El mes pasado un tribunal de Madrid anuló la condena al laboratorio alemán Grünenthal por las malformaciones causadas por la ingesta de talidomida, un medicamento que causó graves secuelas en los fetos de las mujeres embarazadas que lo tomaron. La cifra de víctimas puede alcanzar a las 3.000 personas nacidas en torno a 1960. En todo el mundo el número sube hasta unos 12.000 perjudicados.
La talidomida es un fármaco que fue comercializado en 50 países del mundo bajo 80 etiquetas distintas entre los años 1958 y 1963. Los médidos lo prescribían como sedante y calmante para tratar la ansiedad y el insomnio. En aquella época los tranquilizantes más efectivos eran los barbitúricos, que se vendían con gran éxito en todo el mundo y tenían un mercado multimillonario. Pero eran muy tóxicos y cada vez más gente los usaba para suicidarse. También eran frecuentes las muertes por sobredosis accidentales. La empresa que encontrara un tranquilizante poco tóxico se enriquecería de inmediato.
Con una composición química parecida a la de los barbitúricos, la talidomida se promocionó por la supuesta ausencia de efectos secundarios. En una sociedad narcotizada, la talidomida era el narcótico perfecto; se la calificó como “la píldora durmiente del siglo”. A mediados del pasado siglo era la tercera droga más vendida y los alemanes consumían un promedio de 15 millones de píldoras al año.
También empezaron a recetar talidomida para las mujeres embarazadas, según decían los médicos, para prevenir las náuseas. Pero era un poderoso abortivo: cerca del 40 por ciento de los embriones expuestos al medicamento moría antes o poco tiempo después del parto. Además provocaba malformaciones congénitas en el feto, denominadas focomelias, es decir, recién nacidos con las extremidades (brazos y piernas) como las focas. La droga afectaba también a la concepción si lo tomaba el padre, ya que incidía sobre el esperma.
El último crimen de guerra de los nazis
Las Facultades de Medicina siguen afirmando que la talidomida la fabricó la farmacéutica alemana “Chemie Grünenthal” a mediados de la década de los cincuenta, pero es falso. En febrero de 2009 aparecieron los primeros indicios de que el medicamento fue una droga creada por los nazis y probada con los presos recluidos en los campos de concentración del III Reich durante la II Guerra Mundial. Trabajando por separado, dos investigadores encontraron una serie de documentos que muestran que no fue Grünenthal quien descubrió el fármaco.
La empresa alemana siempre sostuvo que la talidomida había sido descubierta por casualidad en 1953 por científicos que habían tratado de producir un antialérgeno pero, según informó “The Sunday Times” el 8 de febrero de 2009 el Dr. Martin Johnson, director de una asociación de ayuda a las víctimas de la talidomida en el Reino Unido, encontró documentos que sugieren que la droga fue descubierta antes de que Grünenthal la patentara en 1954.
Johnson afirmó que ya se había experimentado previamente sobre seres humanos, que probablemente la talidomida fue uno de un número indeterminado de productos químcos desarrollados en Dyhernfurth (un laboratorio químico) o Auschwitz-Monowitz bajo la dirección de Otto Ambros (1901-1990), el máximo experto nazi en guerra química, que trabajaba al servicio de la multinacional francesa Rhône-Poulenc, que estuvo bajo control nazi durante los años de la II Guerra Mundial. Por encargo de Rhône-Poulenc, Ambros buscaba un antídoto contra el gas sarín y tras la guerra se incorporó al laboratorio de Grünenthal.
En la posguerra esta empresa se limitó a registrar en la oficina de patentes los ensayos que se habían llevado a cabo en los campos de concentración, poniendo a la droga el rótulo de Contergan, nombre comercial de la talidomida en Alemania. Johnson califica a esta droga como el último crimen de guerra de los nazis.
Por su parte, el argentino Carlos De Napoli, que ha investigado a los nazis que huyeron a Sudamérica, también sostiene en su libro “Los laboratorios de Hitler” idéntica conclusión: que la talidomida tiene su orígen en los campos de concentración nazis y en la experimentación allá con seres humanos.
De Napoli ha descubierto un informe enviado el 13 de noviembre de 1944 por Fritz Meer, un ejecutivo de IG Farben, a Karl Brandt, un general de las SS que fue médico personal de Hitler y jefe de su programa eugenésico. El informe establece que la droga fue sometida a pruebas y que estaba lista para su uso. Meer era el superior jerárquico del Dr.Mengele en el escalafón jerárquico del partido nazi.
IG Farben fue el monopolio alemán que fabricó el gas Zyklon B, utilizado para el exterminio de los presos en los campos de concentración nazis. Se trataba de una poderosa empresa química de procesamiento de petróleo y caucho que utilizaba mano de obra proveniente de los campos de exterminio. En Nuremberg fueron condenados 24 directivos de I.G. Farben por cometer crímenes contra la humanidad, entre ellos Otto Ambros y Fritz Meer. Pero después de ser condenado, Meer fue liberado en 1952 y cuatro años después le nombraron director de la Bayer, una de las multinacionales herederas de IG Farben.
Cuando la prensa británica destapó el origen histórico del fármaco, Grünenthal rechazó cualquier relación con los nazis o con Rhône-Poulenc para el desarrollo de la talidomida. Insistió en que fueron tres de sus empleados los que descubrieron la droga. Posteriormente el laboratorio informó de que había perdido gran parte de los archivos con las pruebas. Por su parte, Sanofi-Aventis, que adquirió Rhône-Poulenc, precisó que también iba a “revisar sus archivos».
