Afganistán acabará siendo una leyenda, como Jauja, que fue una de las primeras ciudades fundadas por los colonizadores españoles en el actual Perú y acabó como sinónimo de prosperidad y abundancia. Pero no es seguro que los colonizados crean que por su calles corren ríos de leche y miel, como escribió el dramaturgo Lope de Rueda. Más bien al contrario.
El mundo moderno vive de las fantasías que alimentan los medios. Hasta Brzezinski admitió ante el Senado de Estados Unidos que la “guerra contra el terror” posterior a los atentados del 11-S era “una narrativa histórica mítica”. En tiempos de Nixon la “guerra contra las drogas” promocionó las drogas más que nunca; en los de Bush, la “guerra contra el terrorismo” ha llevado el “terrorismo” por todos los rincones.
La leyenda dice que en Afganistán todos los imperios han sido derrotados, en especial el soviético. Lo cierto es que las tropas del Ejército Rojo donde retrocedieron fue en Moscú, a causa de los manejos internos que se produjeron en el Kremlin durante la perestroika. Cuado abandonaron Afganistán, el “gobierno prosoviético” de Kabul se mantuvo por sus propias fuerzas durante varios años.
También dice la leyenda que, además de los talibanes, el Ejército Rojo se topó en el valle de Panshir con las fuerzas de Ahmed Massud, la Alianza del norte, a las que no pudo derrotar, como dice la Wikipedia. Lo cierto es que los soviéticos tampoco lo intentaron. Se limitaron a una serie de incursiones cortas, unas nueve, durante el primer periodo de su estancia en el país asiático.
Tras las incursiones, el KGB llegó a un acuerdo de alto el fuego con Massud. El ejército soviético cesaba sus ataques en Panshir y las tropas de Massud no volverían a impedir el tráfico militar a través del túnel de Salang, que conecta Kabul con el distrito militar del sur del Uzbekistán soviético, desde donde se dirigía la operación afgana.
El acuerdo se mantuvo hasta la retirada soviética de 1989, que se llevó a cabo a través del túnel de Salang precisamente, un auténtico embudo.
La Alianza del Norte era una plataforma muy frágil de grupos enfrentados. Varios países, como Irán y Rusia, la apoyaron y sin ellos se habría derrumbado. Fue perdiendo territorio a manos de los talibanes y, de no ser por la intervención de Estados Unidos tras el 11-S, los talibanes habrían acabado con ella muy rápidamente.
Massud: un león en el valle de los leones
En persa la palabra “panshir” significa “cinco leones” y Massud fue otro “león”, el último y más venerado de ellos. El Wall Street Journal lo calificó como “el afgano que ganó la guerra fría”. En Europa le adoraban más que en Panshir. En abril de 2001 fue invitado al Parlamento de Estrasburgo por iniciativa de su presidenta francesa, Nicole Fontaine. Los parlamentarios franceses le nominaron al Premio Nobel de la Paz. En septiembre de 2003, el correo oficial francés emitió un sello postal con su efigie, en conmemoración del segundo aniversario de su muerte. En marzo de este mismo año la alcaldesa de París concedía su nombre a una calle.
El Presidente Hamid Karzai le declaró “héroe nacional”. En 2012 el Parlamento afgano declaró como Día de los Mártires el 9 de septiembre, aniversario de su muerte.
Afganistán es así: los portavoces del imperialismo quieren mucho a unos y a otros los desprecian profundamente. El pretexto es que unos (talibanes) son islamistas y otros (Alianza del Norte) no. Lo cierto es que Massud inició su carrera política en los años setenta del siglo pasado dentro de un partido que se llamaba Sociedad Islámica (Jamiat-e Islami). El nombre oficial de la Alianza del Norte era “Frente Islámico Unido por la Salvación de Afganistán”. Si estuviéramos hablando de Siria, diríamos que Massud era un “yihadista moderado”.
Junto con otros señores de la guerra, el 24 de abril de 1992 Massud firmó el Acuerdo de Peshawar para establecer el Estado Islámico de Afganistán que debía suceder al “gobierno prosoviético” de Kabul. El islamismo de Massud y de su partido nunca fue un obstáculo para obtener el reconocimiento oficial de la Asamblea General de la ONU. Al “León de Panshir” le nombraron ministro de Defensa del nuevo gobierno.
Cuando en 1996 los talibanes le echaron de Kabul, Massud volvió al embudo de Panshir, que transformó en un estudio de televisión, hasta que dos falsos periodistas le mataron en un atentado suicida. Sólo faltaban dos días para el 11-S.
La leyenda cuenta que ambas acciones fueron obra de Al-Qaeda que, a su vez, vinculan a los talibanes en una especie de revoltijo característico de la nebulosa yihadista. La versión oficial es: Estados Unidos invade Afganistán porque el gobierno talibán daba refugio a Bin Laden y Al-Qaeda.
Esa versión oficial se contradice con otra, igualmente oficial: a Bin Laden no lo mataron en Afganistán sino en Pakistán. ¿Por que no invadieron Pakistán? O mejor todavía: ¿por qué invadieron los dos países?
Después de 20 años ya nadie cree la leyenda oficial del 11-S, aunque hay distintos grados de escepticismo: los que se creen muy poco y los que no se creen nada. El asesinato de Massud corre la misma suerte y, hasta la fecha, las únicas pistas conducen a… Bruselas, donde se celebró un primer juicio en 2003, seguido de otro en… París en 2005.
Maaroufi: un terrorista que concede entrevistas a los medios europeos
Aunque muchos se imaginan que estas cosas ocurren muy lejos, que son ajenas, los tentáculos llegaban hasta aquí. Massud había recorrido Europa en olor de multitudes y sus asesinos también. Los autores materiales eran dos belgas de origen tunecino. Carne de cañón. En el juicio celebrado en Bruselas condenaron por la muerte de Massud a otro belga de origen tunecino, Tarek Maaroufi, considerado como el inspirador del atentado.
Maaroufi era un yihadista muy conocido, no sólo porque en 1995 ya le habían condenado por tráfico de armas sino porque era frecuente verle hablar en la televisión. Incluso un periódico como El Mundo le entrevistó en 2016. Hay ciertos “terroristas” a los que los medios no hacen ascos en publicitar. Son capaces de llevar a las primeras planas de los informativos tanto al asesino (Maaroufi) como a su víctima (Massud).
En los viejos tiempos, o sea, antes de la loada Primavera Árabe, a Maroufi el gobierno de Túnez le perseguía por ser uno de los dirigentes yihadistas que preparaba los atentados en el norte de África, incluidos los del GIA argelino, que en los noventa estaba en su apogeo. La policía italiana le consideraba como cabecilla del GSPC, los salafistas que cometían las masacres por Europa.
En 2003 a Maaroufi le volvieron a condenar en Bruselas por segunda vez a seis años de cárcel y le privaron de la nacionalidad. En 2011 la Primavera Árabe llegó en su ayuda. En Túnez cayó una horrible “dictadura” y llegó la “democracia”, que liberó a ciertos “presos políticos” que, como Maarufi, habían luchado por ella (tanto en Túnez como en Europa).
Las leyendas son culebrones como estos, que empiezan en un remoto embudo del norte de Afganistán y terminan en Bruselas, sede de a Unión Europea y de la OTAN. ¿Será todo pura coincidencia?