Un Estado necesita su oposición, como el organismo necesita sus propios anticuerpos. Si la burguesía no tiene una oposición, la crea como un traje a la medida porque necesita un determinado tipo de oposición, una oposición domesticada, no una oposición verdadera. Si no hubiera oposición, tampoco habría democracia. Es más, lo que demuestra que hay democracia es que hay oposición, ese tipo de oposición leal que es tan necesaria para la supervivencia del moderno Estado monopolista.
Pero nadie se convierte en oposición de la noche a la mañana. Los aspirantes a opositores tienen que pasar su Via Crucis; no se lo dan todo hecho sino que tienen que poner algo de su parte. En fin, tienen que demostrar cierta valía, cumplir determinadas funciones que son paradójicas: pronunciarse en contra del Estado que defienden.
Se les llama oportunistas porque son gentes sin principios, o sea, que al principio son muy radicales pero acabarán adocenados. Los oportunistas aparecen cuando al Estado, lo mismo que al mando a distancia, se le acaban las pilas y se echa de menos un recambio. Su ascenso es el termómetro que detecta el malestar social. La gente está harta, descontenta y reniega de todo, pero sobre todo del viejo andamiaje oficial, de los gastados partidos e instituciones. Hacen falta caras nuevas, modernas, que digan cosas que no estamos acostumbrados a escuchar. A veces ni siquiera son necesarias migajas para ilusionar a la gente y que todo vuelva a su cauce.
La crisis es a los oportunistas lo que la mierda a las moscas. Proliferan en esos ecosistemas. Por eso nunca hay sólo un único oportunista sino varios al acecho de su oportunidad, a la espera del momento de trepar. A medida que la crisis se profundiza, los oportunistas se multiplican como la gangrena. No debe sorprender que algunos de ellos logren un puñado de votos porque el gran oportunista de los tiempos recientes siempre fue Felipe González, que logró 10 millones de ellos en 1982.
Los del PSOE de hace 30 años sí que eran oportunistas de verdad, no los de ahora. Aquello sí que fueron campañas de imagen, no el circo de ahora. Para ser oportunista hay que ser joven, tener recorrido por delante, ya que, de lo contrario, no te da tiempo para dar el cambiazo. Los viejos no cambian, mientras que a Felipe González le pusieron de «primer secretario» con 33 años. Se preparaba la transición.
Hasta que ocupó su cargo, la secretaría del PSOE era colectiva, algo que está reñido con el marketing moderno, eso que procede de las universidades gringas y que llaman «liderazgo». La política burguesa es electoralismo puro; votamos a personajillos y fantoches, no a partidos, ni a programas. ¿Cómo promocionar a una dirección colectiva? De ahí que con Felipe González en el PSOE se acabaran los órganos colegiados de dirección.
El oportunista es fruto de un diseño. En la transición los oportunistas como Felipe González exhibían una cuidada imagen descuidada: pelo largo, patillas y chaqueta de pana. Lo de menos es lo que uno sea; lo que vale es una imagen que sea nueva, distinta. Por eso en tiempos de la transición al PSOE se le llamaba «renovado». Ya no era el de la guerra, sino un partido a la última moda, lo mismo que la movida madrileña y su lema «Enamorado de la moda juvenil» que cantaba Radio Futura:
Y yo caí enamorado de la moda juvenil
de los precios y rebajas que yo vi
enamorado de tí.
Sí, yo caí enamorado de la moda juvenil
de los chicos, de las chicas, de los maniquís
enamorado de tí.
En la transición la tele no era tan importante y quienes te vendían eran periódicos y revistas. Por ejemplo, el Congreso del PSOE en Suresnes lo promocionó hasta Pedro Rodríguez, un conocido columnista del diario de los sindicatos franquistas «Pueblo», que hizo una reseña del mismo en octubre de 1974. El PSOE necesitaba al franquismo casi tanto como el franquismo al PSOE.
Como toda la política burguesa y demás modas, los oportunistas son de usar y tirar. Tienen fecha de caducidad. Más tarde o más temprano se quedan obsoletos para que la rueda de la política siga funcionando. Son la respiración asistida: estiran un poquito más la agonía, necesitan ganar un tiempo precioso que les permita llegar hasta las próximas ilusiones.
Sí, he escrito ilusiones y no elecciones porque la política burguesa vive de ilusiones más que de elecciones. Me imagino que el lector se habrá apercibido, como yo, de lo siguiente: todos los partidos políticos quieren cambiar las cosas, lo cual significa que todos ellos reconocen que las cosas están mal. Es más, hay partidos y elecciones precisamente porque hay que cambiarlas. Sin embargo, las cosas no van a cambiar nunca mediante los votos, porque para eso están las elecciones: para que todo siga como hasta ahora. De lo contrario, ¿con qué cambio nos engañarían en las siguientes elecciones?
Para quienes votan, la verdadera elección es sólo una: o bien votas a alguien que nunca va a poder poner en marcha su programa electoral, porque nunca va a gobernar, o bien votas a alguien que va a traicionar su programa electoral en cuanto gobierne. Ésta última es siempre mayoritaria, es decir, que la mayoría vota a un oportunista que le va a engañar. Pero casi todos saben que hablar de elecciones y engaños es un redundancia. Lo importante es la ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos: el engaño es mayor cuantos más sean los votos. No me refiero a hayan engañado a más votantes sino al aspecto cualitativo del fraude, que se convierte en un fiasco. Las elecciones de 1982 son el mejor ejemplo de ello.
Pero, ¿como lograr muchos votos? Los que buscan votos en la blandenguería política se equivocan de estrategia. En la transición Felipe González, el PSOE y la UGT eran extremistas y radicales, la izquierda de la izquierda. A nadie se les calentaba la boca tanto como a ellos. Cuando Felipe González se oponía a la reforma del franquismo para exigir la ruptura, le acusaban de incitar a la violencia, o sea, al terrorismo. Pero en la política burguesa no importa lo que digan de tí; el caso es que hablen. En eso los tiempos no han cambiado nada: si los franquistas te atacan es para promocionarte.
No hay más que recordar los mítines de Felipe González en contra de la OTAN, entonces el asunto de moda: «OTAN de entrada no», fue el lema de la campaña electoral que recaudó 10 milones de votos. Naturalmente que muy poco después Felipe González nos metió en la OTAN de cabeza y otro del mismo equipo, Javier Solana, fue secretario general de la OTAN, que fue el criminal que ordenó el bombardeo de Yugoeslavia con armamento radiactivo, y así sucesivamente.
De Suresnes (1974) al gobierno (1982) sólo transcurrieron ocho años. Pero mientras en París prometieron construir el socialismo, en Madrid lo que hicieron fue iniciar la reconversión industrial. En Suresnes el PSOE se pronunció en contra de la Unión Europea, pero quien introdujo a España en ella fue el gobierno de Felipe González…
Por lo menos el tahúr y prestidigitador Felipe González no fue,como otros,a dar un mitin al hotel Ritz,pero no por falta de ganas de este despreciable tipejo,sino porque hubiese "cantado" demasiado en aquel entonces.
Excelente artículo.
Pues no fue al hotel Ritz, pero el último Congreso "clandestino" del PSOE se celebró el el Hotel Meliá Castilla en diciembre de 1976.
Bien apuntado y,sobre todo,muy significativo.