‘Más vale ciento volando que pájaro en mano’ (Los falsos profetas del capitalismo venden humo)

Casi la mitad de la empresas que cotizan en el Nasdaq, o sea, las mayores empresas tecnológicas del mundo, tienen pérdidas.A partir de ahí, las preguntas son evidentes: si no reparten beneficios, ¿por qué no se hunden en la bolsa?, ¿cómo se sostienen? O mejor dicho, ¿cómo les sostienen?

El caso es que la contabilidad dice una cosa y los informáticos nos cuentan la contraria. Con ese típico lenguaje absurdo de la posmodernidad, hablan de “startups”, empresas emergentes, los “unicornios” de las nuevas tecnologías y bla, bla, bla, bla…

¿No tienen futuro las nuevas tecnologías? Algo ya avanzamos aquí al contar el batacazo de WeWork, una vieja empresa del ladrillo de toda la vida disfrazada de redes, “ipods”, “networking” y demás.

Las empresas basadas en la tecnología “blockchain” tampoco han respondido a las expectativas, a pesar de los centenares de millones invertidos en ellas.

¿Cómo es posible?

Las apariencias engañan. El capitalismo hace décadas que ha agotado su capacidad para innovar. Con la entrada en su fase imperialista  “desaparecen hasta cierto punto las causas estimulantes del progreso técnico y, por consiguiente, de todo progreso, de todo movimiento hacia delante”, escribió Lenin (1).

El capitalismo no avanza y, sin embargo, tiene que aparentar todo lo contrario. Los monopolios tecnológicos no reparten beneficios, pero los capitalistas creen que algún día lo harán; tarde o temprano. Con los especuladores no va el refrán “Más vale pájaro en mano que ciento volando”; es al revés.

El capitalismo vende humo. En su época Marx lo llamó “capital ficticio” (2): papeles, títulos, bonos, acciones, cheques, obligaciones, letras, derivados… Hoy los expertos lo llaman “activos financieros” y dicen que su cotización reposa sobre rentas futuras.

El capital ficticio es típico de ciertos sectores económicos, como la biotecnología, por ejemplo. Como en plena Edad Media, en los siglos del oscurantismo, los especuladores (y sus secuaces “científicos”) andan en busca de la piedra filosofal y convierten a un pequeño laboratorio en la típica burbuja del Nasdaq porque está a punto de descubrir una pócima milagrosa para todo, pero sobre todo para fantasmas como el coronavirus.

Sin esas burbujas financieras no se podrían sostener, ni los laboratorios de biotecnología, ni los informáticos. Las tecnologías modernas son indisociables de esas burbujas que se generan en bolsas, como el Nasdaq.

Si en 1939 Hitler habló de “blitzkrieg” (guerra relámpago) para acabar con la URSS, ahora los buitres financieros hablan de “blitzscaling”: los intentos de acaparar tecnologías prometedoras como medio de aplastar a la competencia. Los beneficios inmediatos no importan tanto; ya llegarán.

Por eso los cretinos de moda en las bolsas mundiales son los “visionarios”, por no decir “videntes”, esos “gurús” y profetas capaces que manejar una bola de cristal propia, de predecir el futuro… Como si el capitalismo tuviera algún futuro.

El capitalismo es una gran casa de apuestas. Los incautos entran en ellas porque creen que saldrán con los bolsillos llenos. Viven de falsas esperanzas.

(1) Lenin, El imperialismo fase superior del capitalismo, Pekín, 1972, pg.127.
(2) Marx, El Capital, tomo III, pgs.381 y stes.

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