Los ‘cero problemas’ de Turquía se han convertido en una maraña de ellos

Turquía es un Estado de reciente creación, que procede de una retirada del viejo Imperio Otomano de occidente. Aunque es un país a caballo entre un costado y otro, nunca ha mirado hacia Rusia o hacía Irán; sus referencias siempre han estado en occidente.

En su estrategia, los turcos dicen que no hay una sola Europa y juegan con las contradicciones internas entre los protagonistas principales de occidente. No siempre ponen los huevos en la misma cesta. Depende de quién soporte el peso en el oeste de Europa. Una veces ha sido Reino Unido y otras Alemania, aunque desde 1945 el apoyo lo ha tenido en Estados Unidos.

A medida que crecen las contradicciones internas en occidente, Turquía puede jugar un papel propio, asociándose a Rusia, a pesar de las represalias y las sanciones económicas. Esa asociación no le ha impedido criticar las anexiones territoriales de Rusia, vender armas a Ucrania, cerrar el Bósforo al paso de los buques de guerra rusos y tratar de ejercer un papel mediador.

Lo mismo cabe decir de la política de Erdogan en Siria, donde ha alcanzado una posición privilegiada tras el triunfo de los yihadistas el año pasado.

Idéntica política se repite con Palestina, donde Erdogan profiere mucho ruido y pocas nueces, o en África, un terreno abonado para las empresas turcas, que sigue los pasos de las chinas.

El mapa actual de Oriente Medio dibuja el desmembramiento del Imperio Otomano hace cien años a manos de los imperialistas. Por lo tanto, expresa la propia naturaleza del imperialismo, así como su evolución, donde progresivamente Turquía va adquiriendo un papel cada vez más protagonista frente a occidente. Ya no es sólo una plataforma pasiva de la OTAN para cercar a la URSS.

Como es natural, un cambio en la correlación de fuerzas da lugar a nuevas formulaciones ideológicas, que justifican la remozada presencia turca en los escenarios internacionales. El autor de dicha formulación ideológica, conocida como “Profundidad Estratégica” es Ahmet Davutoglu, académico, ministro de Asuntos Exteriores (2009-2014) y luego primer ministro (2014-2016).

En occidente califican los planes estratégicos de Davutoglu de varias maneras distintas: “neotomanismo” (1), “panturquismo”, “panturanismo”… A veces se interpretan como un intento de restaurar el Imperio Otomano, lo que él ha rechazado siempre. El objetivo es recolocar a Turquía como una potencia regional influyente, aprovechando su legado histórico, geográfico y cultural.

Si históricamente el Imperio Otomano siguió la Ruta de la Seda, marchando de oriente a occidente, Turquía vuelve ahora sobre sus pasos, aprovechando la cercanía cultural con los países del Mar Caspio y Asia central: Azerbaián, Turkmenistán, Uzbekistán… Tiene muchas aristas. Es un país de Oriente Medio, los Balcanes, el Cáucaso, el Mediterráneo y el Mar Negro. Puede ejercer simultáneamente influencia en todas esas regiones y reivindicar así un papel estratégico general.

Por ejemplo, Turquía se ha negado a aceptar las presiones imperialistas contra Irán y Erdogan ha propuesto compromiso. Ha pedido la desnuclearización de Oriente Medio, porque es injusto exigir que Irán congele su programa nuclear, mientras que nadie apunta a Israel.

No es un país periférico en el escenario internacional y debe convertirse en un “poder céntrico”. Eso le otorga una “profundidad estratégica” única debido a la herencia del Imperio Otomano y su ubicación en la intersección de Europa, Asia y Oriente Medio. En su libro del mismo título, publicado en 2001, sostiene que esa posición es una ventaja para proyectar influencia en los Balcanes, el Cáucaso, Asia Central y Oriente Medio (2), regiones que históricamente estuvieron bajo la órbita otomana.

Es un planteamiento influido por las corrientes eurasiáticas que están muy de moda en Rusia, lo cual confirma que muchos países del mundo han dejado de mirar exclusivamente a occidente, a la Unión Europea o a la OTAN. Turquía quiere abrir un corredor entre Rusia, Irán y China… sin descartar ninguna mano tendida. El gobierno de Ankara quiere llevarse bien con todos, por lo que la doctrina de Davutoglu se llamó también “cero problemas”: estabilidad, negociación, cooperación, crecimiento económico…

También en Turquía las nuevas orientaciones se alejan del kemalismo, que priorizaba la secularización y la integración con Europa. Davutoglu pretende construir puentes porque eso beneficia y realza el papel de su país en un contexto internacional que empieza a cambiar.

No obstante, en 2011 la Primavera Árabe y la Guerra de Siria derribaron el puente. Con Davutoglu en el gobierno, Turquía intervino militarmente en Libia, en Siria. En 2020 las tropas turcas se volvieron a enredar en la guerra de Nagorno Karabaj. Sus relaciones con Irak, Irán, Egipto y Armenia se deterioraron. Con Chipre y Grecia no han solucionado sus largos contenciosos. El “neotomanismo” ha perdido su virginidad y ha sido acusado de expansionismo. La práctica ha desbordado a la doctrina porque los vecinos de Turquía están siendo arrasados por el imperialismo, lisa y llanamente.

De “cero problemas” Turquía ha pasado a quedar envuelta en una maraña de ellos. Suele ocurrir cuando un profesor universitario, como Davutoglu, con más de 30 libros escritos, tiene que pasar del dicho al hecho. El cuento de hadas se ha venido abajo.

(1) El otomanismo fue un movimiento político liberal del siglo XIX cuyo objetivo era la formación de una identidad nacional cívica, articulada sobre criterios étnicos, lingüísticos y religiosos. El término fue restablecido como “neotomanismo” para caracterizar las propuestas de política exterior de Turgut Ozal a finales de la década de los ochenta.
(2) https://eurasiamagazine.com/ahmet-davutoglu-strategic-depth


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