“Estamos en efecto ante el hecho que el aparato burgués de producción y publicación tiene la capacidad de asimilar e incluso propagar cantidades sorprendentes de temas revolucionarios, sin poner por eso seriamente en cuestión ni su propia existencia ni la existencia de la clase que lo posee… Afirmo además que una parte considerable de la literatura llamada de izquierda no ha tenido otra función social que la de extraer de la situación política cada vez nuevos efectos; para el entretenimiento del público”
(Walter Benjamin. Ponencia presentada en El Instituto para el estudio del fascismo. París, 27 de abril de 1934)
Dando un vistazo a las subvenciones concedidas por el Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya en 2020, hay una cantidad de literatura aparentemente de izquierdas o “radical” que está financiada por esta Consellería. La pregunta que surge es: ¿cómo se puede entender que un gobierno extremadamente neoliberal (el más neoliberal de toda España) subvencione ediciones aparentemente de izquierdas?
Seguramente la reflexión que hacía Walter Benjamin en 1934 la podemos dar por actualizada como si los años no hubieran pasado. Y a continuación, repasando los catálogos editoriales “radicales” podemos preguntarnos si su contribución es para espolear la necesidad organizativa del proletariado o es para entretenimiento de un público que se autocalifica de “progre”.
Indigenismos, tercermundismos, LGTBI, movimientismos, feminismos posmodernos, refugiadismos, neomarxismos interclasistas, trotskismos, antistalinismos… e incluso comunismos que afirman que tal concepto no es un “proyecto” sino una “práctica” (como dice Isabelle Garo) alejando la perspectiva acuñada por Marx de “subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable”.
Si se quisiera decir que la diferencia es relativa o de interpretación semántica se estaría faltando a la verdad, atendiendo al que se desprende de la interpretación del contexto y la intención de la afirmación que hace la autora.
Si nos situamos en la intención de un proyecto, entendido como una cuestión en la conducta humana, es el establecimiento de un plan propuesto para realizar aquello que se piensa llevar a desempeño, y evidentemente el plan tiene un objetivo, que en el caso del comunismo es la supresión de las clases en la sociedad, las desigualdades que configuren su existencia y un nuevo modelo civilizatorio.
Por el contrario práctica, es la aplicación de ciertos preceptos, ciertas reglas, etc., aplicación de aquello que se ha aprendido, donde se funden, cuando no confunden, los hábitos y obviamente las tradiciones, simplemente una cotidianidad de comportarse de una manera determinada, que simplemente puede ser la forma más adecuada de comportamiento en función de unos parámetros que se pueden haber logrado personalmente o por influencia del entorno social, donde no es exigible ningún proyecto o plan como una gran estrategia colectiva y con una finalidad transformadora.
Ahora bien, si la intención es la de la llevar a la práctica un proyecto, entendido como lo que ahora es muy habitual denominar trabajos docentes o estudios técnicos, para darles mayor “entidad”, lo que acaba siendo una práctica es el ejercicio de una profesión, lejos de lo que tiene que ser la pretensión de querer impulsar y especialmente instaurar el proyecto del comunismo.
Hay una coincidencia en la literatura “radical” para obviar dos cuestiones básicas: la necesidad de la organización con militantes que piensen con su propia cabeza como condición indispensable para serlo; y que el comunismo plantea una alternativa civilizatoria que va más allá de la economía y la política, que hunde sus raíces en la ciencia, en todo el entramado que se denomina cultura y también evidentemente tiene que aspirar a configurar como referente una ética proletaria.
La necesidad partidaria tiene que servir para organizar la resistencia, y para subvertir constantemente el orden establecido; el proyecto de nueva civilización como hito a tener en cuenta y la organización subordinada a este hito.
Como ya en su momento advirtió Evgeni Pasukanis que lo importante no es solo lo que el Estado hace, sino también la forma en que lo lleva a cabo. En ambos casos, la neutralidad no tiene cabida, puesto que cada aspecto de la organización y accionar estatal expresa y refuerza su naturaleza de clase. Y aquí podemos incluir la práctica del “subvencionismo” hacia centenares de asociaciones de los más variados colores, muchas de ellas se nombran radicales e incluso antisistema.
Podemos considerar que el Estado, como representante de una clase, objetivo de la cual es la reproducción de las relaciones sociales existentes en una escala siempre creciente, no hace “gastos” cuando reparte subvenciones, sino que realiza siempre “inversiones”. Inversiones de las cuales piensa sacar un rendimiento que está caracterizado no tanto por su estatus monetario, sino para asegurarse el consenso, o el disenso “dentro de un orden”.
