Los caminos de la revolución en Italia. De los años 70 en adelante (parte 2)

2. Los años 60: el surgimiento de una nueva clase obrera.
En Italia 1968 más bien fue…1969. Porque aunque en 1968 se vio la eclosión del movimiento estudiantil y durante los años 60 se dieron muchas luchas obreras de nuevo tipo, de un nuevo ciclo, en sobre todo en 1969 cuando se vive un hito general, una explosión social colectiva.
La primavera de 1969 está marcada por un gran ciclo de huelgas salvajes, que se van a extender como mancha de aceite por todas la fábricas FIAT (cuya mitad estaba prácticamente concentrada en el área metropolitana de Turín.; alrededor de 120.000 asalariados. Huelgas que son mas bien una especie de revuelta violenta contra la brutalidad de la condición obrera, del “obrero-masa”, producto del equilibrio de fuerzas de la posguerra –continuación de la derrota del movimiento partisano y de las tensiones revolucionarias- y por tanto de la aplicación masiva del modelo taylorista-fordista. En realidad, la esclavitud en cadena.
Durante los años 50 y 60 este proceso está acompañado por un enorme movimiento de urbanización en torno a los cuatro polos industriales del norte: Turín, Milán, Génova y Venecia-Marghera. Millones de italianos e italianas del Sur y otras regiones pobres sufrieron el desarraigo y fueron amontonados en los guetos metropolitanos. Fueron unos movimientos de la misma amplitud y con las mismas implicaciones socioculturales que las actuales inmigraciones del Sur del globo.
Y esto no hizo más que reforzar la carga explosiva de las huelgas que vendrían. Lo mismo que el fenómeno de la escolarización masiva, que pondrá en movimiento masas de jóvenes inmigrados, y no solamente los estudiantes clásicos. Recordemos a propósito que una de las cunas fundamentales de la lucha armada ha sido la Universidad de Trento, con su Facultad de Sociología entonces inaugurada, punta de lanza de las nuevas disciplinas y de la apertura al mundo por un lado, y por otro lado facultad mucho mas popular que las otras, los matriculados procedían de las filas de esta nueva escolarización de masas. Fue un importante lugar de iniciativa y debate, y del que emergieron numerosos futuros dirigentes de organizaciones y principalmente el núcleo que, con los primeros militantes obreros de Milán y de Emilia, formaron las Brigadas Rojas en 1970. Igualmente, desde principios de los años sesenta, los nuevos militantes que se separaban del Partido Comunista revisionista, tuvieron también sus experiencias privilegiando un enfoque “sociológico” de la nueva clase obrera, intentando comprender la nueva composición de clase, las tendencias susceptibles de insuflar fuerza a la marcha de la clase obrera.
Esta fue la rica experiencia y la producción teórico-práctica de algunas revistas como Quaderni Rossi, La Classe, Quaderni Piacentini. Este crisol, con una corriente más clásica del marxismo-leninismo (llevando la batalla contra el revisionismo moderno del PCI), generará las experiencias político-organizacionales de 1968 y 1969.
Volviendo al desarrollo de los acontecimientos, desde julio de 1960 comenzaba a hacerse notar la expresión de una clase obrera joven, procedente de la emigración, menos marcada por las derrotas de la posguerra, no ligada a la antigua cultura obrera del trabajo y portadora de un espíritu de revuelta contra la bestialidad de las cadenas de montaje y el despotismo de fábrica (y el social, la policía), portadora de una actitud agresiva respecto a la apropiación del producto social. El taylorismo-fordismo había producido un resultado de clase muy bueno: había empujado a fondo la transformación del trabajo como “trabajo abstracto”, haciendo cruel y evidente la realidad del trabajo alienado, degradado. Había producido un proletario extremadamente denso y homogéneo que, cotidianamente, sufría toda la violencia de un sistema que le deshumaniza, lo transforma en un apéndice de las máquinas, lo convierte en mercancía. La respuesta obrera será más violenta aún, aumentando en capacidad de rechazo y hostilidad a este sistema, hasta favorecer su producto más lógico: la lucha armada para hacer la revolución, para tomar el poder.
Durante los años sesenta, el estallido puntual de una gran huelga o de disturbios callejeros permitirán también la unión con la base obrera del ciclo precedente, justamente en el primer episodio de julio de 1960, con enfrentamiento particularmente fuertes y victoriosos con los polizontes (que habían matado a numerosos huelguistas y militantes en aquellos años) en Génova y en las demás ciudades obreras próximas, y que tumbaron el intento de colocar en el gobierno a los herederos de Mussolini. En esas ocasiones se reunieron la nueva determinación y la experiencia precedente. Encuentro que, desde luego, fue boicoteado con todas sus fuerzas por el aparato revisionista que comienza en aquella época el juego de la criminalización de los jóvenes extremistas.
