El acuerdo entre Arabia Saudí e Irán (garantizado por China) no consiste principalmente en restablecer las relaciones diplomáticas. Ambos equipos estaban dirigidos por sus jefes de seguridad. El acuerdo pretende construir una nueva arquitectura de seguridad para la región.
Esta arquitectura es potencialmente revolucionaria. Desde que Isaac Rabin decidiera a principios de la década de 1990 invertir el paradigma de seguridad original de Israel de “periferia” (Estados no árabes) frente a la vecindad árabe de Israel (para allanar el camino a la aspiración de Rabin de un cierto entendimiento con los palestinos), la región se ha transformado en un páramo de arquitectura fabricada contra la seguridad.
Para alcanzar los objetivos de buscar la paz con la esfera árabe, los dirigentes israelíes -que necesitaban una causa en torno a la cual pudieran unirse los israelíes y el Congreso estadounidense- demonizaron a Irán. Desde entonces, se ha dicho (durante algunas décadas) que Irán está a punto de adquirir un arma nuclear (aunque eso nunca ha sucedido).
Las consecuencias han sido desastrosas: Irán se ha convertido en un puercoespín espinoso, con Ahmadineyad rezongando a quienes pudieran acercársele que mantengan las distancias. Estados Unidos e Israel convirtieron la polarización intelectual y cultural inherente a la revolución iraní en un casus bellum [motivo de guerra].
El mantra era que para que Israel y sus aliados árabes se sintieran seguros, Irán y su mentalidad revolucionaria tenían que ser destruidos, o al menos “reconectados” mentalmente con los modos de vida occidentales.
Cualquier paralelismo con los actuales llamamientos occidentales para que Rusia sea desmantelada y sometida a rehabilitación mental no es coincidencia.
Como resultado, a medida que este bellum (guerra) se desarrollaba en la región, Irak, Siria, Líbano y otros países -todos ellos en su día Estados ricos- se transformaron en basureros económicos de pobreza.
Pero entonces los “platos” geoestratégicos cambiaron: el interés de Estados Unidos en la región menguó bruscamente y China y Rusia pasaban a primer plano, con una fórmula mucho más atractiva que la de Washington: en lugar de exigir lealtad y subordinación absolutas, China insistía en el respeto de la soberanía y la autonomía en los asuntos internos de otros Estados.
Ahí estaba el “atractivo” que ejercía sobre los dos Estados islámicos rivales el ascenso de las nuevas potencias mundiales (China-Rusia). Pero la otra parte de la ecuación era que los saudíes habían entrado en cólera porque Estados Unidos los degradaba como vasallos. Incluso Trump les insultó diciendo que “no podrían durar una semana” sin la protección estadounidense. Luego, cuando las instalaciones de Aramco fueron atacadas con misiles, ¿dónde estaba la protección estadounidense? No había tal.
Fueron necesarios otros dos elementos para que este acuerdo viera la luz. El primero fue una mediación paciente y a la vieja usanza (el proceso había comenzado en Pekín hace unos seis años, durante la visita del rey Salman), pero con el presidente Xi prestando su atención personal a la mediación (una característica de la diplomacia olvidada hace tiempo en Occidente).
En segundo lugar, Irán estaba saliendo de su larga estancia de introspección, gracias en gran parte al compromiso de Rusia y China, y a la “ventana” abierta por la posibilidad de unirse a la Organización de Cooperación de Shanghai y a los Brics. A Irán le han ofrecido “profundidad”: estratégica y económica.
Al mismo tiempo, Arabia Saudí se fue distanciando, lenta pero constantemente, de la propuesta planteada por primera vez a Abdul Aziz ibn Saud a principios del siglo XX por St. John Philby de que el wahabismo radical era el arma secreta del reino para asegurar su dominio sobre el mundo islámico. Esta idea fue adoptada entonces con entusiasmo por los servicios de inteligencia occidentales para debilitar y contener a Irán. Simplemente, Mohamed Bin Salman fue desarmando poco a poco al wahabismo.
Entonces llegó el momento. Y China lo aprovechó. Las conversaciones duraron tres días (del 6 al 10 de marzo) y no salió nada. El resultado golpeó a Washington y Tel Aviv como un trueno.
Por supuesto, no conocemos los acuerdos secundarios secretos, pero es seguro que Arabia Saudí habrá pedido -y recibido- garantías de que Irán no buscará armas nucleares, que no amenazará las infraestructuras vitales del reino, que no tratará de desestabilizarlo y que Arabia Saudí e Irán trabajarán juntos para poner fin a la guerra en Yemen.
Irán habrá pedido a Arabia saudí que deje de financiar a medios de comunicación exteriores que tratan de difundir sus mensajes de cambio de régimen en Irán y de apoyar a movimientos como la Organización de Muyahidines del Pueblo (MEK), algunos grupos kurdos con base en Irak y militantes que operan desde Baluchistán hacia Irán.
¿Qué presagia esta arquitectura? Hay demasiadas cosas para enumerarlas brevemente, pero como ejercicio de reflexión, imaginemos las consecuencias en Líbano si Arabia saudí e Irán decidieran juntos acabar con el sufrimiento del pueblo libanés; la casi inanición en Siria o el colapso del Estado irakí.
Imagine las consecuencias económicas para Asia de una determinación conjunta de Irán, Arabia Saudí, el Golfo y Rusia de aplicar una nueva política energética en la que ambos actúen para configurar los precios de las materias primas y darles una estructura de precios y ventas diferente.
¿Qué pasa con Estados Unidos e Israel? Mark Dubowitz, del equipo neoconservador Fundación para la Defensa de las Democracias, lo expresó sucintamente: “Esto es un fracaso para los intereses estadounidenses. Demuestra que los saudíes no confían en que Washington les respalde, que Irán ve una oportunidad de deshacerse de sus aliados estadounidenses para acabar con su aislamiento internacional, y establece a China como el mayordomo de la política de poder en Oriente Próximo”.
El sueño de Netanyahu de una alianza árabe unida para apoyar la acción militar israelí contra Irán ha llegado a su fin. Netanyahu sabe muy bien que Washington nunca apoyaría una acción militar contra Irán sin un apoyo árabe activo y sustancial. Eso también es cosa del pasado. La Doctrina Carter de 1980, según la cual Estados Unidos no permitiría el desarrollo de ningún rival en Oriente Próximo, también ha terminado. China, Rusia y Eurasia están creciendo.
El acuerdo llega en un momento delicado para Netanyahu. Irán pretendía ser una distracción ante el creciente trauma interno de Israel. Ahora tiene que hacer frente a la crisis sin nada más que la propia crisis.
Alastair Crooke https://english.almayadeen.net/articles/analysis/iransaudi-deal:-not-a-diplomatic-normalisation-but-an-archit