A finales del siglo XIX las primeras campañas masivas de vacunación se incorporaron a los mecanismos coloniales de dominación. De ahí surgió la expresión “conejillo de Indias”. Las potencias coloniales querían vacunar y las poblaciones originarias padecían los estragos de los experimentos, no solamente en sus cuerpos sino en sus medios de subsistencia, como el ganado, que también fue exterminado con experimentos farmacológicos.
En todo el mundo los pueblos colonizados han mantenido un recuerdo indeleble de aquellas matanzas y una desconfianza ancestral hacia los sanitarios enviados por las colonias. Muchos de ellos pueden desaparecer definitivamente de la historia a causa de ciertas prácticas farmacéuticas y ese fue precisamente el objetivo del III Reich y Japón en los campos de concentración con los “infrahombres”.
En Australia la mayor parte de los aborígenes se oponen a recibir las vacunas que les quieren imponer, a pesar de una obsesiva campaña publicitaria dirigida hacia ellos específicamente para convencerles de que se inyecten.
Alrededor del 75 por cien de los 2,6 millones de habitantes de Australia Occidental están totalmente vacunados, pero las tasas entre los aborígenes siguen siendo de un 30 por cien aproximadamente.
Como no han caído en la trampa publicitaria, el gobierno se inventa una ficción muy socorrida en los medios seudoprogres hispánicos: la culpa la tiene la “ultraderecha”, que son antivacunas. El gobierno no convence a los aborígenes pero la “ultraderecha” sí.
El primer ministro de Australia Occidental, Mark McGowan, ha sugerido que los grupos de “supremacistas blancos” con sede en Estados Unidos son los responsables de la baja tasa de vacunación contra el coronavirus entre los aborígenes.
McGowan asegura que la comunidad indígena ha sido el objetivo de la propaganda antivacunas. El jueves dijo a los periodistas: “Los aborígenes han recibido información errónea de personas que no tienen en cuenta sus intereses”.
Los racistas de Estados Unidos han acudido a Australia para convencer a los aborígenes de que no se vacunen y de esa manera “perjudicar su salud”, dijo el Primer Ministro. Lo que deben hacer las poblaciones autóctonas es escuchar a los expertos en materia de sanidad, dice McGowan, porque ellos siempre se han preocupado del bienestar de las poblaciones originarias, como demuestra la historia.
A principios de esta semana, el Primer Ministro reiteró el estricto cierre de las fronteras de Australia Occidental con otros estados, afirmando que las recientes medidas del gobierno federal por el mito de la cepa ómicron justificaban las decisiones de su gobierno.
“Las fronteras y las medidas para evitar la entrada de personas que puedan estar infectadas están funcionando”, dijo, aunque no aclaró el significado de la palabra “funcionar”.
El gobierno planea levantar sus restricciones fronterizas cuando alcance un objetivo de vacunación completa del 90 por cien -un poco más estricto que el objetivo del 80 por cien del gobierno federal- y se espera que McGowan establezca una fecha específica para un plan de reapertura en los próximos días.
En efecto, los aborígenes se han dejado convencer por la ultraderecha y no por el gobierno australiano.
Lo que indica claramente que el gobierno australiano está integrado por gentes aún más lerdas que la ultraderecha.
Y por lo tanto, deberían tener aún menos derecho a gobernar que la «ultraderecha supremacista estadounidense».
¿De verdad es necesario que nos tomen a todos por imbéciles para aplicar sus políticas eugenésicas?