Los ataques en el Mar Rojo son el resultado del colonialismo y la piratería occidentales

Desde la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña ha seguido siendo el socio menor del imperialismo estadounidense. La última campaña de bombardeos angloestadounidenses en Yemen no es una excepción.

La agresión británica hacia Yemen, sin embargo, es anterior a los objetivos estadounidenses. Tiene sus raíces en las prácticas gemelas de piratería y colonialismo sobre las que se construyó el Imperio Británico.

Las actitudes recíprocas de británicos y yemeníes hoy siguen marcadas por el legado de aquella violenta historia. Su sombra se cierne sobre las estrategias empleadas por el imperialismo occidental para librar la guerra marítima en nuestro tiempo. Las lecciones de esta historia guían la resistencia yemení contemporánea.

Al igual que sus homólogos estadounidenses, los dirigentes británicos pretenden justificar sus actuales bombardeos sobre Yemen por la necesidad de proteger el tráfico marítimo internacional contra elementos “deshonestos”, como el movimiento Ansarollah, conocido en los medios de comunicación como huthíes.

Los imperialistas presentan sus acciones bajo la cobertura del derecho internacional, la salvaguarda de la estabilidad mundial y la búsqueda de la prosperidad económica. Pero el largo proceso histórico de construcción del imperio se basó en comportamientos diametralmente opuestos.

En comparación con Estados Unidos, Gran Bretaña tiene una tradición más larga en la construcción de imperios. La riqueza y el poder de Gran Bretaña se basaron en la piratería. Hollywood ha hecho del Caribe el escenario más famoso de esta saga. En realidad, la influencia de la piratería en el orden político del Imperio Británico se extendió hasta las costas de la Península Arábiga y el subcontinente indio.

En el siglo XVII las incursiones marítimas de las florecientes potencias europeas, en particular los holandeses, los franceses y, sobre todo, los británicos, se convirtieron en un medio para saquear la riqueza española acumulada en el “Nuevo Mundo” mediante la expropiación de los nativos y la esclavitud de los africanos.

En aquel momento, la piratería británica iba desde el saqueo de la colonia española de Panamá por parte de Henry Morgan hasta la recuperación de los tesoros monetarios de las armadas hundidas por parte de William Phips.

Este último financió en parte la creación del Banco de Inglaterra. Los piratas fueron apoyados y celebrados por la corona británica. Se les llamaba afablemente “prospecdores” o “corsarios”. Los más ricos, como Morgan y Phips, fueron nombrados caballeros y obtuvieron cargos políticos.

En el siglo XVIII el poder marítimo británico eclipsó a su rival español y se expandió a escala mundial. Para consolidar el Imperio, fue esencial asegurar el comercio marítimo atlántico en lugar de perturbarlo.

Una serie de ordenanzas legales, incluida la Ley Prize de 1692 y la Ley de Piratería de 1700, regularon el saqueo marítimo y dictaminaron sobre su legalidad en los tribunales del almirantazgo. Como resultado, la piratería fue despojada gradualmente de su carácter patriótico, e incluso romántico.

Con el tiempo, la fuerza de la armada británica aumentó, mientras que el número de flotas piratas disminuyó. Estos dos fenómenos son dos caras de la misma moneda: la conquista colonial.

En este contexto de represión, muchos piratas abandonaron el Caribe para tomar rutas más lucrativas en Oriente, a lo largo del Mar Rojo, el Mar Arábigo y el Océano Índico.

Gran Bretaña aún no había sometido por completo a sus adversarios árabes y mogholes en la región. Por lo tanto, siempre que tuviera como objetivo barcos enemigos, la piratería era tolerada y, en algunos casos, alentada. La principal fuerza saqueadora de la India, sin embargo, permaneció en manos de la Compañía de las Indias Orientales, legalmente autorizada.

