Regreso al punto de partida: ‘Drag Nacht Osten’

Si Estados Unidos se formó con la “conquista del salvaje oeste”, los Estados germánicos hicieron lo mismo en la dirección opuesta y lo llamaron “Drag Nach Osten”, una expresión alemana que se puede traducir como “presión hacia el este”. Expresa la política tradicional de los estados germánicos de expandirse hacia los territorios de Europa oriental.

Aunque se dio a conocer bajo el III Reich, es un viejo principio colonial justificado por un supuesto crecimiento demográfico que obligaba a los germanos a buscar un “espacio vital” (“Lebensraum”) en el este (“Ostsiedlung”), desplazando a las poblaciones eslavas, presentadas como “razas inferiores”, en comparación con los alemanes. Los pueblos del este de Europa jugaban el papel de los “indios” en la colonización americana.

El “Drag Nach Osten” de la modernidad es la expansión de la OTAN hacia el este de Europa, hasta instalarse delante de las mismas narices de Rusia. Ciertamente, la retórica es diferente. Excepto Putin, los eslavos ya no son “infrahombres” ni “salvajes”. La superioridad de occidente ya no es racial, sino política, porque no es la OTAN la que se expande, sino Rusia, una autocracia que no respeta los derechos humanos…

Sin embargo, los medios de intoxicación presentan los acontecimientos al revés, como reconoció el 9 de julio de 2023 el anterior secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ante el Parlamento Europeo: la Guerra de Ucrania no comenzó con la invasión rusa en febrero de 2022, sino en 2014, cuando cayó el gobierno legítimo de Kiev a consecuencia de un Golpe de Estado organizado por Occidente.

Durante el golpe, los diplomáticos de la Unión Europea negociaron con los nazis ucranianos los asesinatos que debían cometer para derrocar a Yanukovich, el presidente ucraniano democráticamente elegido.

Ambas partes llegaron a un acuerdo sobre unos 100 asesinatos, que fueron llevados a cabo, según testigos presenciales, por ocho escuadrones de francotiradores de unos diez hombres cada uno, procedentes del oeste de Ucrania, Georgia, Polonia y Lituania.

En abril de 2014, el nuevo gobierno golpista de Kiev, una vez asentado en el poder, atacó a la población del Donbas, donde el golpe había fracasdo. Fue el inicio de una guerra en la que 14.000 personas fueron asesinadas por los nazis ucranianos, instigados por sus jefes occidentales.

La OTAN convirtió los Acuerdos de Minsk, firmados para poner fin a la guerra en el Donbas, en una burla. Trataron de ganar tiempo y preparar a Ucrania para desatar una guerra contra Rusia, como reconocieron posteriormente.

Las propuestas de Moscú de diciembre de 2021 y enero de 2022 fueron rechazadas. Las negociaciones de paz de Estambul de principios de 2022 también se vieron frustradas por la OTAN.

Por lo demás, la Guerra de Ucrania se resume en un sencillo triángulo: los ucranianos ponen los muertos, los europeos las armas y Estados Unidos se lleva el dinero.

Rearme, guerra y militarización de las sociedades europeas

En Europa, la guerra y la fastiscización van de la mano, como antaño, como siempre. De la misma manera que el origen del fascismo está en la crisis del capitalismo tras la Primera Guerra Mundial, no se entiende la actual situación política sin la crisis en el Viejo Continente, que es tanto económica como política.

Los países miembros de la Unión Europea padecen una profunda crisis política que, estúpidamente, los medios achacan a la “extrema derecha” que, a su vez, camina del brazo de Moscú. En cualquier caso, las fuerzas centrífugas aumentan y los intereses de sus Estados miembros se distancian. Para estreechar filas, Bruselas ha fabricado un enemigo exterior. Necesita militarizar sus efectivos y transformar a su burocracia en una máquinaria de guerra.

El rearme europeo es un proceso paralelo al militarismo y la represión política. Sigue el ejemplo de Trump que ya ha desplegado 35.000 soldados en las principales ciudades de Estados Unidos. Los gobiernos europeos, donde las crisis son ya casi permanentes, sólo se van a poder mantener por la fuerza de las armas contra su propia población y ya han comenzado a amenazar con las reformas de los estados de crisis para justificar la anulación de los derechos fundamentales.

La antigua locomotora de la economía europea, Alemania, está al borde del colapso. Desde los años ochenta, la política económica ha creado un páramo industrial. Se han perdido cientos de miles de empleos. Mientras en plena guerra Rusia creció el año pasado un 4,5 por cien, la economía alemana se contrae.

El sabotaje del gasoducto Nord Stream, obra de Estados Unidos, y la ruptura de los suministros energéticos de Rusia, han dado el golpe de gracia a la economía alemana. Los miles de millones destinados a los gastos sociales se están desviando al rearme, en beneficio de la industria armamentística estadounidense.

