Todos los caminos conducen… ¿a Roma o al fascismo?

La semana pasada el juez antiterrorista francés Marc Trévidic se trasladó a Argel para investigar la decapitación de siete monjes trapenses en 1996, una atrocidad que hasta hace bien poco los medios de intoxicación imputaban a los islamistas del GIA argelino. Es un asunto macabro que abrió la veda islamofóbica en Francia: los islamistas asesinan a los cristianos con sus conocidos y bárbaros procedimientos. Como en el imperio romano, el martirio continúa.

El juez Trévidic reabrió un asunto que su predecesor, el vichysta Bruguière, había tenido enterrado en uno de los muchos cajones de su despacho, hasta que en 2009 el general François Buchwalter, antiguo agregado militar en Argel y miembro del espionaje, declaró ante el juez que el degollamiento no fue obra de los islamistas sino del ejército argelino.

Los siete religiosos fueron secuestrados por el GIA, que pretendía canjearlos por presos pertenecientes a su organización. El cautiverio se prolongó durante dos meses, hasta que en el curso de un rastreo del ejército argelino, los helicópteros localizaron un campamento del GIA, lo ametrallaron, matando a todos, tanto a los islamistas como a los cristianos.

Al comprobar sobre el terreno los “daños colaterales” hicieron la puesta en escena macabra de la decapitación, de manera que sólo aparecieron sus cabezas abandonadas en un camino.

No cabían ninguna clase de dudas: aquello sólo podía ser obra de unos fanáticos religiosos opuestos a religión de las víctimas. Para sostener el fraude el gobierno argelino hizo desaparecer los cuerpos y, con ellos, desapareció la manera en la que habían fallecido.

En el relato completo de los hechos hay, sin embargo, una parte del fraude que corresponde al gobierno francés que, a través del general, conocía la versión exacta de los hechos porque -según contó al juez- él personalmente informó de ello por escrito al Ministerio de Defensa, al Estado Mayor del ejército y al embajador. Pero en los gobiernos europeos -como en la mafia- impera la ley del silencio.

En cualquier mafia un asesinato se tapa con otro y dos meses después del asesinato de los trapenses se produjo el asesinato de Claverie, el obispo de Orán, seguramente silenciado porque sabía la verdad de lo sucedido. Como en el siglo XVII, parecía haber estallado una nueva guerra de religiones.

Otro al que hubo que silenciar fue el canadiense Armand Veilleux, actual abad del monasterio de Scourmont, en Bélgica, que fue enviado a Argel por los cistercienses para informarse de lo sucedido. Para poder ver los cadáveres tuvo que protestar enérgicamente y se se encontró sólo con sus cabezas. El embajador le permitió abrir los féretros a cambio de que guardara silencio… Siempre el silencio.

Así son las cosas. Un poder sólo se resigna ante otro poder y, en este caso, el Estado francés sólo descargó su mala conciencia con el abad Veilleux. De no ser por él nadie hubiera sospechado nunca que aquellos féretros no contenían los cadáveres íntegros sino únicamente las cabezas.

Desde 1996 el asesinato de los monjes es un tema recurrente en los medios franceses. Sobre el asunto en 2010 se estrenó la película “Des hommes et des dieux” (Hombres y dioses) que fue premiada en Cannes. También la cadena Canal+ ha rodado un documental. No cabe duda de que en Francia es un tema tan candente como mal planteado, ya que ahora los medios se refieren a ello como si se tratara de un asunto “interno” del gobierno argelino. Los imperialistas franceses se lavan las manos.

Pero es indudable que el crimen macabro ni es sólo responsabilidad de Argelia ni tampoco tiene ningún carácter religioso sino que replantea por enésima vez -y de una manera dramática- las relaciones entre cierto tipo de organizaciones fundamentalistas y el imperialismo, en este caso el imperialismo francés. En el caso de Al-Qaeda es el imperialismo estadounidense. El asunto no cambia; lo que cambia es el escenario, que se desplaza de la costa atlántica de África a las profundidades de Asia central.

No obstante, es verdad que en este caso también cambia la presencia del Vaticano, al que le interesa imputar el crimen al “islamismo”, por lo que ha guardado silencio (otro silencio) sobre la matanza. Nadie habla de los miembros del GIA que fueron ametrallados y murieron junto con los monjes católicos. Si aquí hay un conflicto religioso el asunto se deberá plantear -en todo caso- al revés: no es una matanza imputable a los fundamentalistas sino dirigida contra ellos. Los islamistas son las víctimas, no los verdugos.

Pero una vez más la intoxicación mediática le ha dado la vuelta a la tortilla. Según el capitán argelino Abdelkader Tigha, la puesta en escena del asesinato de los monjes pretendía conducir a la cristiandad a condenar definitivamente el islamismo, es decir, a poner a los cristianos de todo el mundo a sostener las políticas imperialistas en Oriente Medio y el norte de África, o dicho de otra manera, de llevar adelante la política imperialista en nombre del cristianismo, lo mismo que en la época de las Cruzadas.

No fue el único montaje publicitario sino uno más de la cadena. Otro consistió en una carta remitida en 1995 a la embajada francesa en Argel en la que, además de revindicar un atentado en París, el GIA instaba a Chirac, Presidente de la República, a convertirse al Islam.

Hoy en Francia los fascistas del Frente Nacional hacen de la lucha contra los musulmanes su particular caballo de batalla. Pero no tiene mucho sentido votar a un partido para que haga algo que el propio Estado ya está llevando a cabo. Por ejemplo, en nombre de la laicidad llevar velo ya está prohibido para los musulmanes. Como en el resto de Europa, también en Francia todos los caminos conducen… ¿a Roma o al fascismo?

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