Hacia mediados del siglo XIX Gran Bretaña se convirtió en el imperio mundial de cabecera. Las rutas comerciales marítimas servían en gran medida a los intereses económicos británicos.

La piratería, como concepto y como práctica, se consideraba enteramente dentro del ámbito de lo ilegal e inmoral. La lucha contra la piratería era un medio no sólo de obtener ventajas económicas, sino también de afirmar el dominio británico sobre sus posesiones de ultramar, o de extender este dominio a nuevas regiones.

Una tradición de resistencia contra el colonialismo

Las rutas marítimas que unían a Gran Bretaña con su colonia más preciada, la India, estaban en el centro de aquella dominación. Los puertos a lo largo de estas rutas, desde Adén hasta la Costa Trucial (costa de la tregua, hoy Emiratos Árabes Unidos), adquirieron un valor estratégico.

Durante los siguientes 150 años, la guerra marítima británica en el Mar Rojo, a lo largo de la costa de Omán y a lo largo del Golfo buscó transformar estas regiones en el patio trasero colonial de Gran Bretaña.

En la costa occidental del Golfo, acertadamente apodada “costa de los piratas”, los británicos lograron, mediante una serie de campañas navales y tratados, someter y luego cooptar a las familias gobernantes árabes.

A mediados del siglo XX, estas potencias locales se transformaron en jeques clientes del imperialismo británico y luego estadounidense.

Por el contrario, los persistentes esfuerzos de Gran Bretaña por convertir a Yemen en una avanzada similar del imperio no tuvieron éxito. Un factor determinante fue la tradición radical de resistencia anticolonial que se desarrolló en Yemen y que culminó en la resistencia armada durante la era de liberación nacional posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Este legado sigue animando la actual resistencia yemení a la ocupación extranjera y la dominación occidental.

A principios del siglo XIX, Adén se convirtió en un objetivo codiciado por los británicos. Su ubicación es ideal para servir como estación de servicio para los barcos que navegan entre la metrópoli y la India.

En 1839 las fuerzas marítimas de la Compañía de las Indias Orientales ocuparon la ciudad portuaria con el pretexto de luchar contra la piratería.

La apertura del Canal de Suez en 1869 hizo que Adén fuera aún más indispensable. Gran parte del comercio marítimo entre Europa y Asia Oriental se desvió del Cabo de Buena Esperanza al Mar Rojo. Adén estaba situada en la desembocadura del estrecho de Bab El Mandeb, la puerta de entrada al Canal de Suez.

Durante los siguientes 150 años, Gran Bretaña utilizó su arsenal de métodos coloniales, desde tácticas diplomáticas de división y dominación hasta la fuerza militar bruta, para mantener su control sobre Adén. Sin embargo, nunca logró extender su dominio al interior del país.

El resultado fue un desarrollo desigual y un orden político fragmentado en Yemen. Desde el principio, y a pesar de la típica colaboración de algunas élites locales, la resistencia yemení a la ocupación británica tuvo sus altibajos, pero nunca se detuvo.

Alcanzó su punto máximo en la década de los sesenta, dentro del desarrollo de la resistencia anticolonial al imperialismo occidental por parte de las poblaciones del Tercer Mundo.

Un legado subestimado

A diferencia de otras luchas de liberación nacional de renombre mundial, como las de Argelia, Vietnam o Cuba, el legado de liberación nacional de Yemen sigue siendo subestimado. Para algunos historiadores, Yemen es el Vietnam británico.

En 1963, el Frente de Liberación Nacional (FNL) del país lanzó una lucha armada con el apoyo de las poblaciones rurales de la región montañosa de Radfan. Los británicos clasificaron al FLN como organización terrorista y respondieron incendiando aldeas y participando en otros actos de violencia colectiva. Sin embargo, las campañas punitivas británicas no lograron debilitar la resistencia yemení.

Las fuerzas radicales de resistencia del sur de Yemen adoptaron una ideología marxista-leninista que imaginaba un futuro socialista para un Yemen liberado.