Lo que está ocurriendo con los presupuestos europeos es un auténtico caso de malversación de fondos públicos. El dinero previsto para la agricultura, los fondos regionales y de cohesión fluyen hacia Ucrania, que es el desagüe hacia el que se escapan los presupuestos europeos.

El acuerdo alcanzado entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y Trump, en la disputa aduanera es claramente desfavorable para Europa, en general, y Alemania en particular. Ha sido una humillación que pone de relieve el papel subordinado del Viejo Continente.

La desconexión del capital financiero con las empresas industriales

En 2002 las reformas del gobierno de Schröder llevaron a los bancos alemanes a desconectarse de las empresas industriales. Vendieron sus acciones y comenzaron a especular con valores tóxicos. La crisis financiera de 2008 les sacudió de lleno.

Como en otros países, el Estado rescató al capital financiero, convirtiendo las deudas privadas en deudas públicas. Las deudas incobrables de los bancos adoptaron la forma de bonos del Estado. Los bancos sanearon sus balances y los bonos acabaron en manos de los fondos buitre.

El capital financiero engordó. La refinanciación del Estado cayó en manos de los buitres estadounidenses, que al mismo tiempo obtienen pingües beneficios con la guerra. Gigantes como Blackrock, Vanguard, State Street, JP Morgan y Goldman Sachs especulan con los bonos que emiten los países que “ayudan” a Ucrania.

No es ninguna casualidad que el canciller Friedrich Merz sea el gerente de la sucursal alemana del fondo buitre Blackrock.

La guerra cuesta dinero y la reconstrucción mucho más. Los países europeos han gastado ingentes cantidades de dinero desde 2022, pero esas cantidades palidecen al lado del coste de la reconstrucción de posguerra… si es que alguna vez llega.

Si por un milagro divino, la paz llega alguna vez a Ucrania, los capitalistas no perderán nada: si no se benefician de la guerra, se beneficiarán de la reconstrucción. La guerra aún no ha terminado y los gastos de la reconstrucción se calculan en 800.000 millones de dólares. El pago se disolverá en varias dosis dentro de la Unión Europea, que es la mejor manera de disimular la factura.

En tal caso, el capital financiero especulará masivamente con los bonos europeos, como ya hizo en la Primera Guerra Mundial, engendrando una crisis de un alcance que no son capaces de sospechar siquiera.

La Guerra de Ucrania es un fracaso para occidente

Alemania se dejó arrastrar a la guerra en Ucrania, a pesar de que desde el principio estaba claro que Ucrania no podía ganarla. A pesar de ello, la OTAN intentó doblegar a Rusia combinando la asistencia armamentista al ejército de Kiev, la presión económica, el aislamiento diplomático, los 19 paquetes de sanciones, la exclusión del canal Swift, la limitación de los precios del petróleo y el robo de activos rusos en el extranjero por unos 300.000 millones de euros.

La estrategia de asedio económico y diplomático ha fracasado. De los 193 Estados miembros de la ONU, 153 siguen comerciando con Rusia. Rusia ha reestructurado su economía y se ha orientado hacia Asia, tanto política como comercialmente.

Pero lo más importante es que la OTAN ha perdido la Guerra de Ucrania en los campos de batalla, con un saldo terrorífico de más de 1,7 millones de soldados ucranianos muertos o desaparecidos. Los rusos cuentan actualmente con más de 700.000 soldados en Ucrania. Son superiores en términos de armas, artillería y misiles. El colapso del frente es solo cuestión de tiempo.

‘Europeizar la guerra’

La cumbre entre Trump y Putin en Alaska demostró que Estados Unidos va a lo suyo. Quiere “europeizar la guerra”, es decir, vender armas a Ucrania y que la Unión Europea pague la factura. Cuando llegue la capitulación, los perdedores serán los europeos que, además, deberán pagar unos gastos de muy elevada cuantía.

Los países europeos han quedado marginados de los escenarios internacionales más relevantes. Entre la fauna de Bruselas, Kaja Kallas es el ejemplo más claro de impotencia e ineptitud y los medios de intoxicación ya no se esfuerzan por ocultarlo. Si algo ha demostrado la Guerra de Ucrania es que la Unión Europea no es capaz de presionar a países como Rusia o China, por más paquetes de sanciones que aprueben.

El futuro papel de Europa quedó sellado en Alaska, donde Trump y Putin discutieron la posibilidad de retirar los 300.000 millones de euros robados a Rusia para invertirlos en Estados Unidos, un acuerdo lucrativo para ambos países.

Los europeos salen perdiendo en todas y cada una de las hipótesis, tanto si la guerra continúa, como si Ucrania firma la capitulación.


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