Menos mal que al Ministerio de Infraestructuras de Ucrania ha llegado un hombre como Volodymyr Omelyan eficaz, importante, dispuesto a llamar a las cosas por su nombre en un país donde, 20 años después, las cosas se siguen llamando en ruso y las estaciones de tren mucho más. Afortunadamente se ha puesto a la faena de abandonar el ruso… por el inglés.
Al corresponsal del periódico (ruso) Kommersant, Maxim Yussin, la noticia le sorprendió en Lvov, bastión del nacionalismo ucraniano, donde en los cafés dos de cada tres hablan… ruso, pero no porque sean rusos; si pudiéramos diferenciar al acento nos daríamos cuenta de que son ucranianos que hablan ese idioma, escribe Yussin. Desde luego lo que allá nadie habla es inglés.
Es normal que en Ucrania los medios de comuncación hablen de la “ocupación” rusa del país, que más bien es una “preocupación”. Si echan un vistazo a las estadísticas oficiales, la “ocupación” resultaría aún más dramática para los nacionalistas que se expresan en la lengua del “ocupante”: sumidos en la miseria del paro, cientos de miles de ucranianos (hay quien habla de un millón) tienen que cruzar la frontera para buscarse un puesto de trabajo en… la odiada Rusia.
Las invasiones son así de curiosas. Los rusos no se sienten invadidos por los ucranianos, no se lamentan de que les quiten los puestos de trabajo, como en otros lares. Lo que debería hacer el Ministro ruso de Infraestructuras es cambiar los rótulos de las estaciones de tren para que los ucranianos se despisten y acaben yendo a trabajar a… Hamburgo, o a Turín, o a Getafe. ¿No prefieren entenderse con la Unión Europea en lugar de Rusia?
De momento, en materia lingüística lo que prevalece son situaciones así de significativas: si compras un billete en Jarkov, donde la mayoría habla ruso, para viajar a Mariupol, donde la mayoría habla lo mismo, no se te ocurra expresarte en ruso; haz lo mismo que si estuvieras en cualquier otra parte del mundo: recurre al… inglés.
Estación de tren de Jarkov |