El mariscal soviético Iván Bagramian |
En 1962 la Guerra Fría estaba en pleno apogeo. La URSS acusa una clara inferioridad frente a Estados Unidos en términos de armamento nucleares: los estadounidenses tienen 6.000 ojivas nucleares capaces de llegar a la URSS, mientras que los soviéticos sólo tienen 300 capaces de golpear a los Estados Unidos.
Además, los misiles nucleares estadounidenses están desplegados en las inmediaciones de las fronteras soviéticas, no sólo en Europa occidental (Alemania, Holanda y Bélgica), sino también, desde 1961, en Turquía. El tiempo de aproximación de un misil sobre Moscú se reducía a 10 minutos. Si hubiera empezado una guerra, Moscú simplemente no habría tenido tiempo de responder con un ataque contra Washington.
Entonces Moscú volvió su mirada al otro lado del océano, hacia la Cuba revolucionaria, donde en 1959 había triunfado la revolución. Tras la nacionalización de las empresas estadounidenses en Cuba, Washington había impuesto el bloqueo económico a la isla. La cooperación con la URSS fue una verdadera salvación para los cubanos y Fidel Castro: comenzaron los suministros prácticamente gratuitos de cereales, combustible, tanques y aviones.
Al mismo tiempo, las relaciones entre Cuba y Estados Unidos eran extremadamente tensas, y Moscú convenció a Fidel de que sólo las armas nucleares soviéticas empujarían a Kennedy a hablar con él como un igual. El dirigente cubano aceptó desplegar misiles soviéticos en la isla.
Washington siguió cada unidad de equipo militar que llegaba a la isla, de modo que la URSS tuvo que transportar en secreto los misiles. Fue el mariscal Ivan Bagramian quien se puso a elaborar un plan secreto. La operación se llamó Anadyr, el nombre de una ciudad en el extremo noreste de Rusia. Según los estrategas, tal nombre podría engañar a los espías más meticulosos.
Como parte del plan, los soldados involucrados en la operación recibieron botas de fieltro y esquís. Estaban seguros de que iban a Chukotka. Los misiles balísticos nucleares a bordo de los buques se camuflaron como grandes equipos agrícolas.
Sólo un pequeño círculo de personas conocía el verdadero propósito de la operación. Los primeros en ir a Cuba fueron los oficiales responsables de la instalación de lanzacohetes. Los viajes del resto de los militares (más de 50.000 personas) tuvieron lugar en condiciones terribles. Durante semanas estuvieron encerrados en las cabinas de los barcos con destino a Cuba desde ocho puertos soviéticos. El primero zarpó hacia Cuba el 10 de julio de 1959.
A los soldados se les prohibió subir al puente y ninguno sabía adónde iban. Incluso los capitanes de los barcos se enteraron de su verdadero destino una semana después de su partida. Recibieron tres paquetes secretos con rutas que fueron reveladas en estricto orden. Primero, el capitán se enteró de que tenía que cruzar el Bósforo, luego se puso rumbo a Gibraltar, y sólo en el Atlántico descubrió que el objetivo era Cuba, según el espía soviético Alexander Feklissov.
El mayor Nikolai Obidin recuerda en sus memorias: “Según lo ordenado, abrieron el paquete secreto. Estaba escrito: ‘Vete a Cuba, puerto de La Habana’. Inmediatamente después de atravesar las islas Azores, los aviones estadounidenses comenzaron a sobrevolar por encima de los buques a baja altura. Sospechaban algo. Entonces sus naves de guerra empezaron a agruparse. Por medio de radio y señales preguntan: ‘Comuniquen el destino y la carga’. Respondemos: ‘La carga es comercial, vamos a nuestro destino’”.
Debido al secreto de la misión, los soldados soviéticos tuvieron que hacerse pasar por habitantes locales, y lo lograron. Los exploradores estadounidenses, después de los vuelos sobre los barcos soviéticos, concluyeron que las naves transportaban carbón y turistas. Nunca habrían pensado que en realidad eran armas nucleares y soldados. A principios de septiembre de 1962, los primeros misiles habían llegado a Cuba.
El éxito de la URSS fue facilitado en gran medida por la casualidad. El 9 de septiembre, los chinos derribaron un avión de reconocimiento estadounidense sobre China y los Estados Unidos centraron su atención en ese país. El 14 de octubre, los aviones espía U2 aparecieron de nuevo sobre Cuba y detectaron los misiles.
“Las fotos recibidas conmocionaron a los generales americanos. El 16 de octubre, Kennedy se enteró de las posiciones de los lanzamisiles balísticos”, escribe Alexander Feklisov.
