Es posible que muchos ya no se acuerden del “mal de las vacas locas” que técnicamente se llamaba “encefalopatía espongiforme bovina” y en los seres humanos “enfermedad de Creutzfeldt-Jakob”, exactamente uno de los efectos adversos de las actuales vacunas.
Entre 1996 y 2014 la enfermedad de las vacas locas se cobró 231 víctimas, la mayor parte de las cuales en Reino Unido. La causa fue el cambio en la alimentación de un ganado, que es herbíboro, con harinas obtenidas de cadáveres de bovinos y de animales. Convirtieron a los animales al canibalismo.
El cerebro acumuló una conformación anormal de las proteínas priónicas que destruía las células cerebrales.
A partir de entonces dimos por supuesto que la Unión Europea tomaría medidas y que el ganado no volvería a ser alimentado con harinas de origen animal. Así se hizo inicialmente. Los cadáveres y despojos de animales muertos tienen que ser eliminados. El Reglamento de la Comisión Europea de 16 de enero de 2013 prohíbe “alimentar a los rumiantes con proteínas animales”.
Pero es muy caro alimentar al ganado con pienso de origen vegetal. El precio de la soja se ha triplicado. Además, normalmente, los piensos son de importación, es decir, dependen de los suministros del mercado mundial, de aranceles y de subvenciones públicas que intentan abaratar los precios de la alimentación en Europa.
En 2017 el Acuerdo Económico y Comercial Global entre Europa y Canadá obligó a Bruselas a reducir drásticamente esos aranceles, aunque sólo 14 de los 27 países europeos lo han ratificado, entre ellos España, naturalmente.
En Canadá se permiten ciertas proteínas animales procesadas procedentes de rumiantes: la leche o los productos lácteos, la gelatina derivada exclusivamente del cuero o la piel y sus productos, la sangre y los productos sanguíneos, la grasa extraída purificada y otros productos que han sido sometidos a un procesamiento adecuado.
La prohibición de la alimentación del ganado con harina y piensos de origen animal sólo afecta al que está destinado al consumo humano y los controles veterinarios no son capaces de impedir la venta de dicho tipo de alimentción, por lo que un 17 por ciento de ella acaba en ganado destinado al consumo humano.
Al fraude y los piensos de origen canadiense hay que sumar la relajación de la normativa comunitaria, una vez olvidadas las vacas locas: el 7 de septiembre Bruselas volvió a autorizar el uso de proteínas transformadas de aves de corral en piensos para cerdos, y viceversa.
El mundo come la comida basura que le dictan los monopolios alimentarios, del mismo modo que otros monopolios dictan las normas de la sanidad mundial y de los fármacos. Si la comida basura no es necesariamente nutrición, las inyecciones de los monopolios farmacéuticos tampoco lo son. Capitalismo y alimentación son incompatibles; capitalismo y salud también.