Biografía de Marx (Parte 7)

Vivir trabajando o
morir combatiendo



Marx decide dejar Alemania, donde las perspectivas son cada
vez más precarias por el propio atraso social del país y por haber agotado los
recursos que intelectualmente el hegelianismo le podía proporcionar. En la
carta de septiembre a Ruge, Marx confiesa que le es cada vez más difícil
respirar en Alemania y piensa irse a Francia, el país de la revolución, en
donde el pensamiento socialista y comunista se desarrollaba profusamente en
todas direcciones.

Ruge estaba estrechamente asociado al proyecto francés que
Marx había perfilado. Cuando Marx se trasladó a París, Ruge le había expresado
su desánimo tras su experiencia con la censura prusiana y la falta de
perspectivas revolucionarias en Alemania. La penúltima carta de Marx a Ruge,
escrita en Colonia en mayo de 1843, está dedicada en parte a levantar el
abatido estado de ánimo de Ruge y da una idea del optimismo de Marx.

A finales de octubre de 1843, Marx se traslada a París,
entonces una ciudad que se debatía entre dos clases sociales, la burguesía y el
proletariado, y entre dos revoluciones, la de 1830 y la de 1848. Tras la
derrota de Napoleón en 1815 había regresado a Francia la reacción Borbónica.
Sólo duró 15 años, hasta que la revolución de julio cambió la dinastía de los
Borbones a los Orleans cuyo jefe, Luis Felipe, era un representante de la
burguesía: su preocupación por la economía era la admiración de los pequeños
comerciantes parisinos.

Mientras la monarquía constitucional enriqueció a la
burguesía, dirigió todas sus fuerzas contra la clase obrera, donde ya se
manifiesta, aunque insuficientemente, una tendencia a la organización
independiente. Después de la revolución fue la época de auge de las sociedades
secretas, compuestas principalmente de estudiantes e intelectuales; los obreros
son únicamente la excepción.

El movimiento más importante de aquella época fueron las dos
insurrecciones obreras que estallaron en Lyon en 1831 y 1834. Durante muchos
días los obreros tuvieron la ciudad en sus manos pero no plantearon ninguna
reivindicación política. Sobre su bandera inscriben su lema: Vivir
trabajando o morir combatiendo
. Se impuso la última opción: fueron vencidos
y sometidos a terribles represalias.

Las insurrecciones de Lyon tuvieron más alcance que la
revolución de 1830 que había actuado principalmente sobre los elementos
pequeño-burgueses democráticos. Pero la doble insurrección lionesa manifestó
por vez primera la importancia revolucionaria de la clase obrera.

De este modo, pues, en esta época, en Francia (también en
Inglaterra), entra en escena una nueva fuerza que comienza a organizarse. Pero
a diferencia de Inglaterra, en Francia los obreros y artesanos no se podían
asociar. Por eso en Francia, y especialmente en París, nacieron muchas
sociedades secretas en las que los obreros acordaban luchar unidos contra la
sociedad burguesa. El representante más genuino de este movimiento es Augusto
Blanqui, quien empieza a organizar comités revolucionarias entre los obreros de
París, en los que participan revolucionarios perseguidos de otros países,
especialmente alemanes.
 
En toda Europa la revolución de 1830 animó levantamientos,
el más importante de los cuales fue la insurrección polaca del año siguiente.
Cada intento revolucionario inundaba París de refugiados, que acudían allí como
otros a La Meca. Con todos ellos los blanquistas formaban grupos de
conspiradores clandestinos para apoderarse del poder mediante un golpe de mano
audaz. En mayo de 1839 desencadenaron en París un intento de insurrección que
fracasó. Entre los conspiradores está el alemán Carlos Schapper quien, junto
con otros, tiene que huir Francia a Londres, donde organiza una sociedad de
educación obrera.



Una de las más importantes y antiguas sociedades secretas
era la Liga de los Proscritos, compuesta por revolucionarios alemanes
refugiados. En parís tuvieron una escisión y una parte de sus miembros, dirigidos
por Schuster, fundó la Liga de los Justos, que subsistió durante tres años, y
cuyos miembros, entre ellos Schapper, participaron en la insurrección de
Blanqui y, al igual que los blanquistas, fueron detenidos y encarcelados. Tras
su liberación, Schapper y sus camaradas se dirigieron a Londres, donde crearon
una sociedad de educación obrera.

Marx seguía el rastro de Schapper desde Alemania. No le
conoció en París pero sí conoció a otros como él, revolucionarios ya curtidos
en numerosas luchas por toda Europa. Visitaba a menudo los suburbios donde
vivían los obreros y refugiados políticos cuyos elementos más avanzados se
reunían en las trastiendas de muchos pequeños cafés y tabernas de las torcidas
callejuelas de París para analizar las experiencias pasadas y extraer las
lecciones correspondientes. Todos estos contactos enriquecieron su experiencia
política. Luego esta sociedad pasó a llamarse Liga de los Justos y Marx entró
en contacto con sus dirigentes, así como con los dirigentes de la mayoría de las
sociedades obreras secretas de Francia. Sin embargo, no ingresó en ninguna de
ellas. También trabó conocimiento con los socialistas utópicos franceses Etiénne
Cabet, Pierre Leroux, Luis Blanc y Pedro José Proudhon. Además se hizo amigo
del poeta alemán Enrique Heine y se entrevistó con el ruso Miguel Bakunin,
iniciándose entre ambos una relación de amistad.

