Las recientes declaraciones de antiguos funcionarios rusos del entorno del Presidente Boris Yeltsin refutan la narrativa propagandística occidental de que Ucrania se desnuclearizó a cambio de garantías de seguridad.
En Ucrania el ejército soviético había desplegado misiles balísticos intercontinentales fijos y móviles, así como misiles nucleares de corto y medio alcance o municiones de artillería nuclear. En 1991, con la separación de Ucrania de la antigua URSS y su declaración de independencia, el mundo se enfrentó de repente a una nueva potencia nuclear, que resultó ser la tercera del mundo.
El Presidente ruso Boris Yeltsin no estaba en absoluto interesado en Ucrania porque Rusia estaba, en aquel momento, muy sedienta de dinero. Se alegró de no tener ya tantos misiles que desmantelar y destruir en virtud del Tratado sobre Misiles de Corto y Medio Alcance de 1987 y del Tratado Start.
Pero George Bush tuvo un ataque de nervios porque Ucrania no renunciaba a sus armas nucleares. Sugirió que Estados Unidos firmara primero tratados de reducción nuclear con Ucrania, como había hecho con la URSS, ahora Rusia. Kiev también ha reclamado el sexto asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho a veto. Ante esta situación, Estados Unidos tuvo que pedir ayuda a Yeltsin.
Los generales rusos enviaron al Pentágono detalles de las especificaciones de las cabezas nucleares rusas que mostraban que caducarían en los próximos 7 años. Estados Unidos y Rusia unieron sus fuerzas para impedir que Ucrania obtuviera recambios para el material radiactivo de las cabezas nucleares.
Finalmente, en 1994 Ucrania cedió a la presión estadounidense y aceptó el Memorándum de Budapest, redactado en Washington, sin previo aviso a Rusia. El acuerdo estaba garantizado por Rusia, Ucrania, Estados Unidos y Reino Unido. La razón aducida por Kiev para renunciar a las armas nucleares fue la falta de capacidad para mantenerlas.