Al principio Pfizer negó que las vacunas causaran miocarditis y a la multinacional le siguieron al pie de la letra los matasanos y los comentaristas de los medios. Las vacunas son seguras, decía la farmacéutica, que en su ensayo sobre 43.448 cobayas, no informó de ningún caso. En su comunicado de noviembre de 2020 afirmó: “Los datos muestran que la vacuna fue bien tolerada en todas las poblaciones, con más de 43.000 participantes incluidos; no se observaron problemas graves de seguridad; los únicos acontecimientos adversos de grado 3 [graves] con una frecuencia superior al 2 por cien fueron la fatiga (3,8 por cien) y el dolor de cabeza (2,0 por cien)”.
Luego reconocieron que estaban apareciendo miocarditis, pero que la vacuna no era la causa. También el coronavirus puede provocarlas. Finalmente llegó la minimización. Se trata de una dolencia poco importante, de la que es posible recuperarse con facilidad y, sobre todo, se han producido pocos casos. Por fin, las miocarditis dejaban de formar parte de la teoría de la conspiración. Algo es algo.
La base de datos mundial de la OMS reconoce 19.106 miocarditis y 14.368 de pericarditis notificadas, un total de 33.474 casos entre tres millones de reacciones adversas, de las que 181.083 son de tipo cardíaco. Con 10.000 millones de inyecciones, el riesgo es de 0,33 por cada 100.000 dosis. Si tomamos 4.000 millones de vacunas de dos dosis, la incidencia es de 0,84 por cada 100.000 vacunados.
Por decirlo de manera fina, la base de datos de la OMS no es fiable. El Vaers informa de 22.456 casos de carditis, con 205 millones de personas vacunadas con dos dosis hasta el 31 de diciembre, lo que arroja una incidencia de 11 por cada 100.000 vacunados, es decir, 13 veces más de lo que reconoce la OMS.
En diciembre la Agencia Europea del Medicamento (EMA) dio cifras bastante inferiores para Pfizer, del orden de 5,7 casos por cada 100.000 en los países nórdicos, y hasta 19 casos por cada 100.000 con Moderna.
Las cifras declaradas oficialmente no se corresponden a la realidad y, al menos de momento, no es posible ofrecer otras mejores. Sin embargo, un criterio es seguro: cuando hay dos cifras, la más fiable es la más elevada porque nadie tiene interés en declarar una enfermedad que no padece.
También hay otros criterios fiables. Por ejemplo, la vacuna de Moderna provoca de 4 a 5 veces más casos de carditis que Pfizer. En los hombres se detectan de 3 a 4 veces más que en las mujeres. Finalmente, la mayor incidencia se da en hombres jóvenes menores de 30 años, después de la segunda dosis.
Pero hay otro dato fundamental a tener en cuenta: las carditis que se manifiestan sólo son una parte del total. Hay otras que no muestran trastornos aparentes. Aunque en un examen superficial la persona parezca sana, una resonancia magnética podría detectar una carditis. Pero no se hacen, salvo que haya complicaciones.
Existe otra prueba muy eficaz para detectarla: un test de esfuerzo. Si el corazón tiene problemas, se pueden detectar aumentando el ritmo de trabajo. Por eso han aparecido tantos casos entre los deportistas, la mayor parte de lo cuales han caído en plena competición. La miocarditis es una afección potencialmente grave que puede complicarse con trastornos del ritmo cardíaco o disfunciones del músculo. De ahí que sea una de las causas de muerte súbita característica en los deportistas.
Es aún más difícil cifrar las complicaciones de la carditis a largo plazo. Nadie sabe lo que pasa con ellas después de años o incluso décadas y es difícil vincular una fallo cardiaco con una vacuna recibida tiempo atrás. Se puede determinar mediante una autopsia, que es una práctica en desuso, como ya hemos denunciado en entradas anteriores.
Las carditis causan necrosis de los miocitos, las células musculares responsables de la contracción del corazón, que no se regeneran. Por lo tanto, es falso que una miocarditis se cure por sí sola, sin dejar secuelas, como dicen los matasanos. Es todo lo contrario.
En una miocarditis se puede perder el 5 por ciento de las células del corazón, que con el tiempo y el esfuerzo se irá desgastando más rápidamente.
Lo que falta decir aquí, es que esos porcentajes son superiores a los efectos graves a achacados al virus, en incluso al síndrome COVID 19, por lo menos en jóvenes y especialmente en niños, con lo cual es absurdo criminal introducirles un riesgo en sus vidas que no existe previamente.