En muy poco tiempo los gigantes digitales, como Facebook, Amazon o Microsoft, han acumulado tanta riqueza y poder que, en algunos casos, es mayor que el de muchos Estados, entre otros motivos porque su mercado es de alcance mundial.
No es sólo un problema económico. Los monopolios viruales son capaces de cambiar el comportamiento de millones de personas en todo el mundo y de influir sobre las elecciones y, desde luego, sobre las compras y el empleo.
En la medida en que con la “nueva normalidad” se imponga una sociedad sin contacto directo entre las personas, el poder monopolista de las grandes empresas tecnológicas se acrecentará, ganando terreno con la venta al por menor en línea, las redes sociales y el transporte.
El monopolismo se complementa con las bases de datos, la recopilación, el análisis y la compraventa de la información de las empresas y los usuarios.
Pero el monopolismo, como explicó Lenin, es la pescadilla que se muerde la cola. Acumula tanto poder que genera suspicacias, poniendo en marcha diversas cortinas de humo, como la “protección de los consumidores”.
El 9 de diciembre la Comisión Federal de Comercio y 48 estados de Estados Unidos demandaron a Facebook con el objetivo de desmantelar la empresa obligándola a vender dos de sus principales filiales: Instagram y WhatsApp. Lo mismo le ha ocurrido a Google.
El Estado no hizo nada para que Facebook comprara esas empresas y ahora quiere que las venda. Tras la colonización llega la descolonización. Es algo similar a lo que ya ocurrió con Standard Oil y la ATT, por lo que es posible que las consecuencias sean las mismas… o más irrelevantes, incluso.
El gobierno va a tener muchos problemas para fraccionar los monopolios tecnológicos recurriendo a argumentos viejos, como la manipulación de los precios porque la mayor parte de los servicios digitales son gratuitos.
Es posible que lo intenten por medio del control del mercado de la publicidad, una invocación muy endeble.
Desde luego que no van a recordar la manipulación de los algoritmos, la desinformación, las agresiones a la intimidad, la especulación bursátil, la gestión del capital riesgo, el manejo de información privilegiada, la imposición del trabajo precario o la persistente evasión fiscal.
Pero hay algo aún más importante que la teoría económica burguesa califica como “monopolio natural” y que en el mundo virtual es el “efecto de red”: cuantos más usuarios están enganchados a las plataformas digitales, más alta es la barrera de entrada a las nuevas empresas, incapaces de ofrecer niveles competitivos de utilidad a los usuarios. Una empresa que tiene a su página de Facebook como escaparate, no encuentra el mismo mercado en ninguna otra red social.
Los problemas que plantean los monopolios tecnológicos no tienen solución dentro del capitalismo. Para ello habría que nacionalizarlos y convertir a las empresas de telecomunicaciones en servicios públicos, una de cuyas obligaciones fundamentales es preservar la intimidad y la confidencialidad de los datos de sus usuarios.