Los países del sur de Europa están endeudados hasta las trancas y durantes décadas se han acostumbrado a que en Bruselas abran un fondo y luego otro para pagarlas con tipos de interés por debajo del mercado. Suponen que la crisis económica es tan grave que Europa no les va a dejar tirados a todos. En la periferia manejan el cálculo de que, aunque quisieran, no podrían.
Sin embargo, cada vez hay más reticencias a seguir poniendo dinero a disposición de los países europeos endeudados. El último manifiesto es el de Joachim Nagel, el presidente del Bundesbank, que se opone a reducir las primas de riesgo entre unos y otros países.
En su reunión del 21 de julio todos esperan que el Banco Central Europeo (BCE) suba los tipos de interés y elabore un nuevo programa de compra de deuda de los Estados periféricos para reducir las primas de riesgo.
Nagel dice que esa política sólo debe tener carácter excepcional, que debería aprobarse en unas condiciones y una duración definidas con precisión, para no dar la impresión de que siempre ofrecen condiciones de financiación favorables.
“Yo advertiría contra el uso de instrumentos de política monetaria para limitar las primas de riesgo, ya que es prácticamente imposible establecer con certeza si una ampliación de los diferenciales de rendimiento está fundamentalmente justificada o no”, ha dicho en un discurso.
Blanco y en botella: Alemania no quiere un fondo antifragmentación que no vaya acompañado de normas estrictas, sobre todo de reducción del déficit, es decir, de austeridad y recortes presupuestarios.
Quizá el dinero fácil y los fondos europeos no se acaben de la noche a la mañana, pero cada vez impondrán exigencias más duras para obtenerlos.
El euro y el BCE no están para luchar contra la fragmentación del mercado común europeo, sino contra la inflación, y en Alemania eso se ha convertido en una prioridad cada vez más acusada. A medida que la preocupación es la inflación, la fragamentación deja de serlo, y si eso acaba con el euro, no importa tanto.