Asociaciones con el modernísimo nombre de organizaciones no gubernamentales, las cuales el Banco Mundial las define como “organizaciones privadas que persiguen actividades para aliviar el sufrimiento, promover los intereses de los pobres, proteger el medio ambiente, brindar servicios sociales básicos o realizar actividades para el desarrollo de la comunidad”. Así la producción literaria, a imagen y semblanza de lo que dicta el Banco Mundial, reafirma el sistema de dominación con una vestimenta progresista e incluso radical.
Las tesis justificativas de los receptores se amparan en que “si existe un dinero que en realidad lo aportan los ciudadanos. Si este dinero puede utilizarse en proyectos emancipadores, ¿no es mejor que lo utilicen organizaciones progresistas?
Pero tal vez hay que plantear otra pregunta: ¿desde la perspectiva de un cambio radical, es lícita la colaboración con los respectivos gobiernos aceptando sus subvenciones?
Y ante la reclamación que la producción literaria tiene una función educativa, podemos recoger las palabras de Francisco Ferrer Guardia, en el Boletín nº 5 del año cuatro de la Escuela Moderna, donde escribió “A propósito de las subvencionas” lo siguiente:
“Tristeza e indignación nos causó leer la lista de subvencionas que el Ayuntamiento de Barcelona votó para ciertas sociedades populares que fomentan la enseñanza. Vimos cantidades destinadas a fraternidades republicanas y otros centros similares, y no solamente estas corporaciones no han rechazado la subvención, sino que han votado mensajes de agradecimiento al concejal del distrito o al Ayuntamiento en pleno.
“Que suceda esto entre gente católica y ultraconservadora se comprende, ya que el predominio de la Iglesia y de la sociedad capitalista sólo puede mantenerse gracias al sistema de caridad y protección bien entendidas con que dichas entidades saben contener al pueblo desheredado, siempre conformado y siempre confiado en la bondad de sus amos. Pero que los republicanos se transforman de revolucionarios que deben ser en pedigüeños, cual cristianos humildísimos, eso sí que no podemos verlo sin dar la voz de alerta a los que de buena fe militan en el campo republicano.
“Que tiendan de ese modo la mano pedigüeña los hombres que en son de protesta revolucionaría se unen para cambiar de régimen; que admitan y agradezcan dádivas humillantes y no sepan confiar en la energía que tiene que dar la convicción de su razón y de su fuerza, lo repetimos, entristece e indigna”.
Quién lo escribió, pagó su osadía de enfrentarse a la estructura educacional al ser fusilado el 13 de octubre de 1909 en el cementerio de Santa Eulàlia. La burguesía catalana ya podía respirar tranquila, disponía del monopolio educativo, y los radicales subvencionados ya no tendrían de esconder sus vergüenzas.
Que existan producciones editoriales con voluntad de colaborar a la construcción de organizaciones comunistas y ser portavoces de un cambio civilizatorio, es loable. Pero al mismo tiempo hace falta que estas producciones sean financiadas por los revolucionarios y no por la clase antagónica. Que los contenidos no sirvan para pintar de varios colores el rojo encendido de la bandera proletaria, que no sirvan para despreciar ni envilecer los intentos fracasados de construcción de nuevas sociedades, sino de críticas constructivas para tenerlas en cuenta en el presente y futuro.
Y, que sirvan para denunciar los intentos de diluir el comunismo dentro de una simulación de defensa del comunismo.
Por otro lado, tenemos el ejemplo de «La canard enchaine» :
Durante la gran guerra en la retaguardia francesa Las clases populares no daban credibilidad a la prensa burguesa, mezcla de propaganda y ocultacion de la realidad.
Los propios soldados empezaron a relatar lo que realmente estaba pasando en el frente, y esta publication clandestina se pasa a de tapadillo de mano en mano. Superaba en terminos cualitativos, aunque no cuantitativo, a la prensa burguesa. El nombre viene de canard, literalmente pato y que significa periodico en argot, y encadenado, porque se pasaba de mano en mano.
Los comunistas chinos optaron por el Da Zi Bao, una hoja de periodico pegada en las paredes para que todo el mundo pudiese leerlas.
La clase obrera ira sabiendo encontrar Los camino para publicar, porque ahora tiene una necesidad grande de producir, difundir y consumir informacion. Lo bueno es que la credibilidad de Los medios burgueses ha quedado hecha papilla. Mi unica duda es por que la generacion de la gente mas mayor confia mas en la propaganda, algo que compruebo a pie de calle