El pasado mes de marzo John Mearsheimer, profesor de la Universidad de Chicago, publicó un esclarecedor artículo en The Economist que contradice el canon dominante que atribuye la responsabilidad de la Guerra de Ucrania a un supuesto “expansionismo ruso”, no al de la OTAN. Según Mearsheimer, los hechos contradicen ese planteamiento (*).
Ni Putin ni su predecesor hablaron nunca de conquistar nuevos territorios para restaurar la antigua Unión Soviética o crear una Gran Rusia. En su opinión, los dirigentes rusos no tienen ambiciones imperialistas, sino que quieren responder a una amenaza para su futuro. En cambio, ven la expansión de la OTAN como una amenaza existencial y, por tanto, quieren una garantía de que no se producirá.
“La clave de todo es la garantía de que la OTAN no se expandirá hacia el este”, dijo Serguei Lavrov, el ministro de Asuntos Exteriores ruso.
Profesor de política internacional, Mearsheimer forma parte de una corriente que, incluso dentro de Estados Unidos, lleva advirtiendo contra la expansión de la OTAN desde finales de los años noventa.
La Guerra de Ucrania se gestó en la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en abril de 2008. El entonces Presidente, George W. Bush, presionó a la alianza y anunció que Ucrania y Georgia se convertirían en miembros. Los dirigentes rusos lo vieron como una amenaza existencial.
Robert Gates, Secretario de Defensa en el momento de la cumbre de Bucarest de 2008, dijo que “los intentos de incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN han ido realmente demasiado lejos”. En aquel momento, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, también se opusieron a la entrada de Ucrania en la OTAN.
“Sin embargo, Estados Unidos ignoró la línea roja de Moscú y siguió haciendo de Ucrania un bastión occidental en la frontera con Rusia”, escribe Mearsheimer.
La estrategia de Bush tenía dos aspectos: un acercamiento a la Unión Europea y la instalación de un gobierno títere en Kiev. Este último aspecto pasó a primer plano con el levantamiento de Maidan en 2014. Apoyado por Estados Unidos, este levantamiento hizo caer al gobierno elegido democráticamente.
La reacción de Rusia fue inmediata. Se anexionó Crimea apoyó la sublevación en la región de Donbás, en el este de Ucrania.
El segundo gran enfrentamiento tuvo lugar a finales del año pasado: el intento de convertir a Ucrania en miembro de la OTAN. Según Mearsheimer, eso fue lo que condujo a la guerra actual.
Ocurrió poco a poco. En 2017 el gobierno de Trump vendió armas a Ucrania y otros países de la OTAN Le siguieron. El ejército ucraniano también recibió formación y entrenamiento de la OTAN y se le permitió participar en ejercicios militares conjuntos en el mar y en el aire.
Biden fue más allá. El 10 de noviembre del año pasado, Ucrania y Estados Unidos firmaron una “Carta de Asociación Estratégica” según la cual Ucrania “está comprometida con las profundas y amplias reformas necesarias para su plena integración en las instituciones europeas y euroatlánticas”.
Rusia comenzó a movilizar su ejército en la frontera ucraniana “para hacer saber su determinación a Washington”. El Kremlin exigió una garantía por escrito de que Ucrania nunca formaría parte de la OTAN, pero Washington no cedió. El 26 de enero el secretario de Estado, Anthony Blinken, declaró que “no hay ningún cambio, no habrá ningún cambio”.
Quería decir “por las buenas”. Ya veremos si por las malas hay algún cambio o no.
(*) https://www.economist.com/by-invitation/2022/03/11/john-mearsheimer-on-why-the-west-is-principally-responsible-for-the-ukrainian-crisis