La subida de precios ha esquilmado los bolsillos de millones de obreros en Reino Unido, algunos de los cuales están cayendo en la pobreza: en la mitad de los hogares se saltan comidas. Incluso más que la inflación general, la de los alimentos se ha acelerado hasta el +16,5 por cien en un año.
Los británicos, 14 millones de los cuales ya vivían por debajo del umbral de la pobreza antes de la pandemia y la inflación, acuden en masa a los bancos de alimentos. Algunas empresas, como los hospitales, están creando sus propias reservas de artículos de primera necesidad para los trabajadores más pobres de la sanidad.
Del mismo modo, la subida de los precios de la electricidad y el gas está obligando a 3 millones de hogares a dejar de calentar sus casas. El fenómeno está adquiriendo tales proporciones que este invierno se han abierto 4.300 “bancos de calor”, es decir, iglesias, ayuntamientos, salas de fiestas y otros lugares públicos con calefacción y abiertos a todos.
Huelgas en todos los sectores económicos
Es normal que los trabajadores se levanten en masa. Reino Unido lleva seis meses agitado por un movimiento social que sigue creciendo. Desde trabajadores de correos a ferroviarios, pasando por enfermeros y operadores de telecomunicaciones, las huelgas han paralizado el país durante días enteros, como ocurrió con el metro de Londres en junio y noviembre.
Los sectores con escasez de personal sufren aún más. El gobierno tuvo que llamar a 1.200 militares para sustituir a los policías de fronteras y conductores de ambulancias en huelga en Navidad.
El descontento no cesa. Se han emitido preavisos de huelga para enero en los ferrocarriles, las enfermeras y los conductores de ambulancias. En plena crisis de la carestía de la vida, se exigen aumentos salariales para hacer frente a la subida del coste de la vida.
Rishi Sunak y sus ministros han prometido no ceder ante los huelguistas y lo que califican de demandas salariales “poco razonables” en una entrevista. El gobierno no quiere oír hablar de subidas salariales. No propone nada nuevo ni concreto para responder a los huelguistas. Incluso hace lo contrario y propone endurecer el derecho de huelga.
Si los salarios subieran, Downing Street teme un bucle salarios-precios que alimente la inflación. Rishi Sunak también promete recortes fiscales tras el plan antiinflacionista de su predecesora Liz Truss, un programa sin financiación que provocó los ataques de los mercados a la deuda británica y disparó sus tipos de interés.
Para compensar este calamitoso episodio, el nuevo Primer Ministro, nada más tomar posesión de su cargo, emprendió una brutal vuelta a la austeridad. Su primer presupuesto supuso un ahorro de unos 55.000 millones de euros, repartidos entre subidas de impuestos y recortes del gasto público. El límite de las facturas de energía se redujo a seis meses en lugar de dos años. Privado de margen financiero, el Estado no parece dispuesto a amortiguar el choque energético e inflacionista como hacen Francia y Alemania con su población y sus empresas.
El desmantelamiento de la sanidad pública
El NHS (Servicio Nacional de Salud) es la ilustración más llamativa de las dificultades a las que se enfrenta Reino Unido. Según los médicos de urgencias británicos, entre 300 y 500 personas mueren cada semana a causa de los retrasos y la saturación de sus servicios. Detrás de estas estadísticas hay historias sobrecogedoras de pacientes que se ven obligados a esperar días para recibir tratamiento.
Los sindicatos de médicos denuncian las consecuencias de las decisiones políticas del pasado. Instan al gobierno a aumentar sus recursos, sobre todo para remediar la escasez de personal médico, patente desde la pandemia, que ya sacudió el sistema hospitalario. La huelga del sindicato de enfermeras, iniciada en diciembre y renovada en enero -la primera en un siglo- para obtener un aumento salarial del 20 por cien, que el gobierno se niega a concederles, cuenta con el apoyo de la mayoría de los británicos. Pero no del gobierno, que considera estas exigencias “inasequibles”, según la Ministra de Sanidad.
El miércoles Rishi Sunak se comprometió a reducir las colas de espera en los servicios de urgencias, sin precisar los medios que piensa destinar a ello. Las sucesivas medidas de austeridad de los gobiernos han sido culpadas del deterioro del NHS y, más ampliamente, de los servicios públicos.
Una crisis política generalizada
Reino Unido se encuentra en una crisis de esas que califican como “sistémica”. Es la consecuencia de la negativa a subir los salarios y la escasa inversión en servicios públicos e infraestructuras, con la posible excepción de la energía, ya que los británicos han seguido apostando por la nuclear y la eólica antes que muchos otros países. Se trata de una crisis que precede al Brexit; no es consecuencia de él.
2022 fue un año de crisis política en Reino Unido. Tras las chapuzas de Boris Johnson, cesado por sus ministros en julio, y la ineptitud de Liz Truss, que abandonó en octubre tras menos de dos meses en el cargo, los británicos tienen su tercer gobierno, presidido por Rishi Sunak.
Pero la recesión económica y sus terribles consecuencias sociales no han desaparecido. Este año el país entrará en recesión con un -1,4 por cien, el peor resultado de los países del G7. Es probable que las cosas empeoren aún más.
La inflación en Gran Bretaña está en su nivel más alto en cuarenta años, con una tasa anual máxima del 10,7 por cien, cercana al 10,2 por cien de la eurozona. Pero lo peor es que hace ya décadas que el colchón de protección social fue desapareciendo. Poco a poco.