En otra entrada anterior ya recordamos el tratamiento informativo que dio el New York Times a la Revolución de Octubre, donde Lenin era presentado como un espía alemán. Como es natural, las mentiras no acabaron allá, prolongándose a lo larto de toda la historia de la URSS, objeto de calumnias a lo largo de todo el siglo pasado.
Los medios de comunicación son un instrumento más de la guerra a los que nutren de bulos los servicios de espionaje. En 1987 Peter Wright publicó Spycatcher en el que relataba los montajes que el MI5 tramó contra el laborista Harold Wilson desde el primer momento que llegó al Parlamento en 1945 y, sobre todo, mientras fue Primer Ministro en los años sesenta y setenta.
No era el Primer Ministro quien vigilaba al MI5 sino al revés, porque los espías no sólo vigilan a otros países, sino a sus propios súbditos. El expediente de los espías sobre Harold Wilson recorre toda su biografía política, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1983.
Si el control de un servicio secreto alcanza incluso a una organización tan tibia como el partido laborista, podemos imaginar lo que ocurre con las organizaciones revolucionarias.
Pero la tarea del espionaje no es vigilar sino, sobre todo manipular, por lo que la divulgación de mentiras desempeña un papel importante. En Gran Bretaña el caso más conocido saltó con el primer gobierno laborista de Ramsay MacDonald, que llegó al gobierno en enero de 1924 con la intención de establecer relaciones diplomáticas con la URSS e iniciar el comercio entre ambos países.
Las provocaciones no tardaron en aparecer. La primera procedió de un escritor comunista que durante una huelga pidió a los soldados que no dispararan contra los obreros en huelga. Los liberales y conservadores desataron una campaña para que se iniciara una investigación en contra del escritor. El propio redactor de la moción parlamentaria, John Simon, reconoció luego que todo fue un montaje.
Cuando los laboristas convocaron elecciones para octubre, cuatro días antes de la celebración de los comicios el Daily Mail publicó una carta falsa de Zinoviev, entonces Presidente de la Internacional Comunista, en la que daba las órdenes oportunas a los “rojos británicos”. Los titulares sensacionalistas del diario eran “Plan de guerra civil de los jefes de los socialistas”, “Las órdenes de Moscú a nuestros rojos” y “Se descubre un gran complot”.
La carta fue fabricada por el MI5 con la parafernalia que gusta a los medios burgueses: las órdenes de la Internacional Comunista a sus surdinados británicos para desencadenar una revolución bolchevique en Gran Bretaña estaba sellada como “top secret”. Los laboristas eran cómplices de los planes para apoderarse del país.
Causó una enorme sensación y aunque en Moscú desmintieron el envío de ninguna carta, nadie hizo caso. “¿Qué otra cosa se puede esperar de los rojos?”. Fue una jugada maestra de los espías y la prensa. Cuatro días después los conservadores ganaron las elecciones y los laboristas perdieron 40 escaños. Los acuerdos con la URSS quedaron sin ratificar.
La polémica sobre la carta fraudulenta de Zinoviev se ha prolongado durante décadas por una sencilla razón: en aquel asunto los únicos que dijeron la verdad eran los comunistas, y el gobierno británico nunca ha podido admitir que son unos estafadores. Cuando cayó la URSS, el gobierno británico aún no había rectificado. No lo hizo hasta 1999: la carta había sido elaborada por el MI6 y transmitida a la dirección del partido conservador que, a su vez, la hizo llegar a la prensa.
Estaríamos muy confundidos si creyéramos que las manipulaciones de los espías, los partidos institucionalizados o la prensa tiene como objetivo a Corea del norte, a Rusia o a Bashar Al-Assad. El enemigo somos todos nosotros. Es a nosotros a quienes engañan y manipulan.