Lechuza moteada |
Como todos los ricos, llevan consigo la mochila llena de sus tonterías de domingueros, que poco tienen que ver con quienes trabajan sobre el terreno: campesinos, ganaderos o madereros, cuya concepción de la naturaleza, de las montañas y de los bosques se contrapone a la de los recién llegados.
En Estados Unidos la materia prima de la construcción no es el ladrillo sino la madera. Uno de los negocios más corrientes es también la comercialización de la madera: la tala, los aserraderos, las carpinterías… No hace falta decir que las empresas madereras acaban con los árboles y con los bosques.
A su vez los bosques son el hábitat de la lechuza moteada, una especie a la que Estados Unidos declaró en vías de extinción en 1990.
En 1973 en Estados Unidos se había aprobado una ley de protección de las especies amenazadas que, además de protegerlas, protege también sus ecosistemas y, en este caso, los bosques de la costa noroeste.
Los domingueros del sur chocaron pronto con la población autóctona del norte, lo cual resumía el choque de los dos puntos de vista más importantes que hay sobre la naturaleza. El primero es el de los amantes de los paisajes que quieren conservar la naturaleza tal y como está. El segundo es el de quienes trabajan en ella para poder sobrevivir.
Como cabía esperar, el choque acabó en pleitos que se decidieron en los tribunales con la participación de los correspondientes expertos ambientalistas, cada uno de los cuales le dijo al juez lo que le ordenaron que dijera quienes le pagaban.
Habiendo dinero de por medio no cabía esperar que apareciera el famoso “consenso científico”. Hay científicos para todos los gustos y todos los pleitos que uno pueda imaginar.
No obstante, los pleitos no los resuelven los expertos sino los jueces que, en este caso, fallaron a favor de los urbanitas y ordenaron suspender temporalmente la tala de árboles. El mundo urbano volvió a triunfar sobre el rural.
Las empresas forestales tuvieron que cerrar, los trabajadores se fueron al paro, las ciudades languidecieron y los vecinos emigraron a otro lugar para que las lechuzas moteadas tuvieran el suyo. La costa noroeste de Estados Unidos disfruta de unos bosques maravillosos junto a unas ciudades deprimidas y abandonadas.
Pero esas ciudades deprimidas y abandonadas son un lujo para esos excusionistas que llegan al monte huyendo del asfalto precisamente y tienen sus confortables chalets, con piscina, aire condicionado, vistas al lago y unas rutas perfectas para pasear entre los árboles un domingo por la mañana. Se ríen de los trabajadores locales y los consideran “paletos”.
A los domingueros les preocupaban las especies en vías de extinción, pero no la suerte de los trabajadores y habitantes que no pudieron vivir donde siempre habían vivido, con todas las secuelas que eso acarrea, como el alcoholismo, por poner un ejemplo.
La situación llegó a ser tan catastrófica que Bill Clinton tuvo que aprobar un nuevo plan forestal para paliar la situación de la zona, lo que no agradó ni a unos ni a otros.
Los “progres” no se deberían extrañar de la suerte de un mundo rural abandonado que acaba en las redes de la reacción más negra. En el noroeste proliferan hoy unas 1.500 organizaciones que expresan ese repudio profundo hacia los urbanitas recién llegados que les han dado la patada en el culo. Sólo la American Farm Bureau Federation agrupa a más de cuatro millones de agricultores. Estos “paletos” son los que se reconocen a sí mismos en esperpentos de la talla de Trump.
En Estados Unidos los “paletos”, los más pobres, son el caldo de cultivo de los racistas, los evangelistas, los supremacistas… Lo peor de lo peor.