Palomares

Bianchi

En enero de 2016 se cumplirán cincuenta años del «incidente» de Palomares. El día 17 de enero de 1966, sobre el cielo de Palomares, una aldea almeriense próxima al Mediterráneo, dos aviones militares norteamericanos, un B-52, prototipo de bombardero estadounidense utilizado para devastar las selvas vietnamitas, y el avión nodriza que le abastecía de combustible en pleno vuelo, chocaron entre sí y cayeron a tierra en medio de una gigantesca bola de fuego. De las cuatro bombas atómicas de hidrógeno que portaba el B-52, dos se rompieron al estrellarse contra el suelo lo que provocó una grave contaminación de uranio y plutonio.

Aquello, como no podía ser de otra forma, se trató de ocultar, pero entre lo que se filtró reproduciremos las declaraciones -de un cinismo sublime- del embajador de los EE. UU en España que manifestó -con un morro que se lo pisa- que ese «accidente nuclear» habría traído consigo la modernización de toda esa comarca almeriense: «estos pueblos eran desconocidos y hoy -entonces- tienen fama universal (…) Sí, en efecto, probablemente hemos metido a esas gentesen el tiempoen nuestro tiempoen un tiempo de bombas atómicas» (diario «Arriba», órgano del Movimiento Nacional, 3-4-1966).

Con no menor desparpajo hijoputil, un plumilla llegó a escribir que el «accidente»«ancla firmemente a la región (?) de Palomares en el mapa turístico de España» («Arriba», 10-3-66). La prensa venal franquista, encima, riéndole las «gracias» al embajador yanqui quien, por cierto, protagonizara el célebre baño que se dio en aguas almerienses junto a Fraga Iribarne, con su meyba, ministro de Información y Turismo a la sazón, para hacer ver que allí no había pasado nada, oiga. No faltaron quienes dudaron de que aquella playa fuera almeriense…

En 1968 Isabel Álvarez de Toledo y Maura, Duquesa de Medina Sidonia -con el tiempo conocida como la «Duquesa Roja»-, escribió un libro sobre Palomares donde, por una parte, reconstruía unos hechos en buena medida desconocidos para la opinión pública española, sometida a un «silencio impuesto» y «la mentira oficial», y por otra parte, denunciaba la precaria situación sanitaria y económica de los campesinos y pescadores de la zona contaminada. Mutilado el texto por la censura de la época, llamada entonces «consulta previa», y relegado después, en la Transición, al olvido, el valioso manuscrito sigue inédito hasta ahora, como quien dice.

Al principio, la consigna oficial fue negar toda peligrosidad derivada del «accidente». Cuando se rescató del mar la cuarta bomba, los técnicos norteamericanos reconocieron, sin embargo y a toro pasado, la destrucción apocalíptica que se habría producido en el caso de haberse provocado una reacción en cadena de alguna de ellas: «el paisaje se hubiera transformado en algo muy parecido a un cráter lunar, en un radio de 15 kilómetros. Palomares, Villaricos, Mojácar, Cuevas de Almanzora (donde nació, haremos una digresión, el fascista y presunto periodista Carlos Herrera que seguro que hoy restaría importancia a aquel «incidente» que estuvo a punto de matar a sus propios paisanos), Vera y Garrucha hubieran quedado completamente arrasadas y sin ningún vestigio de vida animal o vegetal. Más de 60. 000 muertos amén de que la lluvia radiactiva hubiera caído en una extensión mínima de 800 kms. cuadrados» («El Alcázar», 4-5-66 y «Pueblo»). Como dice la autora, los 24 megatones de la bomba recuperada del mar «suponían una potencia cinco mil veces superior a la de aquella ‘modesta’ (comillas mías) bomba que destruyó Hiroshima». Más tarde se supo que la contaminación radiactiva registrada en Palomares fue la más grave contaminación de plutonio registrada hasta entonces en el mundo. Los vecinos desinformados totalmente. Al revés, como coña, como típica estampa de Celtiberia Show, la bomba del «tío Pedro» -no confundir con el «Tío Pepe» de la Puerta del Sol madrileña, es broma- constituyó la máxima atracción -como ese resto de basura espacial que ha caído hace pocos días en un pueblito de Murcia, en Mula-. A su alrededor había «recuerdos» para todos: pedazos de metal anormalmente gruesos, piezas inidentificables y otros «souvenirs». Los chiquillos jugaban con lo que encontraban de restos del ostión de los aviones siniestrados. Los mayores, más «científicos», trataban de averiguar su composición cortando trozos a navaja. Se manipulaba la bomba H sin precaución ni miedo ni nada. Lejos de nosotros burlarnos de gentes sencillas -algo que no nos lo permitiríamos jamás-, pero la cosa tiene ribetes de humor (negro) berlanguiano. Además, ¿por qué iban a tener miedo o adoptar precauciones si el propio ministro, Fraga Iribarne, disipaba con su habitual contundencia toda duda razonable declarando que «puedo asegurar rotundamente que no hay en la tierra ni en el mar ningún tipo de contaminación» («Arriba», 13-2-66). Y se dio un chapuzón para convencer a los «conspiranoicos» de entonces. Grande don Manuel, cómo te echamos de menos.

