El primero de ellos dice así: “Si os creéis que los proletarios de los chalecos amarillos son todos de izquierdas vais mal, una gran cantidad son nacionalistas liberales que solo quieren dejar de pagar impuestos y luchar contra eso que llaman globalización”.
Este lector lleva el fenómeno de la protesta francesa terreno de la ideología y de la conciencia. Le preocupa si los manifestantes son de una u otra filiación política, con el agravante de que se refiere a “todos”, lo cual es ya una exageración en sí misma.
A una lucha tan masiva, como la de los “chalecos amarillos”, los manifestantes acuden con su propia cabeza, creencias y, posiblemente, algunos también con el carnet de afiliado, y es muy típico juzgar a las personas por ello, por sus opiniones, por su afiliación, sus votos, o su pancarta.
En definitiva, el lector supone que las personas “somos” diferentes en función de lo que pensamos: “somos” de izquierdas, de derechas, anarquistas, reformistas, socialdemócratas, etc. Lo que nos define es nuestra ideología porque “somos” o nos definimos por eso: por nuestras peculiares ideas.
No obstante, el materialismo sostiene lo contrario. Independientemente de sus creencias, las personas se definen por las relaciones de producción en las que participan, es decir, por sus condiciones de trabajo y por el trabajo mismo que desempeñan, o por la falta de trabajo, que es lo que les conduce (o no) a la lucha y a la protesta, es decir, a una práctica social.
Es lo que Marx y Engels escribieron en el “Manifiesto comunista” de varias formas distintas, como por ejemplo: “El capital no es una fuerza personal sino una fuerza social”. No se trata de que la ideología no sea interesante, e incluso la ideología personal de todos y cada uno de los que han intervenido en la movilización de los “chalecos amarillos”, sino que es más interesante aún eso que normalmente se llaman las “condiciones objetivas”.
Por ejemplo, el lector hace referencia a que los manifestantes no “quieren” pagar impuestos (directos, suponemos), que es otra manera de llevar el análisis al terreno de lo subjetivo. Pero el problema principal no es lo que quieran o no y, según una reciente encuesta publicada por Le Monde (*), resulta que una buena parte de ellos no es que no “quiera” pagar sino que no paga ningún tipo de impuestos directos, seguramente (así lo interpretamos nosotros al menos) porque su salario no llega al mínimo impositivo, es decir, porque no puede.
Otro lector escribe lo siguiente: “Hablar de la clase obrera como algo monolítico es no tener ni puta idea de la realidad en la que se vive pero bueno lo importante es hacer un artículo ‘redondo’ para tener el ego y la vanidad bien alimentados”.
Es una buena demostración de que lo que cada uno lee puede no tener nada en común con lo que queda escrito, aparte de que el recurso a la palabra “monolítico” es algo que se viene imputando al movimiento comunista internacional desde la Guerra Fría.
Cualquiera que haya leído un poco por encima a Marx y Engels sabrá que nadie más que ellos han descrito hasta la extenuación las diferencias entre unos trabajadores y otros, entre unas condiciones de trabajo y otras, de tal manera que una de las categorías básicas del marxismo es la “división del trabajo” que se extiende al ámbito internacional, es decir, a todos los trabajadores del mundo.
Analizar al detalle esas diferentes condiciones de trabajo en las que cada trabajador está inmerso, es fundamental para llevar a cabo una buena labor sindical y política, y en función de ello podríamos hacer un largo listado de tipos diferentes de trabajadores: trabajadores del campo y la ciudad, trabajadores y trabajadoras, trabajo simple y complejo, manual e intelectual, trabajadores autóctonos e inmigrantes…
La clase obrera es, pues, esencialmente heterogénea pero, al mismo, todos sus integrantes tienen en común un hecho igualmente básico: todos ellos son obreros asalariados (o parados), es decir, todos ellos pertenecen a una única clase, cualquiera que sea el lugar en el que trabajen o el tipo de trabajo que desempeñen.
“Unitas complex”, decían los clásicos. Tan erróneo es decir que todos los trabajadores son iguales, como lo contrario: decir que no son trabajadores. Todos los trabajadores del mundo forman parte de una única clase obrera y ese es el significado con el que concluye el “Manifiesto comunista”: proletarios del mundo uníos.
En el mundo actual y en cada uno de los países la burguesía impone, sin embargo, lo concreto, las peculiaridades entre unos y otros trabajadores, el “divide et impera”. La tarea de los comunistas es justamente la opuesta: unir a millones de trabajadores que son diferentes unos de otros.
El artículo versaba precisamente sobre eso: no de lo que los trabajadores “son” sino de lo que “deben ser” en la medida en que todos ellos forman parte de la misma clase social, única en todo el mundo (repetimos). Pues bien, si todos ellos forman parte de una misma clase social, deberán actual como tales, es decir, como una clase única, uniforme y homogénea, para lo cual es necesario tener lo que decíamos en el artículo: programa, organización y dirección.
(*) https://www.lemonde.fr/idees/article/2018/12/11/gilets-jaunes-une-enquete-pionniere-sur-la-revolte-des-revenus-modestes_5395562_3232.html
Más información:
– ‘Chalecos amarillos’: como pollo sin cabeza