún está en la cárcel y lo más significativo es el empeño de la fiscalía por apoderarse de todos los ejemplares de la obra que el autor hubiera puesto en circulación, para que no quede ni rastro.
Hay un aspecto importante en ese libro que concierne al Caso Ergenekon que envenena la vida política turca desde hace varios años, otra demostración de las contradicciones internas que corroen los aparatos del Estado. Se pueden poner cuantos ejemplos sean necesarios, como la famosa intercepción en enero de 2014 de un camión del servicio secreto (MIT) en la frontera con Siria transportando armamento para los yihadistas. El incidente fue provocado por magistrados y policías de la red Gülen, quienes los grabaron en vídeo para difundir por todo el mundo la implicación de Turquía en la guerra de Siria.
Fue otra prueba de la capacidad del “Estado paralelo” para poner en jaque al gobierno turco ante el mundo entero, e incluso para desbaratar una operación secreta de la inteligencia militar.
La intervención de Gülen en el reciente golpe de Estado no es la primera, ya que también estuvo presente en los de 1980 y 1997, tramados contra gobiernos que no eran islamistas precisamente pero en los que concurre siempre la misma circunstancia: la de trabajar por encargo de la CIA, la bisagra que de lo “interno” nos vuelve a llevar a lo “externo”.
Tampoco es algo exclusivo de Turquía: en Asia central las escuelas de Hizmet se han utilizado en 130 ocasiones -nada menos- para llevar a cabo operaciones encubiertas de la CIA, especialmente en Kirguistán y Uzbekistán (2).
Menos mal que el “Estado paralelo” de Gülen no existe. Nos sentimos aliviados.
(1) http://www.turquieeuropeenne.eu/5319-le-monde-obscur-du-mouvement-islamiste-de-fethullah-gulen-2nde-partie.html
(2) http://www.opendemocracy.net/osman-softic/what-is-fethullah-gülen’s-real-mission