El 20 de octubre Washington decidió lanzar el bloqueo a Cuba y el 24 de octubre el ejército estadounidense bloqueó todas las rutas marítimas. Al día siguiente, Estados Unidos presentó ante la ONU pruebas del despliegue de misiles soviéticos en Cuba.
La URSS tomó una decisión: todos los barcos que navegaban en el Océano Atlántico tenían que dar la vuelta y regresar. Como resultado, los misiles R-14, que podían alcanzar cualquier parte de los Estados Unidos excepto a los Estados del noroeste, nunca llegaron a Cuba. En el momento de la crisis, había 36 misiles nucleares soviéticos en Cuba.
El 26 de octubre se iniciaron conversaciones secretas entre Estados Unidos y la URSS y se alcanzó un compromiso: Washington prometió retirar sus misiles de Turquía y Moscú a hacer lo mismo con los de Cuba.
La URSS consideraba que la Operación Anadyr era un logro excepcional de sus fuerzas armadas. En 1963, cientos de oficiales soviéticos fueron condecorados.
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Sobre la crisis de los misiles en Cuba, en 2000 se estrenó la película de Roger Donaldson titulada “13 Días”, que merece la pena ver:
La película hace un recorrido cronológico por los acontecimientos que rodearon el intento de instalación por parte de los soviéticos de misiles nucleares de alcance medio en Cuba desde el punto de vista de cómo se vivieron aquellos momentos de tensión desde la Casa Blanca, con sus reuniones políticas de alto nivel, sus conferencias con el alto mando militar y los momentos de confidencias, reflexiones, temores y amenazas que rodearon a los protagonistas del lado norteamericano durante aquellos tensos días. Todo se cuenta a través del filtro de Kenny O’Donnell (Kevin Costner), el secretario de Kennedy (Bruce Greenwood).
En 13 días se pasó del riesgo de una III Guerra Mundial y la destrucción nuclear del planeta, a una clamorosa bajada de pantalones por parte de Estados Unidos que la propaganda yanqui ha intentado haer parecer siempre ante la opinión pública mundial como una inteligentísima y sabia maniobra diplomática con la que salvar al mundo de su desaparición.
La película, consagrada principalmente a ofrecer un retrato amable de los Kennedy (tanto de JFK como de su hermano Robert, Secretario de Justicia y consejero para todo, interpretado de manera solvente por Steven Culp), sin mostrar ni un solo atisbo de los hábitos extorsionadores, chantajistas y autoritarios, sin duda heredados de su padre, que eran moneda corriente -y son- en la Casa Blanca de aquellos -y estos, y todos los- tiempos.
En cuanto a la Casa Blanca se refiere, la película llega a esbozar el distanciamiento de Kennedy de buena parte de la clase militar dirigente del país, embrión, según se sugiere, del futuro complot que acabaría con su vida apenas un año más tarde).
El espectador se siente absorbido por el interés creciente de la historia, por más que sabida, apasionante, hasta el punto de olvidar los, a primera vista, excesivos 145 minutos de metraje. Kennedy y su equipo han de hacer frente, por un lado, a las presiones soviéticas y a la amenaza de guerra que supone la presencia de armas nucleares a apenas un centenar de kilómetros de Florida, y por otro, a los exaltados de las propias filas, que buscan la ocasión para resarcirse del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos y una nueva oportunidad de hacerse con Cuba -entre otras cosas, para reintegrarle a la mafia los negocios que mantenían en la isla con Batista y que los comunistas les arrebataron- y de acabar con Fidel Castro.
El valor añadido de la cinta es que permite acercarse, tanto por lo que muestra como por lo que deliberadamente esconde (como el “complejo militar-industrial” del que advirtió a Estados Unidos y al mundo el presidente Eisenhower en el momento de su retirada), a las tuberías de la alta política, y también comprobar cómo se fabrican ficciones sobre las que construir un mensaje determinado que poder vender a lo largo de los años, incluso de las décadas, sin perder vigencia, y sobre el que asentar superficialmente unos valores que no responden en la misma medida a la realidad cotidiana de la política.
La película vende como una victoria diplomática norteamericana una derrota diplomática real (a cambio de que Krushev se llevara los misiles de Cuba los americanos aceptaron retirar los suyos de Turquía, una amenaza directa para los rusos a pesar de que en la película se insista hasta la saciedad de su obsolescencia y de que su retirada estaba ya prevista con anterioridad).
A pesar de los intentos, la película no llega a ocultar ni una sola mota de la basura que se percibe asomar bajo las mullidas alfombras de las salas de reuniones, los despachos y los vestíbulos de Washington.
https://39escalones.wordpress.com/2012/09/04/politica-ficcion-absorbente-trece-dias/