Para la manipulación de una multitud sólo hay una cosa mejor que el miedo: transmitir la sensación de indefensión ante una amenaza cualquiera, real o ficticia. Es la retórica habitual que justificó el rearme a lo largo de la Guerra Fría.
En aquellos años Suecia permaneció neutral y luego utilizó el mismo argumento para sembrar la desconfianza y justificar su incorporación a la OTAN. Pero eso no fue suficiente y había que seguir sembrando el miedo para justificar el rearme.
En 2013 el general Sverker Göranson, entonces jefe del Estado Mayor del ejército, causó un gran revuelo al afirmar que Suecia “no duraría más de una semana” en caso de un ataque “limitado” a su territorio, dado que su capacidad militar se había reducido significativamente desde el final de la Guerra Fría.
No era más que una hipótesis, de las muchas que se vierten en el mundo posmoderno y que en los medios acaban creando una sensación de realismo porque “hay que prevenir”. Entonces el comentario fue muy mal recibido y Göranson fue acusado de exagerar.
La cuestión no era si Suecia era capaz de resistir una semana sino qué país sería capaz de liquidar a Suecia en ese plazo de tiempo. Otra cuestión era qué país podría estar intereado en ese ataque y por qué motivo.
Las declaraciones alarmistas del general se multiplicaron en los medios a partir de 2014, pero no por el Golpe de Estado en Ucrania, sino por la anexión de Crimea. Era la manera de darle la vuelta a la situación política en Europa por completo.
Luego la OTAN incorporó a Suecia a sus filas y empezó a estrechar el cerco sobre Rusia en el Mar Báltico. Fue la promesa autocumplida. Había que reforzar la defensa del país. Reapareció el servicio militar porque no hay mejor manera de ver peligros por todas partes que ponerse un uniforme de campaña.
Después llegó la remilitarización de la isla de Gotland, la toma de control del astillero Kockums, el resurgimiento del concepto fascista de “defensa total” y, por supuesto, el aumento casi continuo del gasto militar. En diciembre de 2020 el Parlamento sueco aprobó un aumento del 40 por cien en el presupuesto de guerra, que se espera alcance los 8.800 millones de euros el año que viene.
Aún no tenían muchos pretextos porque la Guerra de Ucrania no había comenzado, pero la carrera ya era imparable. Primero fue el abandono de su neutralidad y después el engorde de los presupuestos de guerra hasta el 2 por cien del PIB, unos 10.000 millones de euros aproximadamente, que se esperan alcanzar lo más rapidamente posible.
El baremo de la OTAN del 5 por cien aún está muy lejos, pero la sensación de que alguien está más seguro con dos pistolas que con una, ya es algo corriente en los medios suecos.
Los traficantes de armas se frontan las manos. La semana pasada el primer ministro sueco, Ulf Kristersson, anunció que Suecia aumentaría su gasto militar en 2.450 millones de euros el año que viene, lo que elevaría el total a 16.000 millones de euros, lo que supone el 2,8 por cien del PIB.
Es “el siguiente gran paso en el rearme de defensa sueco”, explicó Kristersson, quien cree que Suecia está “en el camino” de cumplir el objetivo de la OTAN para 2030. Además, añadió que, con este aumento, financiado mediante préstamos, el presupuesto de defensa habrá aumentado en 9.000 millones de euros desde 2022. “No tiene precedentes, a menos que nos remontemos a los peores días de la Guerra Fría”, afirmó.
Con este aumento del 18 por cien del gasto militar, Suecia financiará la compra de equipos que considera prioritarios, como sistemas de defensa aérea, lanzacohetes múltiples, aviones de transporte y nuevos buques.
Según el gobierno sueco, el aumento del presupuesto de guerra no es un despilfarro sino una inversión que se puede calificar de productiva. “Las inversiones en innovación y el desarrollo de la industria de defensa también crean oportunidades para la modernización tecnológica en todo el país”, dijo.
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