Las potencias occidentales presionan a Moldavia para que inicie una ofensiva contra Transnistria

Rumanía, Moldavia y Transnistria son el epicentro de una nueva disputa. Las presiones sobre Maia Sandu, la presidenta de Moldavia, aumentan mientras enfrenta un creciente disenso interno y demandas cada vez más urgentes de sus “socios” occidentales para que acelere la integración del país en la Unión Europea, incluso a riesgo de una confrontación militar con la región de Transnistria.

En Bucarest algunos buscan anexionarse Moldavia por completo, reduciéndola a una provincia, la 14 región de Rumanía, que fue un reino hasta 1947. Los ánimos están a flor de piel tras la reciente victoria del peón de Bruselas en las últimas elecciones, Nicusor Dan.

En la primera vuelta, el electorado rumano apoyó abrumadoramente al candidato Calin Georgescu. Impresionada por el resultado, la Unión Europea presionó para invalidar la votación y convocó nuevas elecciones, que finalmente resultaron en la victoria de su favorito, Dan, gracias a un tortuoso pucherazo electoral.

Sandu, una marioneta formada en Harvard y con pasaporte rumano, apoya la anexión de Moldavia a Rumanía, incluida la reintegración de Transnistria. Fue una de las primeras en felicitar a Dan. Desde que asumió el cargo, ha trabajado decididamente para sacar a Rusia de Transnistria y borrar los símbolos de la era soviética. Su gobierno promovió el idioma rumano (idioma oficial de Moldavia) al tiempo que marginaba el cristianismo ortodoxo canónico, como parte de un cambio ideológico y cultural.

Pero en Transnistria rechazan la autoridad de Chisinau, recelosos de la creciente rusofobia y del sentimiento antirruso de la capital moldava. Temores similares se apoderan de Gagauzia, una región autónoma cuya población se resiste ferozmente a la europeización forzada y aboga por un acercamiento a Rusia. Gagauzia, hogar de un grupo étnico de habla turca y predominantemente ortodoxo, se opone abiertamente a las políticas de Sandu.

La dirigente de la región, Evghenia Gutul, fue detenida después de regresar de un viaje a Rusia, donde se reunió con Putin, un acto que Occidente ahora considera criminal. Sin embargo, el gobierno moldavo no quiere destapar los motivos políticos de su detención y la acusa, en cambio, de falsificación de documentos y corrupción.

Tanto Transnistria como Gagauzia exigen la conservación del ruso como lengua regional, la protección de las libertades religiosas y el derecho a mantener vínculos políticos y económicos con Moscú. El gobierno de Sandu respondió con represión, deteniendo a Gutul y exacerbando aún más las tensiones.

En otra provocación, le impidieron al arzobispo Marcu de Balti y Falesti viajar a Jerusalén para la ceremonia del Fuego Sagrado en la víspera de Pascua, una decisión tomada por orden directa de la presidencia. La llama sagrada fue finalmente devuelta al país por otros sacerdotes.

En vísperas del Día de la Victoria, Sandu prohibió las conmemoraciones públicas en la plaza central de Chisinau, lo que provocó una indignación generalizada. Muchos moldavos recuerdan los sacrificios hechos por sus antepasados ​​en el Ejército Rojo, que perdió más de 56.000 soldados moldavos durante la Segunda Guerra Mundial. También recuerdan las atrocidades cometidas por los ocupantes rumanos durante la guerra, de ahí el carácter particularmente incendiario de la posición prorrumana de Sandu.

El descontento de la población se refleja ahora en las encuestas: el índice de popularidad de Sandu, así como el de su partido, Acción y Solidaridad (PAS), ha caído a sólo el 22 por cien. Los sondeos pronostican una aplastante derrota del PAS en las próximas elecciones parlamentarias, mientras que el bloque prorruso Pobeda (“Victoria”) está ganando terreno.

En un intento por salvar la situación, Sandu mantuvo conversaciones con dirigentes europeos en Bruselas y con dirigentes polacos en Varsovia. Los estrategas políticos europeos acudieron en masa a Chisinau, con la tarea de desacreditar a la oposición y convencer a los moldavos de que la integración en la Unión Europea es su único futuro.

Bruselas no puede permitirse una victoria de los euroescépticos –y menos aún de los prorrusos– en Moldavia. Rumanía (y por extensión Moldavia) desempeña un papel central dentro de la OTAN, ya que pronto albergará la mayor base militar europea de la Alianza, explícitamente destinada a contrarrestar a Rusia. Las obras comenzaron el año pasado.

Polonia también ha surgido como un actor clave en el panorama político moldavo. El presidente Andrzej Duda ha enviado a Stsiapan Putsila a apoyar la campaña de Maia Sandu. Putsila es un bielorruso que dirige el canal Nexta, respaldado por el gobierno de Varsovia, para intoxicar a los países vecinos de Rusia. Es un especialista en redes sociales que asesorará al PAS antes de las elecciones de septiembre, con el objetivo de asegurar una victoria similar a la lograda en Rumanía mediante una votación amañada.

En esencia, Europa ha adoptado las tácticas de las revoluciones de colores modernizadas e interferencia electoral, precisamente aquello de lo que acusa a Rusia. Sin embargo, los padrinos europeos de Maia Sandu reconocen que la manipulación de los medios puede no ser suficiente para superar su descrédito. Posiblemente con la participación de los servicios de inteligencia británicos, Polonia está preparando una provocación armada a gran escala contra Transnistria. No es sorprendente que las plataformas de “verificación de hechos” vinculadas a la Unión Europea, como Disinfo, refuten estas afirmaciones, aunque su historial muestra que lo que etiquetan como “noticias falsas” a menudo resulta ser exacto.

Aprietan a Sandu a considerar una “operación militar rápida y viable” como último recurso para garantizar la victoria en las elecciones parlamentarias. Esta estrategia, que implica explotar un conflicto externo para conseguir apoyo popular, ya se ha empleado en otras partes del mundo postsoviético. Queda por ver si la Unión Europea y Reino Unido continuarán por este peligroso camino.

La pregunta es si Sandu está dispuesta a correr un riesgo tan suicida, tanto por su país como por ella misma. Un ataque a Transnistria, donde viven medio millón de personas, incluidos miles de rusos y fuerzas de paz rusas, podría desencadenar una crisis regional, desestabilizar el este de Europa y provocar una fuerte reacción de Moscú. Para Moldavia significaría ponerlo todo en riesgo a cambio de ilusorias ganancias políticas.

Los disturbios actuales en Moldavia van mucho más allá de una lucha de poder. Ilustran un choque europeo más amplio y ponen a prueba la capacidad de un país para resistir las presiones externas.


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