A finales de agosto de 1844 Marx y Engels estuvieron
juntos en París diez días, muy pocos pero los suficientes para apercibirse de
que habían llegado a las mismas conclusiones. Mientras estuvo en Inglaterra,
mantuvo con él correspondencia. Fue entonces cuando empezó su fecunda amistad y
colaboración, sin precedentes en la historia. Como escribió luego Lenin: Las
leyendas de la antigüedad nos muestran diversos ejemplos de emocionante
amistad. El proletariado europeo tiene derecho a decir que su ciencia fue
creada por dos sabios y luchadores cuyas relaciones superan a las más
emocionantes leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres
. En la
lucha por la revolución proletaria, Marx encontró en Federico Engels un
fiel camarada. El artículo Apuntes acerca de la crítica de la Economía
política
, enviado por Engels y publicado en los Anales
franco-alemanes
, incrementó el interés de Marx por los problemas de la
economía política.

Marx tenía en proyecto redactar una gran obra dedicada a la
economía política y por eso analizaba con espíritu crítico obras de los
clásicos burgueses de aquella disciplina, especialmente Adam Smith y David
Ricardo. Los resultados más importantes del trabajo hecho por Marx en aquel
período los conocemos como los Manuscritos filosófico-económicos redactados
en el otoño de 1844, que no fueron publicados hasta 1932 en la Unión Soviética.
Muchos de los primeros escritos de Marx no fueron conocidos por los propios
marxistas, Lenin incluido, durante un largo periodo del movimiento
obrero y luego la burguesía ha pretendido tergiversarlos. Después de la II
Guerra Mundial, en plena guerra fría, toda una legión de estafadores
ideológicos de las más variadas y peregrinas corrientes filosóficas, bajo una
apariencia de progresismo, se dedicó a enfrentar a Marx consigo mismo, a buscar
contradicciones entre el joven y el viejo Marx, que era una forma de enfrentar
a Marx con Engels y, finalmente, a Marx con Lenin, que era el
objetivo final: la Revolución de Octubre no tenía relación con Marx y
el marxismo. En los Manuscritos socialdemócratas y
revisionistas creyeron haber encontrado un verdadero filón. Sólo había que
retorcer un poco el marxismo y, sobre todo, desconectarlo de otros escritos
suyos de la misma época, para acercarlo al reformismo y la charlatanería más
vulgar.

Una de esas burdas manipulaciones de los Manuscritos es
la introducción que redactó Rubio Llorente, en un tiempo presidente del
Tribunal Constitucional español, para presentar su traducción al castellano (1).
Como buen picapleitos mentiroso, Rubio Llorente asegura que los comunistas o
bien ignoramos, o bien atacamos los Manuscritos de Marx,
especialmente los bolcheviques soviéticos, que fueron quienes los sacaron del
olvido en que los habían mantenido -precisamente- la socialdemocracia. Como
escribió Rubinstein, al ser la única obra de Marx que trata de temas
sicológicos, los Manuscritos desde hace mucho tiempo fueron
estudiados a fondo en la Unión Soviética, destacando un artículo suyo de 1934,
dos años después de su publicación (2).

Se pueden poner más ejemplos: Lukács, en su estudio de 1938
sobre El Joven Hegel trató de establecer la continuidad entre
Hegel y Marx basándose precisamente en la lectura que llevó a cabo en Moscú de
los Manuscritos en 1930, dos años antes de que su publicaran.
Por tanto, el interés por aquella obra de Marx ni empieza ni es tampoco
exclusiva de los países occidentales.

En la obra, Marx critica a los economistas burgueses,
poniendo en claro toda una serie de rasgos peculiares de la explotación
capitalista. Fustiga el comunismo primitivo, burdamente igualitarista y examina
desde un punto de vista crítico la dialéctica de Hegel y la filosofía hegeliana
en general. Aún se advierte la influencia de Feuerbach, e incluso Marx utiliza
un lenguaje religioso. La resurrección del hombre, dice, es al mismo tiempo la
resurrección de la naturaleza; si el hombre se hace consciente de sí mismo a
través del proletariado, entonces la naturaleza se hace consciente de sí misma
a través del hombre. Esto es interesante ponerlo de manifiesto porque para
enfrentar a Marx con Engels, la burguesía (Schmidt, Colleti) ha tratado de
hacernos creer que la dialéctica de la naturaleza no existía en el pensamiento
de Marx, y mucho menos en su pensamiento juvenil. Pero no se trata sólo de que
Marx también tenga en cuenta a la naturaleza sino de que, a diferencia de la
burguesía (Kojève, Sartre) no la separa del espíritu. La aportación
de Marx y Engels versa sobre todo acerca de la historia y de la
sociedad, pero ni se puede reducir a un humanismo abstracto ni se puede olvidar
su conexión con la naturaleza.

