¡No me cuentes historias!

Nicolás Bianchi

Así, con esa expresión, suele despacharse a quien parece estar contándote una película, una mentira, una “historia”. La historia, con minúscula, como milonga. Tampoco el teatro se libra de estos desdoros. En las gradas de un campo de fútbol no es infrecuente oír, cuando un futbolista simula tirarse dentro de área rival para provocar un penalti inexistente, que ese jugador “ha hecho teatro”, o sea, no es real lo que hemos visto, aunque, a favor del teatro, diremos que la intención es engañar no tanto al espectador como al árbitro que es, realmente, quien “pica” (o no) y/o decide. Y, sin embargo, algo de teatro sí hay en estos lances. Está el público-espectador que juzga pero no decide, y los actores dizque el jugador que interpreta un “papel” con el fin de que otro actor, el árbitro, sea engañado. En cualquier caso, todos los personajes representan unos roles y cada quien “en su papel”.

Sucede parecido cuando se habla de “memoria histórica” o, como decía Maurice Halbswachs allá por 1920, ”memoria colectiva” o, como propusieron Fentress y Wickman, ”memoria social”. Están los historiadores como actores –y guionistas- de la función, luego el público que somos nosotros y, al final, o desde el principio, el árbitro como juez y parte. Por ejemplo, Garzón, juez estrella hoy estrellado, ese “Roy Bean”, como prohombre justiciero que levanta fosas y cunetas para hacer justicia a las víctimas de la guerra civil del bando republicano y antifascista. En Chile se le adora, en Euskal Herria se le odia y, en el Estado español, para la “izquierda” apesebrada y de pacotilla, de mentirijillas, los de la ceja, pasa por un héroe quien no va a hacer otra cosa que dar la última paletada de tierra a los muertos por la causa popular. Quien usurpa el papel de juez y árbitro al pueblo, que es soberano. Los papeles están cambiados.

La Historia, ahora con mayúsculas, son dos cosas, al menos: lo sucedido en el tiempo (los hechos acaecidos) y el relato de lo sucedido, o sea, cómose cuenta lo acaecido. Y quién lo cuenta. La historiografía se divide en dos hogaño y hodierno: la académica, otrosí profesional, que inaugurara Ranke, para quien “hecho histórico” y “verdad” son la misma cosa, como buen positivista finisecular (los “Annales” y el marxismo hablarían de la “historia condicionada” ergo la “verdad”), y la “historiografía mediática” vulgo historietas que contaba la periodista (¿) Victoria Prego en TVE “narrándonos” la Transición (modélica y exportable) en Hispanistán. La que vale es esta última contada deshistorizadamente y au dessus de la mèlee. La clave de bóveda fue este arquitrabe: callar lo realmente ocurrido (lo histórico) para no reabrir heridas (históricas) en pro de la reconciliación (lucha de clases abolida) de las “dos Españas”. Y que se piense –que se no piense- que Merlín fue un personaje real y Líster un futbolista. Lo nodal es la equidistancia, es decir, todos fueron culpables (en la guerra). Ambos bandos cometieron atrocidades. En los folletines había maniqueísmo, buenos y malos, igual que nos enseñaban los curas en el nacional-catolicismo. Hoy, no: todos fueron unos mal bichos. Conclusión: borrón y cuenta nueva, aquí paz y después gloria hasta que dure este tinglado de la antigua farsa.

¿Llamarán “terroristas” a los voluntarios de ETA en la historia de Euskal Herria dentro de veinte años? Menos mal que ya estaré picha arriba.

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