A Emilio Romero, director del diario «Pueblo» (órgano de los sindicatos verticales franquistas), que no sonará mucho a nuestros miles y miles y centenares de miles de nuestros lectores, qué digo miles, ¡¡millones!!, era entonces, cuando sólo había una televisión, aunque hoy, para el caso, casi lo mismo en cuanto a la emisión de mensajes-consignas y el masajeo del personal, era, digo, tan «popular» como el recién desaparecido, servil y amanerado, Jesús Hermida, que ya sonará más y que, por cierto, hiciera sus primeras armas en el diario de Emilio Romero, «Pueblo». A este «busto parlante» (soltaba peroratas y homilías en TVE -en blanco y negro- para aleccionar a la chusma), a Romero, decíamos, le costaba creer que toda una duquesa se pusiera al lado del pueblo y apoyara sus reivindicaciones. No le entraba en la cabeza y, la verdad, algo de razón ya llevaba, pues lo de la duquesa y su deriva, como se dice hoy, no era precisamente la norma…

Terminaremos diciendo que en 1985 (antes había que leer «Le Monde» para enterarse de «lo de Palomares», el que supiera francés, claro, y a su corresponsal -muy odiado por Fraga- José Antonio Novais, o «France Soir» o la agencia «France Press» del país vecino) apareció el único libro específico sobre Palomares publicado por un español hasta la fecha: «Las bombas de Palomares, ayer y hoy». Madrid. Ediciones Libertarias, hoy inédito, aunque se agotó en su día pese a la mala distribución. El autor fue Rafael Lorente, diplomático psoecialista vinculado a Tierno Galván -el «Profesor»– y buen conocedor de la costa almeriense hasta tal extremo que fue testigo presencial y de excepción del «accidente», pues se encontraba el aciago lunes del 17 de enero de 1966 en la playa de Mojácar y vio el choque de los aviones sobre el cielo azul y acudió enseguida a Palomares a fisgar. Sus declaraciones al diario «Le Monde» fueron decisivas en la difusión internacional de la cosa. Lorente no aceptaba en su libro la versión oficial USA y mantenía, basándose en su observación directa y en la otros testigos oculares, que fueron tres -y no dos- los aviones que se fostiaron: dos bombarderos B-52 y un avión cisterna KC-135. Lorente se quedó ciego a los dos años del «accidente» y murió en 1900 de cáncer.

Hoy, quienes niegan a los catalanes decidir qué cosa quieran ser, si separarse o no, siguen vendiendo su solar al imperialismo yanqui con sus bases navales y aéreas. Claro que, como dice la prensa adicta -al igual que la prensa franquista de entonces-, eso «crea puestos de trabajo». Unos patriotas es lo que son. Y nosotros unos insensatos desagradecidos.

comentarios

  1. • ¿Millones de lectores? ¡Ignoraba que estuvieseis por los bares! Por tanto, voy a deponer mi salvajismo o misantropía o quién sabe qué y comenzaré a salir también yo por los bares a moler vuestra harina conjuntamente con los demás afortunados tertulianos. Ahora sí que van a estar bien nutridos, porque yo de recetas sé un montón, solo que me faltaba la base para su elaboración. Gracias esforzados amigos. A vosotros deberé poder tener vida sucial en adelante. Y ahora me voy a duchar y, entre otras cosillas, tratar de localizaros impresos o en las pantallas de las TVs para tratar de pegar la hebra e impregnarme de la inteligencia colectiva.
    • Chau, pero antes una corrección: Amaneradísimo Jesús Hermida, hasta la náusea. Que yo tengo un estómago delicado, pese a que de aquella y a ser niño obscurecido, algo veía las TVs, para más inri.

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