Las vacunas son un asunto comercial y político. La sanidad tiene poco que ver. La Unión Europea está saboteando las vacunas rusas por presiones de Estados Unidos y de las multinacionales farmacéuticas.
Los europeos que quieran inyectarse la vacuna rusa Sputnik pueden viajar a San Marino, en Italia, que tiene una oferta turística y sanitaria imposible de rechazar: las dos dosis de Sputnik cuestan 50 euros y para cada una de las inyecciones hay que reservar tres noches de hotel con 25 días de separación.
Rusia se convirtió en el primer país del mundo en registrar una vacuna contra el coronavirus en agosto del año pasado y desde entonces tiene otras dos más en cartera. Además de la Unicef, 65 países que suman 3.200 millones de habitantes las han autorizado.
Como los dirigentes de la mayor parte de los países del mundo, el gobierno ruso han recomendado la vacunación. El mes pasado, durante su discurso anual ante la Cámara Baja, Putin instó a los rusos por la televisión a vacunarse, en directo.
“La vacunación es de vital importancia”, dijo. “La oportunidad de tomar la vacuna debe estar disponible en todas partes, para que consigamos la llamada inmunidad de rebaño para el otoño”.
“Lograr este objetivo depende de todos, de todos nuestros ciudadanos. Por favor, vuelvo a pedir a todos los ciudadanos rusos que se vacunen”.
Pero los rusos no hacen caso. Según la Primera Ministra Tatiana Golikova, hasta el 26 de abril sólo el 5 por ciento se había vacunado, uno de los porcentajes más bajos del mundo. Un estudio publicado en marzo del banco suizo Credit Suisse concluyó que Rusia ocupaba el último lugar de los ocho países seleccionados, con sólo un 30 por ciento de su población deseando vacunarse.
Encuestas anteriores también muestran que menos de la mitad de los rusos confían en las vacunas, incluidas las autóctonas. En enero de este año el porcentaje era de un 38 por ciento. En febrero otra encuesta realizada por el Centro Levada descubrió que sólo el 30 por ciento de los rusos estaban interesados en recibir la vacuna Sputnik, mientras que el 62 por ciento estaba totalmente en contra de la idea de vacunarse, y sólo el 4 por ciento ya lo había hecho.
Rusia es uno de los pocos países del mundo en los que la vacuna se ha concebido siempre como un derecho, no como una obligación. El gobierno ni siquiera admite los pasaportes sanitarios. Putin no se vacunó hasta el 23 de marzo, siete meses después de aprobarse la primera vacuna y lo hizo de manera privada, no ante las cámaras de la televisión, lo que ha desatado toda clase de rumores: que no se ha vacunado, que se ha inyectado una vacuna occidental…
Los medios tampoco presionan a la población, ni desatan la paranoia. Es muy frecuente que las cadenas de televisión acojan declaraciones de los médicos en contra de las vacunas, así como todo tipo de informaciones sobre los efectos adversos de las mismas.
En declaraciones al diario Gazette, Vadim Pokrovsky, de la Academia Rusa de Ciencias, dijo que los rusos desconfían de lo que el gobierno promueve, especialmente los que crecieron en la Unión Soviética.
La circulación de todo tipo de informaciones críticas hacia las vacunas es mucho mayor en Rusia que en los países occidentales. A diferencia de España, donde el mensaje que difunden todos los medios es el mismo, en Rusia es posible leer buenos artículos, junto a los malos, los regulares y los pésimos.
Por ejemplo, el Canal Rusia 1 calificó a la dosis de AstraZeneca de “vacuna del mono”, ya que el adenovirus que utiliza procede de los chimpancés, a diferencia de Sputnik, que procede de células humanas.
Naturalmente, las críticas se vuelcan contra las vacunas occidentales, pero Sputnik tampoco está exento de ellas. Las redes sociales están repletas de información y desinformación sobre los efectos adversos de cualquier tipo de vacunas.
Los ataques contra Sputnik llegaron a tal punto que la fiscalía ordenó a bloquear algunos sitios con “información falsa”. Pero la censura no ha llegado a los extremos obsesivos alcanzados en países como España.
El confinamiento en Rusia se acabó abruptamente en enero de este año. Desde entonces la población se agolpa en todo tipo de actos multitudinarios, restaurantes, bares y discotecas y no entiende la necesidad de vacunarse: no ha habido brotes, ni rebrotes, ni variantes, ni nada de nada. Se han dado cuenta de que todo ha sido una cortina de humo.
Hipótesis: si de verdad el pueblo ruso (muy a diferencia de otros como el español) se ha dado cuenta de (o al menos se huele) la impostura que ha sido (sigue siendo, en realidad) la gestión que su Gobierno ha hecho en todo el tema este del coronavirus, parece razonable creer que se hayan desencantado (más aún) con sus gobernantes, y opten por creer (todavía) menos en ellos, así como en sus recomendaciones, temas de salud incluídos.
Esta pérdida de fe en el Sistema puede tener consecuencias futuras muy trascendentes.