Su actitud intransigente hacia la ocupación británica resultó en una victoria espectacular en 1967.

Los intentos británicos de negociar un papel económico o militar en el Yemen posterior a la independencia, como Francia en Argelia, fueron de corta duración y en gran medida infructuosos, y los británicos pagaron más de 15 millones de dólares en compensación. Los dirigentes británicos guardaron un doloroso recuerdo de ello que hoy aún persiste.

El legado colonial de Gran Bretaña y su humillante derrota en Yemen no pasaron desapercibidos para el dirigente de Ansarollah, Abdel Malik Al Huthi (*). En un reciente discurso televisado, advirtió a Reino Unido contra cualquier ilusión de recolonizar Yemen. Tales delirios, afirmó, “son señales de una enfermedad mental cuya cura está en nuestras manos: los misiles balísticos que queman barcos en el mar”.

El hecho de que las acciones de los yemeníes estén motivadas por llamamientos a permitir que la ayuda humanitaria fluya hacia los palestinos y a poner fin al genocidio israelí en Gaza, marca un punto de inflexión revolucionario en la historia de la guerra marítima.

La piratería nunca ha sido un acto puramente privado, desvinculado del poder político o de la guerra estatal. Pero casi sin excepción ha implicado un elemento de bandidaje y beneficio personal.

Un ejemplo de ello es el aumento de las incursiones marítimas entre 2007 y 2009 en las costas de África oriental. Estas incursiones tuvieron una dimensión política. Se cree que están vinculadas al grupo militante somalí Al Shabab y se produjeron después de un largo período de agresión estadounidense contra el pueblo somalí.

Pero las incursiones también han dado lugar a demandas de rescate por la liberación de los buques comerciales objetivo. No hay pruebas de ninguna motivación monetaria en el caso de las operaciones de Ansarollah. Por el contrario, estas acciones se basan en objetivos políticos y humanitarios explícitos y hasta el momento no han provocado ninguna muerte civil.

Otra diferencia entre los casos de Somalia y Yemen es la reacción de los actores internacionales. En el primer caso, más de veinte estados enviaron fuerzas navales para contrarrestar las incursiones, entre ellos Estados Unidos, Reino Unido, Francia, India, China y Rusia. Ese consenso falta hoy.

El cisma entre Estados Unidos y sus aliados occidentales, por un lado, y Rusia y China, por otro, significa que el resultado del enfrentamiento entre Estados Unidos y Reino Unido y los rebeldes de Yemen afectará el futuro de la guerra en alta mar.

En este choque asistimos a un cambio de roles. Los rebeldes actúan respetando la justicia y la voluntad de la población. Su resistencia militar va acompañada de manifestaciones pacíficas a gran escala.

En cambio, las autoproclamadas democracias de Reino Unido y Estados Unidos se comportan como imperios canallas, buscando violar el derecho internacional humanitario, en contra de los deseos de gran parte de sus poblaciones, que exigen un alto el fuego permanente.

Si hay que creer en la historia, el regreso de la piratería señala la ruina de los imperios mundiales. La gloria de Gran Bretaña quedó destrozada en las costas de Yemen durante la guerra de independencia de este país.

Hoy Estados Unidos libra su mayor batalla naval desde la Segunda Guerra Mundial en el Mar Rojo. ¿Marcará esta nueva batalla el declive irreversible del sucesor de Gran Bretaña al otro lado del Atlántico y la desaparición de su aliado colonizador en Palestina?

Hicham Safieddin https://www.middleeasteye.net/opinion/red-sea-attacks-yemeni-resistance-spell-end-western-empires-will

(*) Abdel Malik Al Huthi es el hermano del fundador de Ansarollah, Hussein, asesinado en 2004.

comentario

  1. El Régimen Imperial Anglosionista 🇺🇸🇬🇧🇮🇱 está en imparable declive. Y ellos lo saben.

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