Un nuevo documental de la HBO titulado “El crimen del siglo” indaga en empresas farmacéuticas, como Purdue, que recurrieron al soborno, la publicidad engañosa y las mordidas a los políticos para convertir a millones de personas en adictos a los analgésicos.
Nos hemos habituado a una clasificación arbitraria entre drogas, fármacos y alimentos que está vigente desde hace un siglo y no tiene otro fundamento que las decisiones políticas y económicas de Estados Unidos, que se extienden a todo el mundo.
Como cualquier cártel de narcos, las empresas farmacéuticas comercializan opiáceos altamente adictivos, aunque su actividad es legal, a diferencia de los otros, condenados a la ilegalidad.
Pero fumar un canuto de hashís no tiene más ni peores efectos secundarios que la inyección de una vacuna contra el coronavirus, ni que la ingesta de cualquier otro fármaco legal. No es fácil descubrir la diferencia entre un médico y un camello. Los narcotraficantes tampoco emplean métodos muy diferentes de las empresas farmacéuticas, como los sobornos o los enchufes políticos.
A lo largo de casi cuatro horas el documental de HBO pone al descubierto la devastadora sobreproducción de opioides en Estados Unidos y retrata a las empresas farmacéuticas y a los médicos que dispensan las recetas como parte de un cártel institucionalizado de camellos: narcotraficantes con bata blanca.
Las empresas farmacéuticas se han convertido en un riesgo importante para la salud pública. Inventan nuevas enfermedades para vender los medicamentos que las curan, un negocio que alcanza cotas elevadas cuando dichas enfermedades se califican como “crónicas”. Fabrican nuevos medicamentos cada vez más agresivos a medida que las patentes de los tratamientos antiguos expiran y sus beneficios se agotan.
La eficacia de los opioides para el tratamiento del dolor agudo y los cuidados paliativos es bien conocida, pero hasta hace no muchos años un dolor era sinónimo de algo temporal. Ahora los opioides se recetan de manera rutinaria, a largo plazo y a un número cada vez mayor de pacientes.
Ante las cámaras, un antiguo heroinómano cuenta que le utilizaron como conejillo de indias, recetándole una dosis diaria de pastillas equivalente a 200 dosis de heroína. En otro caso, a una mujer cuya familia dijo que llevaba una vida feliz y funcional sólo con paracetamol, se le recetaron altas dosis de una serie de opiáceos y relajantes musculares que la dejaban regularmente inconsciente. Un día, su marido la encontró muerta cerca de un teléfono con el que había intentado pedir ayuda.
La “epidemia de opioides” de Estados Unidos fue precedida de una campaña en la que los “expertos” afirmaban que la mayoría de los estadounidenses estaban “infratratados”. La epidemia de dolor dio lugar a una epidemia de opioides que alcanzó a millones de personas. Los pacientes se convirtieron en adictos, y al revés: muchos adictos se pasaron a los opiáceos legales.
No cabe ninguna duda de que el capitalismo es una fábrica que sufrimiento y que la sociedad moderna tiene aversión al dolor. Es un cóctel explosivo. Muchos consideran que el dolor es peor que la muerte. Cualquier experiencia negativa, cualquier sufrimiento, se considera perjudicial para la salud. La sociedad prefiere permanecer anestesiada, dejar de sufrir, por supuesto, pero también dejar de sentir.
—https://www.rt.com/op-ed/523862-big-pharma-us-opioids/