Se producirán después, principalmente, los disturbios de Piazza Statuto en Turín, en 1962, tres días de enfrentamientos resultado del asalto obrero a la sede del sindicato amarillo U.I.L. (fundado como otros en Europa con fondos del Plan Marshall) a causa de una grave traición. Y las huelgas violentas de 1967 y 1968, en los polos industriales como el complejo textil de Valdagno o el sector petroquímico de Porto Marghera, ambos en Venecia.
El elemento novedoso, la nueva expresión de clase que se manifiesta en este momento, estallará de manera masiva y generalizada en la primavera de 1969 en la FIAT. Además de la radicalidad de las huelgas salvajes, los primeros desbordamientos violentos (sabotaje de las líneas de montaje, ataque a los jefes-policía) se afirman nuevas formas de organización, espontáneas y mas cercanas a los colectivos de trabajo: es de hecho  una organización de masa en las líneas de producción, en los equipos o en sectores que ponen, en última instancia, al delegado como vanguardia de lucha, reconocido y parte del grupo (rompiendo la legitimidad de la antigua representatividad sindical, mínima y desligada de la producción), hasta llegar a la formación de la Asamblea Autónoma de Obreros y Estudiantes. Es la marcha de los estudiantes a las puertas de las fábricas, organizada por los grupos políticos extraparlamentarios, lo que da lugar a esta Asamblea en donde, a la salida del trabajo, se mezclan obreros y militantes externos para continuar y desarrollar las huelgas salvajes cotidianas. Estas Asambleas autónomas serán una experiencia muy importante, una forma de organización real de la lucha de masas, y un lugar de debate y formación para toda una nueva ola de militantes. Aquí es donde se formarán realmente los grupos más importantes, Lotta Continua y Potere Operaio, como resultado del trabajo innovador de los círculos militantes/intelectuales de los años sesenta (realizado principalmente a la entrada de las fábricas mediante la técnica de la encuesta) y de la capacidad de comprender y referirse a las nuevas expresiones obreras. Alrededor de finales de 1969 nacen sus respectivos periódicos. Las luchas se extenderán hasta julio, culminando en nuevos disturbios en Turín, en relación con el problema del alojamiento: la batalla de Corso Traiano, el 3 de julio de 1969. Una manifestación convocada a la salida de la Fiat Mirafiori, que reúne a millares de proletarios de la fábrica y de los barrios, se transforma en una batalla contra la policía a lo largo del día y de la noche extendiéndose a numerosos barrios de las afueras, y dándose los pasos previos de la intervención organizada de grupos militantes, orientada hacia el desarrollo de la violencia revolucionaria.

El otoño contemplará un nuevo salto al generalizarse a escala nacional, sobre todo en las fábricas pero también entre los obreros agrícolas y algunos otros sectores. Es la renovación del convenio estatal de metalurgia, lo que enciende la hoguera. El Estado está en serias dificultades y la respuesta represiva no está a la altura: habrá cuatro obreros agrícolas muertos (en Battipaglia y Avola, en el sur, así como un policía durante una manifestación obrera en Milán). Pero las verdaderas medidas para retomar el control de la situación serán otras, como la intervención de los aparatos reformistas-revisionistas en el seno de la clase, principalmente a través de la consigna de nombramiento de nuevos delegados y nuevos Consejos de fábrica. Aún considerando que las estructuras existentes estaban completamente desfasadas e inadaptadas a esta explosión proletaria, y que en todo caso era necesario hacer como que se cambiaba algo, las nuevas estructuras eran mucho más consistentes (se pasa de algunos pocos delegados por centenares de asalariados, a un delegado por cada equipo de obreros, de algunas decenas de personas, y adaptados a la nueva realidad de enormes masas de obreros recientemente urbanizados y radicalizados. Durante bastante tiempo estas nuevas estructuras serán reapropiadas por la fuerza desbordante de la Autonomía de Clase, estando obligados los aparatos revisionistas a aflojar las riendas para intentar la recuperación en una fase más calmada. Pero desde el principio se ve su auténtica intención, dado que estos Consejos están en competencia y en contra de las Asambleas autónomas.