Se buscan enfermos para un nuevo fármaco
Es mentira. En 1954 el jefe del laboratorio de investigación de Grünenthal no era otro que Heinrich Mückter, antiguo médico del ejército alemán durante el III Reich. Mückter hizo lo que había aprendido con Hitler: decidió probar la talidomida en seres humanos. No lo hizo personalmente, sino que mandó distribuir la droga en forma gratuita entre los médicos alemanes, para que se la recomendaran a sus pacientes. ¿Por qué?
Porque inicialmente la talidomida se comercializó como un tratamiento para las convulsiones epilépticas. Más tarde se demostró que no era efectivo. Después se utilizó en unos ensayos clínicos como un nuevo antihistamínico como tratamiento de la alergia. Tras un tiempo, comprobaron que tampoco tenía efecto alguno. Tenían una medicina y necesitaban buscar una enfermedad para rentabilizar la inversión.
La explicación es, pues, la cuadratura del círculo en materia de salud, la medicina inversa: primero inventamos el fármaco y luego inventamos al enfermo que necesita comprarlo para curarse. De lo contrario, el dinero gastado se perdería.
Después de recomendar el fármaco a los médicos, Mückter recibió las respuestas que tanto esperaba. Los informes médicos describían a la talidomida como un poderoso sedante. Habían encontrado un remedio para el insomnio. Mückter falseó las pruebas y Alemania aprobó la talidomida para su administración a seres humanos. Unos meses más tarde, una gran campaña publicitaria anunciaba la aparición de una píldora totalmente inofensiva para dormir plácidamente.
En agosto de 1958 la empresa envió a más de 40.000 médicos alemanes una carta en la que recomendaba el Contergan para combatir las náuseas que la mayoría de las mujeres sufre en los primeros meses del embarazo: “No daña a la madre ni al hijo”, proclamaba la carta.
La campaña publicitaria giraba alrededor de su bajísima toxicidad y en algunos países el consumo masivo se vio favorecido al declarar libre su venta. Rápidamente los médicos de todo el mundo empezaron a intoxicar a sus pacientes. Recomendaban la talildomida para el resfriado, la tos, el asma, el dolor de cabeza, la ansiedad y el insomnio. Incluso la promocionaban para tranquilizar a los niños en los propios consultorios médicos. En 1957 se convirtió en un medicamento para ayudar a las mujeres embarazadas.
Los primeros avisos
Un año después de comercializar su droga, Grünenthal recibió informes inquietantes: en 1956 nació el primer niño con las consecuencias de la talidomida. Un obstetra australiano, William McBride, se dio cuenta de que algo iba mal. Envió sus observaciones a la revista de medicina Lancet, pero su publicación se retrasó unos meses “por falta de espacio”.
Algunos de los pacientes que consumían la talidomida en forma crónica sufrían temblores, disminución de la presión sanguínea, pérdida de memoria y reacciones alérgicas. También se describían casos de pérdida del tacto en los píes, los tobillos, las pantorrillas y las manos. Pero los capitalistas de Grünenthal descalificaron estas advertencias. Cuando algún médico les preguntaba si habían recibido quejas sobre efectos secundarios, le mentían.
En febrero de 1961 la columna de cartas a la redacción del “British Medical Journal” publicaba una nota en la que un lector advertía que estaban llegando informes sobre “el posible peligro tóxico de esa droga sedante” y que había “síntomas negativos de neuritis periférica en pacientes tratados con talidomida por períodos de seis meses o más”.
Sin embargo, en octubre de aquel año, después de experimentar con animales, la empresa británica Distillers Co., puso a la venta otra variante de la talidomida bajo el nombre de Distaval, con la siguiente etiqueta de presentación: “Distaval se puede dar con completa seguridad a las mujeres y a las madres embarazadas, sin efecto nocivo alguno sobre el feto”.
En diciembre, los derechos para la comercialización de la droga fueron vendidos a la empresa sueca Astra para comercializarla en aquel país bajo el nombre de Neurosedyn y, muy poco después, la misma empresa advertía que el nuevo fármaco “podía ser peligroso para el feto”, pues ya se sospechaba de su relación con el nacimiento de 90 niños con malformaciones congénitas en Suecia.
Antes de que se hicieran públicos los terribles efectos de la talidomida y sin autorización de la FDA, en Estados Unidos la empresa Richardson-Merrill repartió dos millones y medio de tabletas entre 1.000 médicos estadounidenses. De esa manera, la droga llegó hasta unas 20.000 personas, incluidas cientos de mujeres embarazadas que dieron a luz hijos deformes.
Todo se encubre con dinero
En Alemania el juicio contra Grünenthal se prolongó durante más de tres años en los que la empresa farmacéutica expuso argumentos insostenibles: que las malformaciones se debían al efecto de aditivos alimentarios, detergentes o a los rayos emitidos por las pantallas de los televisores; que los fetos no tenían derechos legales; que las malformaciones eran la consecuencia de intentos de aborto entonces la responsabilidad, por lo tanto, era de las madres.
Finalmente todo se tapó con dinero. Nadie fue declarado culpable. Grünenthal ofreció 31 millones de dólares a los 2.866 damnificados que residían en Alemania y declaró que si el juicio continuaba, no podría cubrir los gastos y se tendría que declarar en quiebra porque le resultaba imposible pagar las indemnizaciones a los afectados. La asociación que agrupaba a las familias afectadas aceptó la oferta y el juicio terminó.
Hasta la fecha Alemania sólo ha indemnizado a las víctimas en el interior del país, aunque la droga se distribuyó en 46 países repartidos por todo el mundo. Hay otros países en los que los estragos de la talidomida siguen ocultos. Los médicos y las famarcéuticas son sagrados, los hechiceros modernos que deciden impunemente sobre la vida y la muerte de sus semejantes.