Marx siguió en París el estudio de las obras de Carlos
Fourier, Henri Saint-Simon, Roberto Owen y otros destacados socialistas
utópicos que había iniciado ya en Alemania. Aunque los utopistas sometieron a
la sociedad capitalista a una dura crítica, no pudieron descubrir las leyes de
su desarrollo ni encontrar la fuerza social capaz de crear una nueva sociedad.
Marx también consagró mucho tiempo al estudio de la revolución burguesa que
tuvo lugar en Francia en las postrimerías del siglo XVIII y, particularmente,
al estudio de la historia de la Convención.

El contacto directo con la vida y la lucha de los obreros
franceses y el estudio crítico de la economía política burguesa y las obras de
los socialistas utópicos contribuyeron a que Marx pasase definitivamente del
idealismo al materialismo y de la democracia revolucionaria al comunismo.

Marx no marcha a París ni a improvisar ni a estudiar. Tiene
un proyecto político muy meditado y definido, publicar los Anales
franco-alemanes
, una revista cuyo título lo dice todo: fundir la dialéctica
hegeliana con el materialismo francés, la profundidad filosófica alemana con la
práctica política revolucionaria de los franceses. Así como la filosofía encuentra
en el proletariado las armas materiales, el proletariado encuentra en la
filosofía las armas intelectuales de su liberación. El proyecto de los Anales
franco-alemanes
, pues, no era continuar una revista que a causa de la
censura no se podía publicar en Prusia, sino algo bien diferente. Tampoco es un
proyecto intelectual, sino político: lograr la colaboración de los utopistas
franceses. Marx había puesto muchas esperanzas en este proyecto que debía
tender lazos estrechos entre los revolucionarios franceses y alemanes. Entre
agosto y setiembre de 1843 Marx redactó un breve proyecto de programa para
orientar de la publicación como expresión de una acción organizada. Por tanto,
la preocupación de Marx era militante. Esta dimensión de la obra juvenil de Marx
-el compromiso con una causa y la necesidad de construir una organización
revolucionaria- es uno de los aspectos más ignorados de Marx.

Los Anales franco-alemanes vieron la luz en
París en febrero de 1844 pero ningún colaborador francés respondió a los
llamamientos y todas las contribuciones vendrían de los alemanes. Al criticar
al hegeliano de izquierda Bruno Bauer por sus conceptos idealistas en la
cuestión nacional, Marx, en el artículo Sobre la cuestión judía, formuló por
vez primera, aunque todavía de una manera abstracta, su tesis sobre la
diferencia esencial entre la revolución burguesa y la revolución socialista.
Cuando en estos primeros escritos Marx habla de una nueva era, hay
que tener en cuenta que en Alemania y en una gran parte de Europa, eso
significaba derrumbe del feudalismo y victoria de la república democrática.
Pero, a diferencia de la burguesía liberal, Marx va más allá de la lucha por la
abolición de las trabas feudales y de las restricciones de los derechos civiles
de los judíos, cuya abolición consideraba un paso adelante, contrariamente a
Bruno Bauer. Marx muestra los límites inherentes a la propia noción de derechos
civiles que no significan otra cosa que los derechos del ciudadano atomizado en
una sociedad de individuos en competencia. Para Marx, la emancipación política
-en otras palabras la revolución burguesa que estaba todavía por realizarse en
una Alemania atrasada– no debía ser confundida con la emancipación social
auténtica que permitiría a la humanidad liberarse de la dominación de poderes
políticos ajenos así como de la tiranía del intercambio. Esto implicaba la
superación de la separación entre el individuo y la sociedad. Marx no se
refería sólo a una lucha puramente transitoria hacia una república burguesa,
sino a una lucha que debía proseguir hacia una sociedad liberada de la
explotación capitalista. El compromiso de Marx y Engels con el comunismo
implicaba, desde el principio, la tendencia a conjugar revolución burguesa y
revolución proletaria y pensaban que ésta vendría rápidamente tras aquélla.
Esto queda claro porque Marx ve al proletariado como el sujeto del cambio
revolucionario incluso en una Alemania atrasada y más claro todavía en el Manifiesto
Comunista
 y en su teoría de la revolución permanente elaborada en la
estela de los levantamientos de 1848. Él habría de reconocer más tarde que la
lucha inmediata por tal mundo no estaba aún a la orden del día de la historia,
que la humanidad debía aún pasar por el calvario del capitalismo para que las
bases materiales de la nueva sociedad quedaran establecidas, pero jamás se
desvió de su inspiración inicial. No utilizó el término comunismo, pero las
implicaciones de su punto de vista son evidentes.

Notas:

(1) Manuscritos: economía y filosofía, Alianza Editorial, 5ª Edición, Madrid,
1974, pgs.7 a 42.
(2) El
desarrollo de la psicología. Principios y métodos
, Grijalbo, Buenos Aires,
1974, pg.267.

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