Por otro lado, está la repentina aparición del terrorismo de Estado, con la masacre del 12 de diciembre de 1969 (16 muertos en un banco por una bomba indiscriminada). Es el acto inicial de toda una estrategia, muy precisa y diseñada a la sombra de los círculos ocultos del poder (y bajo la influencia de los círculos imperialistas internacionales) y que constituirá una auténtica declaración de guerra de clases. Contrariamente a abundantes prejuicios, el proletariado muy raramente comienza las hostilidades, porque su recorrido de lucha, aún radical, en los procesos revolucionarios no es ni simple ni rápido. La dominación burguesa, por el contrario, está ahora constituida en forma de contrarrevolución preventiva, y conoce y teme intensamente los desarrollos de la lucha de clases.
Estos saltos importantes en la dinámica de luchas obligarán al movimiento de clase a “crecer rápido”. Es entonces cuando el debate en torno a las perspectivas, y principalmente la cuestión política y la cuestión de la violencia revolucionaria tiene lugar, tomando una nueva amplitud. Coincide también con el peso de contexto internacional que ve desarrollarse, en toda su potencia, la ola de luchas de liberación nacional anticolonial, el inmenso prestigio de la guerra popular de Vietnam y de la Revolución en China. Que también alimentan la nueva ola de guerrillas latinoamericanas, fuente de gran inspiración para nosotros al estar un poco a medio camino entre las guerras populares y la realidad de las metrópolis imperialistas.
Es preciso señalar con claridad que el contexto internacional ha tenido más peso que otros factores de influencia, debido a que la dinámica de la Revolución proletaria es internacional, se determina localmente pero en relación con la fase capitalista internacional y en relación a las relaciones globales de fuerza entre las clases.
Es necesario precisar bien esto, en contra de las ideas erróneas que han circulado, tal como la premisa muy italiana de una situación democrática particularmente degradada y bajo la amenaza de una deriva fascistizante, lo que habría legitimado y caracterizado la toma de las armas por el movimiento revolucionario. Esto es falso, y procede de una interpretación al uso de diferentes corrientes de la “disociación”, para aminorar o reducir la importancia ideológico-política de esta vía, su carácter de estrategia, su finalidad de Revolución clasista. No se dio realmente el peligro de un golpe de Estado fascista, sino más bien la maduración de la teoría de la “contrarrevolución preventiva” como forma ya estable y auténtico armazón interno de las sedicente democracias imperialistas.
Todo movimiento de clase o de liberación habría chocado inevitablemente contra esta armadura interna del Estado, más allá de un determinado umbral de lucha y de reivindicación. Ahí se plantearía inevitablemente la cuestión: o recular, renunciar a sus aspiraciones traspasándolas a los gestores reformistas, o aceptar la guerra de clases. Se puede, por otro lado, considerar la persistencia real de una herencia política e ideológica de la Resistencia antifascista, por la gran fuerza que tuvo en Italia, hasta el punto de haber acariciado la posibilidad de su transformación con la toma del poder revolucionario. La crisis revolucionaria dura hasta 1948, cuando Togliatti ordena ásperamente el abandono de esta vía, ante la gravísima crisis que sigue precisamente al atentado que acababa de sufrir. Desde su cama en el hospital ordena a los millares de insurgentes que habían tomado las armas y controlaban importantes localidades obreras (y que empezaban a atacar a la policía y el ejército) detener sus acciones. “Volved a casa”: he ahí la gran traición revisionista, que hundiría las fuerzas de clase, entre ellos los partisanos, en una profunda crisis, facilitando la reacción, la ola revolucionaria.
Los recuerdos de todo eso eran profundos y estaban todavía vivos. Será una “lejana” raíz que contribuirá a un resurgir revolucionario, a su legitimación en el plano de la continuidad histórica, incluso con la transmisión de las armas.
Los motivos de fondo son, por tanto, los reseñados, pertenecientes a la nueva fase internacional, a las nuevas formas de explotación capitalista y de composición de clase.
Más precisamente, los dos primeros movimientos armados –el Grupo 22 de Octubre y los G.A.P., Grupos de Acción Partisana- fueron una mezcla perfecta de nuevas instancias militantes y de recuperación de la herencia partisana. Pero no fueron más que dos meteoros luminosos, consumidos rápidamente. No fue suficiente la determinación  de los nuevos militantes proletarios que se expresaba en ellos a través de  ataques con explosivos contra los capitalistas, financieros, fascistas, la constitución de una radio pirata con algunos momentos brillantes, así como la colaboración del célebre editor G. Feltrinelli que cayó en combate, haciendo una gran contribución publicando y difundiendo gran cantidad de textos internacionales, especialmente los procedentes de América del Sur. Careció de profundidad de análisis y de proyecto.
La verdadera historia comienza en noviembre de 1970: el primer ataque incendiario contra un directivo de Pirelli. Por primera vez aparece una firma: Brigadas Rojas.

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