A causa de ello, continúa el lector, Moscú no se opone a la independencia del Kurdistán irakí y presiona a Turquía ofreciéndole parte del pastel.
Considera sorprendente la posición de Rusia al respecto porque el objetivo es llevar al gas kurdo a Europa (e Israel), que haría la competencia a Gazprom.
Los hechos expuestos son ciertos, a pesar de lo cual me reitero en lo que ya he dejado escrito. Lo que Putin y Rosneft han negociado con el clan Barzani no es otra cosa que el tendido de un oleoducto desde Kirkuk hacia Turquía, en una primera fase, y hacia Grecia, en una segunda.
El itinerario del oleoducto no se conoce, aunque es muy tentador suponer que se unirá al “Turkish Stream”, es decir, al que Rusia está tendiendo bajo el Mar Negro, es decir, que en el Kremlin tratan de “matar dos pájaros de un tiro”.
Si eso es correcto, entonces me parece que el asunto tiene más de política que de economía. En suma creo que Rusia sigue cortejando a la Unión Europea con el caramelo del gas y el petróleo y que en un permanente “más difícil todavía” Israel entra en ese mismo paquete.
Rusia viste su diplomacia con muchos disfraces, tantos cuantos sean necesarios. El primero es que la Unión Europea justificó su oposición al gasoducto ruso por el sur del Mediterráneo (“South Stream”) acusando a Gazprom de prácticas monopolistas y la excesiva dependencia hacia un único suministrador.
Entonces Rusia cambió el tendido; lo está haciendo pasar por Turquía. Además, no le importa vender a los grandes monopolios turcos una parte sustanciosa del pastel y se presenta a las puertas de la Unión Europea con un nuevo ropaje y unas nuevas siglas.
El contrato con Barzani encubre mucho mejor la jugada, sigue involucrando a Turquía en el negocio y además de gas vende petróleo “kurdo”.
Me parece claro que una maniobra de tan altos vuelos desborda por completo a Rosneft, que no desempeña otro papel que el de ingeniería y transporte. El petróleo es lo de menos. Podría ser “kurdo” o no, y podría no ser siquiera petróleo.
Pero Rusia en Oriente Medio tiene que cuadrar muchas otras ecuaciones, la primera de las cuales es Turquía, que ha pasado del blanco al negro con Barzani. Para Erdogan la cosa pinta tan fea que mucho dinero tiene que poner el oleoducto en sus bolsillos para que acceda a transigir con la independencia del Kurdistán irakí. Es posible que además de dinero los rusos deban poner en la balanza otras cosas, además de presiones de todo tipo.
En cualquier caso, no puede pasar desapercibido que Putin firma un acuerdo con Barzani una semana antes del referéndum del 25 de setiembre, lo cual acaba por confirmar que Rusia salta por encima del gobierno central de Bagdad y da por consolidada la independencia.
Lo más sorprendente de todo es que, hasta donde se puede conocer, Rusia acomete ese tipo de acuerdos sin que se resientan sus relaciones con ningún país árabe, ni siquiera Irak. Ningún periódico árabe ha criticado, que yo sepa, el respaldo ruso a Barzani.
Aunque parece el colmo del pragmátismo y del oportunismo, la apuesta rusa en Oriente Medio se podría calificar de “metodológica”. No se trata de que, como demuestra el reciente viaje de los jeques saudíes a Moscu, ahora todo pase por las manos de Rusia, sino de que todo pasa por un nuevo “know how”, un nuevo estilo, una nueva política y una nueva forma de diplomacia. A los países de Oriente Medio no les queda otra que aprender las nuevas reglas del juego.
Rusia trata de demostrar que es posible contentar a todas las partes, incluso a los enemigos más irreconciliables, y para ello se ha impuesto un papel mediador. Creo que a eso se refieren los académicos rusos cuando hablan de “Eurasia”, algo que no es ni una cosa ni la otra, sino ambas a la vez.
Para Rusia el gas y el petróleo no son un fin sino un instrumento, tanto el “kurdo” como el suyo propio. Habría que reflexionar un poco más acerca de los motivos por los cuales un país como Rusia, que tiene el tamaño económico de Italia, es capaz de ser un protagonista tan activo de la política internacional.